Paula salió con cuidado y se apresuró a caminar por el pasillo hacia su camarote. Afortunadamente, no vió a nadie. Se detuvo un momento delante de la puerta de Ariel pero todo estaba en silencio. Pronto vería a su madre por primera vez. Caro se moriría de alegría cuando sostuviera a su hijo en brazos y descubriera lo maravilloso que era. Ninguna madre podía pedir un hijo más perfecto. Ariel había heredado muchas cualidades de su tío. Ninguna mujer podía pedir un hombre más perfecto. Erica debía de ser la mujer más afortunada sobre la faz de la tierra. Cuando se metió en la cama diez minutos más tarde, decidió que la mejor cura para su mal de amores era ver cómo Pedro saludaba a su prometida en el muelle. Un golpe en la puerta la despertó de su sueño. Se incorporó y escuchó para asegurarse de que el ruido no había sido fruto de su imaginación.
— ¿Ariel? —preguntó cuando volvieron a llamar—. Un momento. Sin duda la perspectiva de despertarse en Grecia al día siguiente lo mantenía despierto.
— ¿No podías dormir? —le preguntó mientras quitaba el cerrojo y abría la puerta.
—No. He tenido una pesadilla.
Pedro.
— ¿Puedo entrar y escuchar una historia sobre ovnis?
Cómo no, Ariel se lo había dicho.
—No lo sé. Son un poco espeluznantes en mitad de la noche. ¿Estás seguro de que quieres oír una?
Paula sintió cómo su mirada recorría todo su cuerpo desde sus pies desnudos hasta su pelo rojo despeinado. No pasó nada por alto entre medias. Su camisón de color crema no era en absoluto inmodesto, pero de repente, se sintió vulnerable, expuesta. Con un rostro a juego con su pelo, corrió a la cama para cubrirse. La risa grave de Pedro la siguió mientras entraba y cerraba la puerta.
—Si no estuviera nublado, te llevaría a cubierta para buscar platillos volantes en el cielo. Pero Ari me ha dicho que el desierto es un lugar mejor.
—Lo es —murmuró sobre la sábana que cubría su barbilla—. Hace falta un telescopio.
— ¿Y alguien que te haga compañía? — acercó una silla a la cama y se sentó.
—Eso también.
— ¿Quién es Draco?
¿Había algo que Ariel no le hubiese dicho?
—Un amigo —contestó en voz baja.
— ¿Espera con ansiedad que regreses de tus vacaciones?
—No.
-¿Por qué no?
Paula lo miró fijamente.
— ¿Por qué me haces todas estas preguntas?
Pedro estiró sus piernas largas y musculosas y se cruzó de brazos como si tuviera intención de quedarse allí un rato. Su proximidad le impedía respirar con normalidad.
—Ari cree que estás enamorada de ese hombre —dijo con franqueza—. Intento determinar cuánto tiempo dispondrá Caro para disfrutar de tu compañía antes de que regreses corriendo a sus brazos.
—Ojalá pudiera regresar corriendo a él, pero ha sufrido un infarto; dudo que ni siquiera me reconozca si lo vuelvo a ver.
—Lo siento —el tono jocoso desapareció de su voz—. ¿Eran amantes? Había ciertas preguntas que no debían formularse. Pero había algo en las palabras y modales de Pedro que incitaban la intimidad... o tal vez, la exigían. Aquello debía parar.
—Manuel Novak tiene al menos treinta años más que yo. Era mi jefe en la emisora de radio.
—Pensaba que se llamaba Draco.
—Draco era su seudónimo en la radio.
— ¿Cuál era el tuyo?
— Casiopea.
—Uno de nuestros cruceros tiene ese nombre. Pero no has contestado a mi pregunta —insistió. ¿Por qué? ¿Realmente le importaba?
—Creo que él estaba enamorado de mí, pero yo no le correspondía. Era mi ídolo, mi mentor. Hablábamos el mismo idioma, compartíamos los mismos sueños.
La habitación se sumió en silencio. Paula rehuyó su mirada, pero aquello no la ayudó. La imagen de Pedro permaneció en su mente. Le preocupaba que siempre estuviera allí, atormentándola.
Muy buenos capítulos! Ya falta poco para que se reúnan todos... veremos como actúan Federico y Erica...
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