miércoles, 12 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 27

—Entonces, buenas noches. Que tenga felices sueños.

Paula salió  con  cuidado  y  se  apresuró  a  caminar  por  el  pasillo  hacia  su  camarote. Afortunadamente,  no  vió  a  nadie. Se  detuvo  un  momento  delante  de  la  puerta  de  Ariel  pero todo estaba en silencio.  Pronto vería a su madre por primera vez. Caro se moriría de alegría cuando sostuviera a  su  hijo  en  brazos  y  descubriera  lo  maravilloso  que  era.  Ninguna  madre  podía pedir  un hijo más perfecto. Ariel había heredado muchas cualidades de su tío. Ninguna mujer  podía pedir  un  hombre  más  perfecto.  Erica  debía  de  ser  la  mujer  más  afortunada sobre la faz de la tierra. Cuando  se metió en la cama diez minutos más tarde, decidió que la mejor cura para su mal de amores era ver cómo Pedro saludaba a su prometida en el muelle. Un golpe en la puerta la despertó de su sueño. Se incorporó y escuchó para asegurarse de que el ruido no había sido fruto de su imaginación.

— ¿Ariel? —preguntó cuando volvieron a llamar—. Un momento. Sin duda la perspectiva de despertarse en Grecia al día siguiente lo mantenía despierto.

— ¿No podías dormir? —le preguntó mientras quitaba el cerrojo y abría la puerta.

—No. He tenido una pesadilla.

Pedro.

— ¿Puedo entrar y escuchar una historia sobre ovnis?

Cómo no, Ariel se lo había dicho.

—No  lo  sé.  Son  un  poco  espeluznantes  en  mitad  de  la  noche.  ¿Estás  seguro  de  que  quieres oír una?

Paula sintió cómo su mirada recorría todo su cuerpo desde sus pies desnudos hasta su pelo rojo despeinado. No pasó nada por alto entre medias. Su camisón de color crema no era en absoluto inmodesto, pero de repente, se sintió vulnerable, expuesta. Con  un  rostro  a  juego  con  su  pelo, corrió  a  la  cama  para  cubrirse.  La  risa  grave  de  Pedro la siguió mientras entraba y cerraba la puerta.

—Si  no  estuviera  nublado,  te  llevaría  a  cubierta  para  buscar  platillos  volantes  en  el  cielo. Pero Ari me ha dicho que el desierto es un lugar mejor.

—Lo es —murmuró sobre la sábana que cubría su barbilla—. Hace falta un telescopio.

— ¿Y alguien que te haga compañía? — acercó una silla a la cama y se sentó.

—Eso también.

— ¿Quién es Draco?

¿Había algo que Ariel no le hubiese dicho?

—Un amigo —contestó en voz baja.

— ¿Espera con ansiedad que regreses de tus vacaciones?

—No.

-¿Por qué no?

Paula lo miró fijamente.

— ¿Por qué me haces todas estas preguntas?

Pedro estiró  sus  piernas  largas  y  musculosas  y  se  cruzó  de  brazos  como  si  tuviera  intención de quedarse allí un rato. Su proximidad le impedía respirar con normalidad.

—Ari  cree  que  estás  enamorada  de  ese  hombre  —dijo  con  franqueza—.  Intento  determinar cuánto tiempo dispondrá Caro para disfrutar de tu compañía antes de que regreses corriendo a sus brazos.

—Ojalá  pudiera  regresar  corriendo  a  él,  pero  ha  sufrido  un  infarto;  dudo  que  ni  siquiera me reconozca si lo vuelvo a ver.

—Lo siento —el tono jocoso desapareció de su voz—. ¿Eran amantes?  Había  ciertas  preguntas  que  no  debían  formularse.  Pero  había  algo  en  las  palabras  y  modales  de  Pedro  que  incitaban  la  intimidad...  o  tal  vez,  la  exigían.  Aquello  debía  parar.

—Manuel  Novak  tiene  al  menos  treinta  años  más  que  yo.  Era  mi  jefe  en  la  emisora  de  radio.

—Pensaba que se llamaba Draco.

—Draco era su seudónimo en la radio.

— ¿Cuál era el tuyo?

— Casiopea.

—Uno de nuestros cruceros tiene ese nombre. Pero no has contestado a mi pregunta —insistió. ¿Por qué? ¿Realmente le importaba?

—Creo  que  él  estaba  enamorado  de  mí,  pero  yo  no  le  correspondía.  Era  mi  ídolo,  mi  mentor. Hablábamos el mismo idioma, compartíamos los mismos sueños.

La habitación se sumió en silencio. Paula rehuyó su mirada, pero aquello no la ayudó.  La imagen  de Pedro  permaneció  en  su  mente.  Le  preocupaba  que  siempre  estuviera  allí, atormentándola.  

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Ya falta poco para que se reúnan todos... veremos como actúan Federico y Erica...

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