domingo, 9 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 17

—Porque Caro merece saber por qué dejé de ser su amiga. En aquel momento, pensé que  lo  mejor  era  no  decirle  la  razón  para  no  herirla.  Dos  meses  después,  mientras  estudiaba  en  Pennsylvania,  Madame  me  envió  una  carta  de  Caro.  No  quise  abrirla  porque sabía que si lo hacía, sucumbiría al deseo de volver a verla, y todavía pensaba que no era buena idea. Pero he vivido lamentando esa decisión porque he perdido a la mejor amiga que he tenido nunca.

Pedro dió golpecitos en la mesa con sus inmaculados dedos de uñas cuadradas.

—Aunque  me  esté  diciendo  la  verdad,  ¿Por  qué  desea  ponerse  en  contacto  ahora  con  ella?

—Mi  padre  murió  hace  nueve  meses.  Fue  duro  perderlo.  Mi  médico  me  aconsejó  que me tomara  unas  largas  vacaciones.  Finalmente,  seguí  su  consejo  y  dejé  mi  trabajo.  Ahora  mismo  me  dirijo  a  Suiza,  país  que  considero  mi  segundo  hogar.  Quiero  visitar  algunos de mis lugares predilectos. Pensé que si podía ponerme en contacto con Caro y explicarle lo ocurrido hace años, tal vez me perdonaría y podríamos renovar nuestra amistad, incluso viajar juntas una semana o dos, si está libre, claro. Que yo sepa, podría estar casada y con hijos.

Pedro se recostó en su sillón, mirándola con intensidad.

—Mi  hermana  y  yo  no  tenemos  secretos  entre  nosotros.  ¿Por  qué  no  me  cuenta  la  verdad sobre su abandono? Yo decidiré si Caro será capaz de perdonarla.

Su  sinceridad  era  incluso  más  brutal  que  la  de  Carlos,  pero  era  un  rasgo  que  Paula valoraba tanto como la bondad y la virtud.

—Tengo que reconocer que preferiría contárselo a Caro.

—Soy un perfecto extraño. ¿Qué importa?

—Importa  muchísimo,  porque  usted  y  Federico fueron  la  razón  por  la  que  me  distancié  de Caro.

Su inmovilidad le indicó que lo había sorprendido. Paula tuvo la impresión de que a Pedro Alfonso lo sorprendían pocas veces.

—Adelante.

Como  en  su  primera  reunión  con  Carlos,  Paula relató  los  detalles  de  aquella  noche  en Chamonix cuando Federico le había clavado la daga en el corazón, humillandola y destruyendo su relación con Caro. —...  y  mi  problema  era  que  Federico sólo  dijo  amenazas  veladas  en  lo relativo  a  usted.  Tenía  miedo  de  que  fuese  una  especie  de  tirano,  sobre  todo  si  tanto despreciaba  a  la  hija de un militar norteamericano. Si realmente era tan indeseable para tratarme con su hermana, pensé que lo único que podía hacer era tomarme en serio los comentarios de Federico y salir de su vida.

—Porque   sabía   que   ella   no   lo   haría   — Pedro  declaró   lo   obvio.   El   silencio   se   intensificó—. Quiero a mi hermana, señorita Chaves, y no le deseo ningún mal. Dado que  sólo  tengo  su  palabra  para  probar  lo  ocurrido,  considero  necesario  corroborar  su  historia con la directora del internado antes de darle la dirección de Caro.

Carlos le había advertido que Pedro Alfonso querría pruebas.

—Por mí puede telefonearle, señor Alfonso.

 La observó por un momento. Era evidente que no había esperado su respuesta.

—Entonces, lo haré ahora mismo. No es muy tarde para llamar a Montreaux.

Segura  de  que  Madame  confirmaría  su  historia,  Paula se  recostó  en  su  silla  y  esperó  mientras Pedro buscaba el número y hacía la llamada. No debería haberse sorprendido de que hablara en francés con Madame. Mantuvieron una larga conversación, que Paula siguió sin dificultad. Cuando por fin se despidió y colgó, ella vió por su ceño que no sólo creía su historia sino que se sentía turbado por ella.

—Le pido disculpas por haber dudado de usted, señorita Chaves. No tenía ni idea de que Fede fuese el responsable de su ruptura con Caro.

Temerosa   de   que  Pedro buscara   un   enfrentamiento   con   su   hermano,   Paula se   apresuró  a  reparar  el  daño  sacando  un  par  de  fotografías  tomadas  en  el  chalé  de  los  Alfonso en Chamonix. Las dejó sobre su mesa.

—Para  ser  justa  con  su  hermano,  aquello  ocurrió  hace  siglos  y  yo  era  una  adolescente regordeta  con  una  mata  de  pelo  rojo.  Seamos  sinceros.  Estoy  segura  de  que  todos  los hombres que me conocieron entonces pensaban lo mismo.

Paula observó   cómo   tomaba   las   fotografías y las estudiaba  durante  un  largo momento. Le sorprendió al oírle decir:

—A aquella edad yo era demasiado alto. Parecía un poste de teléfono.

Paula no pudo evitar sonreír ante la imagen que Pedro había conjurado de sí mismo. Por  un momento,  él  le  devolvió  la  sonrisa  y  disfrutó  del  sentimiento  de  camaradería  hasta que su expresión se ensombreció inesperadamente.

— Su generosidad la ennoblece. Pero fuese cual fuese su aspecto en aquellos años, mi hermano  actuó  de  forma  inconsciente  al  separarla  de  Caro deliberadamente.  Las  dos  se necesitaban.

—Era como una hermana para mí.

—Caro me dijo lo mismo de usted.

Aquellas palabras resultaron gratificantes.

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