—Te toca a tí averiguarlo. Esta noche, cuando Paula entró sin llamar a mi habitación exigiéndome que viniéramos a verte, supe que era una mujer enamorada. Así que... ¿Qué tal si dejo que arreglen este asunto ustedes solos? Pero antes de irme, ¿Me permiten que les dé mi bendición? —Caminó hasta el umbral, y luego dió media vuelta—. ¿Paula? Bienvenida a la familia, cherie. Cuando Pedro decida traerte de vuelta de su luna de miel, me gustaría contar con tus ideas. Tal vez te contrate para que me ayudes a organizar esas escuelas de esquí. Voy a demostrarte que no soy el seductor sin cerebro que crees que soy. Y... Pedro, no puedo deshacer el daño que he hecho en el pasado, pero tenías razón. Ariel debe estar con nuestra hermana. Su bondad me recuerda a la de nuestra madre. No me extraña que no renunciaras a él. Carraspeó. —Kalinichta —les brindó una sonrisa pícara—. Que todos sus problemas sean insignificantes. No me importará que le pongan mi nombre a su primer hijo.
El único sonido que Paula oyó después del clic de la puerta fueron los latidos de su propio corazón. Al volver la cabeza al otro lado de la estancia, los ojos de Pedro eran como cabezas de alfiler de fuego negro. Dejó su copa en la mesilla y empezó a andar hacia ella.
— ¡No, Pedro! —Paula retrocedió—. No des un paso más. Hay algo que debo decirte primero.
—Tienes razón —dijo con una media sonrisa—. Tengo que oír de tus labios que estás tan enamorada de mí como yo de tí.
— Ya sabes lo que siento por tí — suspiró profundamente—. Me enamoré nada más verte en tu oficina aquel día. Pero no conoces la verdadera razón por la que fui a verte. Cuando sepas la verdad, me pedirás que me vaya de Andros y que no vuelva nunca. Soy una mala persona, Pedro.
— ¿Cómo de mala? —bromeó, acercándose más.
Paula no podía respirar, y menos pensar. Desvió la mirada y confesó:
—Fui a verte a tu oficina porque tenía un plan para utilizar a tu familia y conseguir lo que quería. Te elegí a tí en concreto para conseguir vía libre. Carlos Gordon me ayudó.
A continuación, Paula le explicó todo lo ocurrido desde que se pusiera en contacto con el Instituto Miguel Ángel y planeara enamorar a Federico Alfonso y casarse con él, hasta el día en que se presentó en su oficina con la excusa de averiguar el paradero de Caro.
—En cuanto empezamos a hablar de Caro, desperté del extraño aturdimiento en el que había estado sumida. Me dí cuenta de que el miedo a Marcos me había impulsado a utilizar a tu familia, y que estaba mal. En aquel instante, supe que no quería hacer nada de lo que había planeado. Pedro, tienes que creerme. La única razón por la que fui en el barco contigo es porque quería estar a tu lado. De lo contrario, habría ido en avión a Atenas para ver a Caro antes de regresar a California. El silencio era angustioso.
—No...no espero que me perdones, pero estoy enamorada de tí, Pedro. No sé cómo podré seguir viviendo si no me creyeras. Ahora que hay total sinceridad entre nosotros, podré seguir adelante con la boda antes de volver a los Estados Unidos.
Oyó cómo Pedro inspiraba bruscamente. Su rostro se había ensombrecido.
— ¿Crees que hay total sinceridad entre nosotros?
—No entiendo... —los latidos de Paula resonaron aún con más fuerza.
— ¿Crees de verdad que te invité a viajar conmigo en el barco por otra razón que no fuera ponerte las manos encima y hacerte el amor? —su voz tembló—. ¿Tienes idea de lo mucho que me desprecié por desearte a tí en lugar de a mi prometida?
Paula casi se desmayó de alegría. Nunca había esperado oír aquellas palabras.
—Cuando llegamos a Pireo, sabía que estaba enamorado de tí y tenía mi plan secreto de convertirte en mi esposa. No me importaba cómo llevarlo a cabo siempre que te casaras conmigo. Tenía a mi propio Carlos en forma de Costas. No estoy orgulloso de haber utilizado a Ariel para conseguir mi objetivo, pero volvería a usarlo si hiciera falta... porque estoy locamente enamorado de tí. Ven aquí.
Incapaz de contener su emoción, Paula corrió a sus brazos.
—Pepe, te necesito tanto que me estoy muriendo.
—Yo llevo así mucho más tiempo que tu —la levantó en brazos y la llevó a la cama—. Busquemos juntos ese alivio. Es lo que he estado ansiando, mi amor. Dame tu boca, agape mou. Déjame yacer contigo. Saborearte, sentirte.
Gimiendo su nombre, Paula se volvió hacia él y permanecieron echados uno junto al otro. Pedro acarició sus temblorosos labios con los dedos y luego los cubrió con los suyos. Paula gimió de éxtasis. Estar en la cama de Pedro, en sus brazos, sentir sus piernas fuertes entrelazadas con las suyas la llenaban de un calor voluptuoso que le hacía pronunciar su nombre una y otra vez.
—Pau —suspiró Pedro antes de colocarla sobre él, cubriéndola de besos—. Eres tan hermosa. No hay nada que desee más que hacer que esta noche dure eternamente. Pero necesito saber una cosa más.
Paula escondió el rostro en su cuello.
—La respuesta es no. Nunca me he acostado con ningún hombre porque nunca había estado enamorada.
Con un gemido, Pedro enterró el rostro en su pelo.
—No sé cómo puedo tener la suerte de ser el hombre que amas, pero me gustaría ser digno de tí. Así que te voy a pedir que salgas de mi cama. No te acerques a mí hasta la noche de bodas. Después, no te dejaré marchar nunca más.
—Pepe, ¡No quiero irme! Ahora que te he encontrado, no quiero perderte de vista. ¿No puedo hacer nada para tentarte?
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