lunes, 10 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 21

—Claro,  Erica.

—Acabo  de  hablar  con  ella,  Ari.  Le  ha  surgido  un  contratiempo  y  no  podrá  hacer  el  viaje con nosotros.

Siempre sensible, le dió unas palmaditas a Pedro en la cara.

— ¿Estás triste?

Aquella sencilla pregunta fue muy esclarecedora. Contestó con sinceridad.

—No. Así podremos hacer cosas de hombres, como ver el puente de mando.

—¡Qué bien!

—Pero primero debemos llamar a nuestra invitada e invitarla a cenar.

— ¿Quién es?

—Se llama Paula. Estuviste hablando con ella en mi despacho.

—Era  simpática.  ¿Sabías  que  sabe  hablar  griego  y  que  su  padre  le  decía  que  rezara  cuando tuviera miedo? Stasio no pudo evitar sonreír.

 —No, no lo sabía.

—Es bonita, ¿Verdad?

— Sí.

—Sobre todo su pelo. «Precioso».

—Dice que vive sola.

—Bueno, no estará sola en este barco.

— ¿Dónde está su camarote?

—Justo al lado del tuyo.

El niño pareció complacido ante aquella perspectiva.

— ¿Tenemos que llamarla? ¿No podemos ir a verla?

—Supongo que sí.

— ¿Puedo invitarla yo?

—Si  quieres.  Te  diré  un  secreto  sobre  ella  —dijo  mientras  salían  de  su  camarote  y  recorrían  el  pasillo  hasta  el  cuarto  de  Paula.

El  barco  ya  había  pasado  delante  de  la  Estatua de la Libertad y se dirigía a mar abierto.

—¿Qué secreto?

—Es amiga de tu madre.

— ¿De  mi  madre?  —la  categoría  de  Paula Chaves creció  por  momentos  a  ojos  de  Ari.

—Adelante —susurró—. Llama.

— ¿Quién es? —preguntó Paula.

—Soy Ariel.

La  puerta  se  abrió  y  Paula Chaves apareció  con  un  vestido  sencillo  de  color  negro  que  resultaba  tan  impactante  en  su  figura  que  Pedro  se  quedó  mudo  por  un  minuto.  Menos mal que Ariel no tuvo problemas para comunicarse.

—Hola, Paula.

—No  sabía  que  estarías  en  el  barco  —dijo  con  mirada  perpleja  mirándolos  a  los  dos.

Ariel rió al ver su sorpresa.

—Pepe es mi padrino. Dice que conoces a mi mamá.

Paula miró  con  expresión  interrogante  a  Pedro.  A  aquella  distancia,  Pedro  pudo  ver  pequeños trazos plateados en las profundidades de sus ojos azules. El matíz era propio de una pintura de Rafael.

— ¿Ah, si?

 —Enséñale una foto de tu madre, Ari.

El niño sacó un fajo de fotografías de su bolsillo. No iba a ninguna parte sin ellas.

— ¿Ves? Es ésta.

Paula tomó el fajo de sus manos y miró. Pedro oyó su leve exclamación antes de que levantara la cabeza. Una corriente de palabras no expresadas pasó entre ellos.

—Carolina siempre  fue  hermosa,  Ariel.  Estuvimos  juntas  en  un  colegio  en  Suiza,  pero  de  eso hace ya muchos años.

— ¿Te habló de su pequeño Ariel?

—No —dijo Paula antes de que Pedro pudiera intervenir—. Porque todavía no habías nacido.  Pero solíamos  hablar  de  los  nombres  que  les  pondríamos  a  nuestros  hijos.  Ariel  era uno de sus favoritos.

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