—Te lo agradezco. Paula piensa ponerse en contacto conmigo. Si quiere hablar con el coronel, le daré a Paula su teléfono.
—Me parece bien.
—Hasta pronto, Humberto.
Humberto Rich colgó el teléfono a tiempo de saludar a su próximo paciente.
— ¿Pedro?
Pedro asió con fuerza el auricular.
— ¿Erica? El barco está listo para zarpar, ¿Dónde estás?
—En el hotel. Lo he pensado mejor y he decidido volver a Atenas en avión.
Pedro frunció el ceño.
— ¿Ocurre algo?
—Nada... simplemente pensé que sería mejor así —había cierto nerviosismo en su voz.
Pedro se quedó callado por un momento. Dos noches atrás, Erica había ido a Nueva York en avión para hacer algunas compras, como habían planeado. Habían decidido que conocería a Ariel por primera vez cuando se reuniera con ellos en el barco. Pero había ocurrido algo que le había hecho cambiar de idea. O tal vez alguien... Sólo Fede y Caro conocían el plan de Pedro de casarse en Andros. Su hermana nunca le habría revelado aquellos detalles a Erica, así que sólo podía ser Fede.
— ¿Querido? Te has quedado callado. Por favor, no te enfades conmigo. Tengo que confesarte una cosa. Ya sé que debí habértelo dicho cuando propusiste la idea del crucero, pero no soy buena marinera. Puedo aguantar unas horas con buen tiempo en alta mar, pero siete días por el océano en invierno... ¿Sabes que han pronosticado un huracán?
Estaba seguro, Fede se lo había dicho. A pesar de todos sus atributos, Erica tenía una vena lo suficientemente egoísta como para prestar oídos a los argumentos de su hermano. Pedro no se había engañado por el apoyo aparente de Fede en el plan de integrar a Ariel en la familia. Por razones todavía desconocidas, a Fede no le agradaba el giro que habían tomado los acontecimientos en el clan Alfonso. Crear problemas con Erica le venía como anillo al dedo.
—No te preocupes —le dijo en voz baja—. No me gustaría que te pusieras enferma.
—Si tomaras el avión, podríamos estar juntos mucho antes de mañana.
Era tan transparente que su irritación hacia ella rayó en la misma clase de enojo que había estado albergando hacia Fede desde que Paula le hubiese hecho aquellas revelaciones.
—Mi sobrino nunca ha tenido unas vacaciones de verdad. Siempre ha querido viajar en barco, no puedo decepcionarlo.
—A veces pienso que prefieres hacer de tío que de mi prometido. Pedro... no te estaré esperando en el muelle en Pireo. Si quieres verme, tendrás que venir a mí.
—Erica... sea cual sea el motivo de tu enojo, lo solucionaremos. No pongas condiciones.
—Ya estaban puestas antes de que nos conociéramos —la línea se cortó.
Como no podía decirle que tomaría un avión para Atenas aquella noche, colgó y no le devolvió la llamada. Tendría que esperar hasta que llegaran a Grecia para hacerla razonar. Por el bien de Ariel, tenía que hacerlo.
— ¿Pepe? —oyó un golpe suave en la puerta del camarote contiguo—. ¿Ya has terminado dé hablar por teléfono?
—Sí. Pasa. ¿Qué tal la ducha?
—Bien. Hay un montón de jabones distintos. ¿Puedo quedármelos?
—Por supuesto. ¿Para qué los quieres?
—Porque tienen dibujos de barcos. Voy a coleccionarlos.
—Me parece un proyecto muy loable. Ahora, antes de cenar, ¿Te gustaría que llamáramos a Analía y a Germán?
—Ya me han llamado a mi habitación.
Pedro no debía de haberse sorprendido. Otra de las razones de aquel viaje era ayudar a los padres de acogida de Ariel a aceptar las futuras separaciones de él. Pero el vínculo entre los tres era fuerte.
— ¿Están bien?
—Sí. Dicen que me echan de menos.
—No lo dudo. ¿Y tú? ¿Los echas de menos como para no hacer este viaje?
—Claro que no.
Llevado por un impulso de emoción, Pedro lo levantó en brazos y lo abrazó.
— ¿Adivina qué? Una persona especial va a cenar con nosotros esta noche.
—Ya lo sé.
— ¿Ah, sí?
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