—Porque Caro merece saber por qué dejé de ser su amiga. En aquel momento, pensé que lo mejor era no decirle la razón para no herirla. Dos meses después, mientras estudiaba en Pennsylvania, Madame me envió una carta de Caro. No quise abrirla porque sabía que si lo hacía, sucumbiría al deseo de volver a verla, y todavía pensaba que no era buena idea. Pero he vivido lamentando esa decisión porque he perdido a la mejor amiga que he tenido nunca.
Pedro dió golpecitos en la mesa con sus inmaculados dedos de uñas cuadradas.
—Aunque me esté diciendo la verdad, ¿Por qué desea ponerse en contacto ahora con ella?
—Mi padre murió hace nueve meses. Fue duro perderlo. Mi médico me aconsejó que me tomara unas largas vacaciones. Finalmente, seguí su consejo y dejé mi trabajo. Ahora mismo me dirijo a Suiza, país que considero mi segundo hogar. Quiero visitar algunos de mis lugares predilectos. Pensé que si podía ponerme en contacto con Caro y explicarle lo ocurrido hace años, tal vez me perdonaría y podríamos renovar nuestra amistad, incluso viajar juntas una semana o dos, si está libre, claro. Que yo sepa, podría estar casada y con hijos.
Pedro se recostó en su sillón, mirándola con intensidad.
—Mi hermana y yo no tenemos secretos entre nosotros. ¿Por qué no me cuenta la verdad sobre su abandono? Yo decidiré si Caro será capaz de perdonarla.
Su sinceridad era incluso más brutal que la de Carlos, pero era un rasgo que Paula valoraba tanto como la bondad y la virtud.
—Tengo que reconocer que preferiría contárselo a Caro.
—Soy un perfecto extraño. ¿Qué importa?
—Importa muchísimo, porque usted y Federico fueron la razón por la que me distancié de Caro.
Su inmovilidad le indicó que lo había sorprendido. Paula tuvo la impresión de que a Pedro Alfonso lo sorprendían pocas veces.
—Adelante.
Como en su primera reunión con Carlos, Paula relató los detalles de aquella noche en Chamonix cuando Federico le había clavado la daga en el corazón, humillandola y destruyendo su relación con Caro. —... y mi problema era que Federico sólo dijo amenazas veladas en lo relativo a usted. Tenía miedo de que fuese una especie de tirano, sobre todo si tanto despreciaba a la hija de un militar norteamericano. Si realmente era tan indeseable para tratarme con su hermana, pensé que lo único que podía hacer era tomarme en serio los comentarios de Federico y salir de su vida.
—Porque sabía que ella no lo haría — Pedro declaró lo obvio. El silencio se intensificó—. Quiero a mi hermana, señorita Chaves, y no le deseo ningún mal. Dado que sólo tengo su palabra para probar lo ocurrido, considero necesario corroborar su historia con la directora del internado antes de darle la dirección de Caro.
Carlos le había advertido que Pedro Alfonso querría pruebas.
—Por mí puede telefonearle, señor Alfonso.
La observó por un momento. Era evidente que no había esperado su respuesta.
—Entonces, lo haré ahora mismo. No es muy tarde para llamar a Montreaux.
Segura de que Madame confirmaría su historia, Paula se recostó en su silla y esperó mientras Pedro buscaba el número y hacía la llamada. No debería haberse sorprendido de que hablara en francés con Madame. Mantuvieron una larga conversación, que Paula siguió sin dificultad. Cuando por fin se despidió y colgó, ella vió por su ceño que no sólo creía su historia sino que se sentía turbado por ella.
—Le pido disculpas por haber dudado de usted, señorita Chaves. No tenía ni idea de que Fede fuese el responsable de su ruptura con Caro.
Temerosa de que Pedro buscara un enfrentamiento con su hermano, Paula se apresuró a reparar el daño sacando un par de fotografías tomadas en el chalé de los Alfonso en Chamonix. Las dejó sobre su mesa.
—Para ser justa con su hermano, aquello ocurrió hace siglos y yo era una adolescente regordeta con una mata de pelo rojo. Seamos sinceros. Estoy segura de que todos los hombres que me conocieron entonces pensaban lo mismo.
Paula observó cómo tomaba las fotografías y las estudiaba durante un largo momento. Le sorprendió al oírle decir:
—A aquella edad yo era demasiado alto. Parecía un poste de teléfono.
Paula no pudo evitar sonreír ante la imagen que Pedro había conjurado de sí mismo. Por un momento, él le devolvió la sonrisa y disfrutó del sentimiento de camaradería hasta que su expresión se ensombreció inesperadamente.
— Su generosidad la ennoblece. Pero fuese cual fuese su aspecto en aquellos años, mi hermano actuó de forma inconsciente al separarla de Caro deliberadamente. Las dos se necesitaban.
—Era como una hermana para mí.
—Caro me dijo lo mismo de usted.
Aquellas palabras resultaron gratificantes.
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