—Claro, Erica.
—Acabo de hablar con ella, Ari. Le ha surgido un contratiempo y no podrá hacer el viaje con nosotros.
Siempre sensible, le dió unas palmaditas a Pedro en la cara.
— ¿Estás triste?
Aquella sencilla pregunta fue muy esclarecedora. Contestó con sinceridad.
—No. Así podremos hacer cosas de hombres, como ver el puente de mando.
—¡Qué bien!
—Pero primero debemos llamar a nuestra invitada e invitarla a cenar.
— ¿Quién es?
—Se llama Paula. Estuviste hablando con ella en mi despacho.
—Era simpática. ¿Sabías que sabe hablar griego y que su padre le decía que rezara cuando tuviera miedo? Stasio no pudo evitar sonreír.
—No, no lo sabía.
—Es bonita, ¿Verdad?
— Sí.
—Sobre todo su pelo. «Precioso».
—Dice que vive sola.
—Bueno, no estará sola en este barco.
— ¿Dónde está su camarote?
—Justo al lado del tuyo.
El niño pareció complacido ante aquella perspectiva.
— ¿Tenemos que llamarla? ¿No podemos ir a verla?
—Supongo que sí.
— ¿Puedo invitarla yo?
—Si quieres. Te diré un secreto sobre ella —dijo mientras salían de su camarote y recorrían el pasillo hasta el cuarto de Paula.
El barco ya había pasado delante de la Estatua de la Libertad y se dirigía a mar abierto.
—¿Qué secreto?
—Es amiga de tu madre.
— ¿De mi madre? —la categoría de Paula Chaves creció por momentos a ojos de Ari.
—Adelante —susurró—. Llama.
— ¿Quién es? —preguntó Paula.
—Soy Ariel.
La puerta se abrió y Paula Chaves apareció con un vestido sencillo de color negro que resultaba tan impactante en su figura que Pedro se quedó mudo por un minuto. Menos mal que Ariel no tuvo problemas para comunicarse.
—Hola, Paula.
—No sabía que estarías en el barco —dijo con mirada perpleja mirándolos a los dos.
Ariel rió al ver su sorpresa.
—Pepe es mi padrino. Dice que conoces a mi mamá.
Paula miró con expresión interrogante a Pedro. A aquella distancia, Pedro pudo ver pequeños trazos plateados en las profundidades de sus ojos azules. El matíz era propio de una pintura de Rafael.
— ¿Ah, si?
—Enséñale una foto de tu madre, Ari.
El niño sacó un fajo de fotografías de su bolsillo. No iba a ninguna parte sin ellas.
— ¿Ves? Es ésta.
Paula tomó el fajo de sus manos y miró. Pedro oyó su leve exclamación antes de que levantara la cabeza. Una corriente de palabras no expresadas pasó entre ellos.
—Carolina siempre fue hermosa, Ariel. Estuvimos juntas en un colegio en Suiza, pero de eso hace ya muchos años.
— ¿Te habló de su pequeño Ariel?
—No —dijo Paula antes de que Pedro pudiera intervenir—. Porque todavía no habías nacido. Pero solíamos hablar de los nombres que les pondríamos a nuestros hijos. Ariel era uno de sus favoritos.
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