viernes, 21 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 49

— ¿Qué quieres decir? ¿No está aquí con Erica?

—Han decidido pasar la noche en el yate.

Paula tuvo que ahogar un gemido. Sin duda, al amanecer los dos habrían solucionado sus problemas y el plan de Pedro de adoptar a Ariel seguiría adelante según lo previsto. Aunque no era asunto de ella, sufría sólo de pensar en su mutua pasión.

—Me  alegro  de  que  no  esté  aquí  para  que  no  haya  que  molestarlo.  Iba  a  decir  que  preferiría ir en coche hasta Gavrion y tomar allí el ferry hasta Rafina.

— ¿Por qué, si el helicóptero es mucho más rápido?

—Porque me.. mareé durante el vuelo desde Pireo.

Otra  mentira.  Pero  Paula  no  quería  arriesgarse  a  volver  a  ver  a  Pedro.  No  podría  soportar decirle adiós.

— ¡Pau! No lo sabía.

—No  podías  saberlo.  Después  de  todo  lo  que  tu  familia  ha  hecho  por  mi  ¿No  me  dejarías que  me  ocupara  de  mi  marcha  y  mis  gastos  yo  sola?  Sólo  son  dos  horas  de  viaje por mar. Tengo un horario. Te estaría muy agradecida si Juan pudiera llevarme allí a las seis para tomar el primer barco. Ya he reservado mi vuelo desde Atenas para última hora de la tarde.

Todavía no lo había reservado, pero no importaba. Lo haría desde Rafina. Caro la miró con una mezcla de perplejidad y tristeza. Finalmente, asintió.

—Por supuesto. Juan siempre está en la cocina a las cinco y media, desayunando con Melina. Podrás pedírselo tú misma.

—Gracias.  Por  favor,  despídete  de  Ariel  por  mí.  Me  iré  antes  de  que  se  haya  levantado.  Dile que le enviaré algunas fotos interesantes de ovnis tan pronto como pueda.

—Le  encantará,  pero  va  a  echarte  mucho  de  menos.  Tanto  como  yo  —Caro rodeó  a  Paula con los brazos—. Ojalá no tuvieras que irte, pero si ese hombre te necesita...

—Detesto  marcharme  así,  Caro.  Pero  siempre  te  agradeceré  por  haberme  escuchado. Ahora me voy feliz porque volvemos a ser amigas.

— ¡Amigas íntimas! —exclamó.

—Te prometo que te llamaré en cuanto llegue. Pero tú tienes que prometerme que me escribirás  y  me  enviarás  montones  de  fotografías.  Quiero  cartas  de  Ariel  y  otras  largas, muy largas, de tí.

—Te lo prometo. Nada volverá a separarnos —ojalá aquello fuera cierto—. Tal vez cuando Manuel se encuentre mejor, podrías venir a pasar aquí unas vacaciones.

—Eres la persona más cariñosa y generosa del mundo, Caro. No olvidaré tu invitación. Cuídate, y dale las gracias a Pedro de mi parte.

—Lo haré.

—Ahora, vuelve a la cama antes de que Ariel se despierte y descubra que te has ido. No queremos que se asuste en su primera noche en casa.

Los ojos de Caro se llenaron de lágrimas.

—Confío en que pronto sienta que ésta es su casa.

—Ya  lo  siente,  querida  amiga.  De  lo  contrario  le  habría  pedido  a  Pedro que  lo  llevara  de vuelta a Nueva York.

— ¿Eso crees?

—Lo sé. No olvides que pasé una semana con él en el barco. Confía en mí.


En su oficina de Atenas, Pedro se inclinó hacia delante y apoyó las dos manos sobre su mesa. La reunión con Costas no había ido bien. El abogado de la familia había sido franco al advertirle que no era probable que un juez americano le permitiera a él, un hombre soltero, sacar a Ari de un entorno emocional- mente  estable  y  amoroso  para  llevarlo  a  vivir  con  su  madre  genética  que  conocía apenas hacía unos días. Se apartó de la mesa y se puso súbitamente en pie. «Después de todos mis planes, no puedo creer que esto vaya a terminar así».  Y  sin  embargo,  en  su  mente  ya  se  había forjado  una  solución.  Y  para  vergüenza  suya,  no había sido capaz de pensar en ninguna otra Cosa.  El  timbre  del  teléfono  lo  sacó  de  su  reflexión.  Al  descolgar,  vio  que  el  número  era  de Andros.

 — ¿Caro?

—No, soy Ariel. Oír la voz de su sobrino le hizo sonreír.

—Buenos días, Ari, ¿qué tal has dormido?

—Bien. ¿Cuándo vas a venir?

—Ahora mismo. He resuelto mis asuntos antes de lo que esperaba.

— ¡Genial!

—Está todo el mundo vestido para la excursión?

—Yo sí.

— ¿Paula también?

—Paula se ha ido.

Pedro sintió que su corazón se paralizaba.

— ¿Cómo has dicho?

—Draco  la  llamó.  Mamá  dice  que  la  necesita,  así  que  ha  vuelto  a  los  Estados  Unidos  esta mañana. Ojalá no se hubiera ido. Mamá está muy triste y yo también. Ven pronto a casa, por favor.

—Dile a tu madre que se ponga, Ari.

—Está bien. Espera un momento.

Pedro todavía se estaba recuperando de la noticia cuando Caro se puso al teléfono.

— Supongo que Ari ya te lo ha dicho.

—¿A qué hora salió el helicóptero? —preguntó sin más preámbulos.

—No  le  gustan  los  helicópteros.  Juan  la  llevó  en  coche  al  ferry  a  las  seis  de  la  mañana.

Las revelaciones eran demasiado sorprendentes para su comprensión. Miró su reloj. Si Paula había  tomado  el  primer  barco,  estaría  arribando  a  Rafina  al  cabo  de  cinco  minutos.

— ¿Pepe? Estás muy callado, ¿Qué pasa?

—Dile a Ari que volveré a casa lo antes posible.

— Pero...

—Tengo que irme, Caro.

Nunca había cortado a su hermana de aquella manera, pero el  tiempo  era  crucial.  Minutos  después subió  al  helicóptero,  que  ya  estaba  listo  para  despegar. Todavía podía recordar cómo Paula lo había mirado con aquellos fabulosos ojos azules al decirle que no estaba enamorada de Draco. Si era una mentira...

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