Paula podía darle las gracias a Carlos por haber insistido en que diera clases de baile en el instituto. Federico Alfonso, había dicho, esperaría que su esposa diera buena imagen en la pista de bailé. Federico. Su nombre desató otro ataque de culpabilidad. «Soy un fraude, Pedro», gritó su corazón. «Si me hubieras conocido antes de entrar en el Miguel Ángel, habrías pasado a mi lado sin fijarte en mí, o tal vez hubieras sentido pena. No soy quien crees que soy y no he venido por las razones que te dije».
Aunque ya había abandonado su deseo de venganza, la vergüenza que Paula sentía por su innoble plan parecía intensificarse cada vez más. Necesitaba a alguien con quien hablar, y esa persona sólo podía ser Carlos Gordon. En cuanto terminó la canción, se apartó de él. Para alivio suyo, Pedro la dejó marchar con una sonrisa. Antes de que llegara a la puerta, le tendió el CD.
—No olvides esto —sin levantar la vista, Paula tomó el regalo, le dió las gracias en un murmullo y corrió a refugiarse en su habitación.
- ¿Erica? Soy Federico. Acabo de regresar de unas pruebas y he visto que habías llamado. ¿Conseguiste cautivar a mi hermano con tus encantos para que cambiara de idea?
—No. Me temo que mis encantos nunca han surtido efecto en Pedro en las cosas que realmente me importan. Ariel es un tema cerrado.
—Me lo temía -murmuró. ¿Dónde está Pedro ahora mismo?
—Ariel y él fueron en helicóptero a Andros hace un par de horas.
— ¿Por qué diablos no fuiste con ellos?
—Porque no serviría de nada. Cuando Ariel está presente, Pedro apenas se da cuenta de que existo. Iré esta noche, cuando no tenga que luchar para captar su atención.
—Tienes que aguantar, Erica.
— ¿Qué crees que llevo haciendo durante más de dos años? —gritó con exasperación. Sabes perfectamente que todo este asunto estaba decidido desde el principio. Y creo que también sabes otra cosa —añadió tras un momento de vacilación.
— ¿A qué te refieres?
Erica contuvo el aliento.
— ¿Cuánto tiempo lleva Pedro viéndose con Paula Chaves a mis espaldas?
— ¿Con quién?
—Con Paula Chaves, la americana pelirroja que fue al internado con Caro.
Después de un largo silencio, Fede soltó una carcajada desinhibida.
—Cielos, Erica. No sé cómo has oído hablar de ella, pero créeme, ningún hombre estaría interesado en esa mujer, y menos mi hermano. Además, Pedro ni siquiera la conoce.
—No cubras a Pedro, Fede. Después del infierno que me ha hecho pasar con Ariel, no podría soportarlo. ¿Vas a fingir que no sabes que ahora mismo es su invitada en Andros?
— ¿Ahora?
—No sólo ha viajado a Grecia con ella y Ariel en el barco, sino que lo dispuso todo para que un helicóptero la llevara a la villa y pudiera reunirse con Caro.
— ¡Te juro sobre la tumba de mi madre que no sé de qué me hablas! —la voz de Fede resonó con convicción.
Pero Erica sabía que los lazos de sangre eran más fuertes que los de amistad, y que era posible que Fede estuviera defendiendo a su hermano en lugar de decirle la verdad. Si Pedro llevaba cinco años viéndose con la joven Chaves, era comprensible que tardara tanto tiempo en pedirle que se casara con él. Tal vez se había equivocado obsesionándose con su apego hacia Ariel. ¿No sería que durante todo aquel tiempo había estado utilizando a su sobrino como una pantalla para encubrir su relación con la americana? ¡Dos semanas todos los meses!
— ¿Fede? Tengo que colgar. Debo hacer las maletas antes de salir hacia la isla.
—No eres la única.
— ¿Qué quieres decir?
—Después de la carrera de mañana, iré a Andros y me reuniré allí contigo. La Paula Chaves que yo conocí parecía una huerfanita bajita y regordeta. No podemos estar hablando de la misma persona. Hasta pronto.
— ¿Carlos? Frunció el ceño. Parecía la voz de Elena, pero estaba tosiendo con tanta fuerza que no podía estar seguro.
— ¿Sí?
—Tenemos una emergencia. Un escape químico en la zona. Están evacuando toda la manzana. Déjalo todo como está y sal del edificio.
— ¿Y los demás?
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