domingo, 23 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 53

—Sí,  bueno...  cuando  la  adopción  sea  definitiva  y  sintamos  que  ha  pasado  el  tiempo  necesario,  podemos  divorciarnos  sin  mucho  escándalo  y  yo  regresaré  a  los  Estados  Unidos. Tengo un amigo allí que va a ayudarme.

—Si no es Draco, ¿Quién es? —le espetó.

—Se llama Carlos Gordon.

— ¿Otro hombre que está enamorado de tí?

— ¡No! —Movió la cabeza porque no podía comprender por qué seguía insistiendo en aquel tema—. Carlos está felizmente casado. Es un antiguo agente del FBI que trabaja en el lugar donde estuve escondiéndome.

— ¿Qué lugar era ése?

Paula se  humedeció  los  labios  nerviosamente.  Cielo  Santo.  No  podía  hablarle  de  eso  en ese momento. Tal vez más tarde, pero todavía no.

—Preferiría no hablar de ello si no te importa.

—En algún momento tendremos que hacerlo — comentó Pedro misteriosamente—. Pero  por  ahora,  me  basta  con  que  hayas  accedido  a  casarte  conmigo.  Por  motivos  de  seguridad, quiero que la boda se celebre dentro de tres días.

¿Tres días? Paula permaneció presa del estupor.

— ¿Por  qué  no  vas  al  salón  con  el  café?  Me  reuniré  contigo  después  de  que  haya  llamado a Costas.

— ¿Quién es?

—El abogado que se ocupa de la adopción. Querrá reunirse con nosotros en mi oficina más  tarde.  Tenemos  papeles  que  firmar.  Por  el  camino  allí,  pararemos  en  la  joyería  para  comprar  los  anillos.  Si  no  me  equivoco,  hay  una  tienda  a  la  vuelta  de  la  esquina donde  podrás  comprarte  un  traje  de  novia.  Nos  lo  llevaremos  todo  con  nosotros  cuando  salgamos  para  Andros  esta  tarde.  Esta  noche,  iremos  a  ver  al  párroco  y  firmaremos más papeles.

— ¿Puedo pedirte un favor?

Los  ojos  de  Pedro se  posaron  en  sus  labios.  Paula sintió  que  su  cuerpo  se  estremecía  pero por una razón completamente distinta.

—Por supuesto. ¿De qué se trata?

— ¿Podemos comprarle un vestido a Caro y un pequeño esmoquin a Ariel? Estará muy apuesto con uno. Nuestra boda en realidad es para ellos. Hagamos que sea especial.

Desde  aquella  distancia,  la  expresión  de  sus  ojos  era  difícil  de  discernir.  Pero  cuando  contestó, su voz tenía un tono ronco:

—Me has leído el pensamiento. Sabía  que  su  sugerencia  le  había  agradado.  No  hacía  falta  decir  que  su  petición  de  matrimonio la había hecho más feliz que nunca en su vida.

Casándose con Pedro, ella y sólo ella, haría posible que Ariel  estuviera con Caro. Por fin había encontrado la manera de  compensar  los  planes  que  había  forjado  en  el  Miguel  Angel...  la venganza,  la  manipulación. Sabía   que Pedro no  se  estaba  casando  por  amor.  ¿Cómo  podría? Apenas  hacía  unas  horas que había roto su compromiso con Erica. Aunque hubiese decidido que no podía casarse con ella, seguiría viéndola, y la pérdida de su relación lo acompañaría durante mucho tiempo.

Paula no tenía derecho a esperar nada de Pedro. No le estaba pidiendo que la amara, sólo  esperaba  ser  perdonada  por  amarlo  en  secreto,  por  disfrutar  de  las  semanas  o  meses que pasaría con él hasta irse de Grecia para siempre.  «Por  favor,  Señor,  haz  que  todo  el  mundo  esté  a  salvo  durante  mi  estancia.  No  dejes  que Sean haga daño a las personas que quiero».


—Mamá, puedo oír el helicóptero.

—Cariño, podría ser cualquiera. Los  dos  se  lo  habían  pasado  de  maravilla  subiendo  la  ladera  hasta  el  faro.  A  Ariel  le  había  encantado  el  paseo  en  el  hidropedal  y  habían  tomado  helado  antes  de  volver.  Pero  una  vez  en  casa,  la  villa  parecía  vacía.  La  marcha  inesperada  de  Paula la  había  despojado de parte de su alegría. Ariel y ella habían permanecido de pie ante aquella misma ventana, los dos al borde de las  lágrimas,  observando  cómo  se  iba.  En  aquellos  momentos  estaban  otra  vez  allí,  esperando la llegada de Pedro.  Decidiendo  que  era  el  momento  de  buscar  una  pequeña  distracción,  Caro le  dió  un  apretón a Ariel en el hombro.

— ¿Te  gustaría  jugar  a  las  damas,  cariño?  El  que  gane  le  contará  al  otro  una  historia  antes de dormirse.

El rostro de Ariel se iluminó.

 — ¡Conozco muchas historias!

—Yo  también.  Mi  juego  de  damas  está  allí,  en  ese  armario,  en  la  segunda  balda.  Es  la  caja amarilla.

—Iré a buscarlo —se ofreció, y atravesó corriendo la estancia.

Caro se sentó sobre la cama y dió unas palmaditas sobre el colchón.

—Ponlo aquí. ¿Qué color quieres?

—Me gustan las negras —hizo una pausa—. Pero si tú las prefieres, me quedaré con las rojas.

Caro sonrió a su hijo.

—Me enorgullezco de tu generosidad. Como premio, jugarás con las negras.

— ¡Genial!

Veinte  minutos  después,  estaban  terminando  la  partida   cuando Caro oyó  pasos  en  el  pasillo. La puerta de su dormitorio estaba abierta.

—Hola, ¿Hay alguien en casa?  Al tiempo que su corazón se encogía, Ariel levantó la cabeza.

— ¿Quién es? —susurró.

Caro se inclinó sobre el tablero y le respondió en un susurro:

—Tu tío Fede.

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