viernes, 21 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 46

—No. Hubo una emergencia.

Paula gimió al oír los detalles.

—No  inhalé  tantos  gases  tóxicos  como  los  demás.  Cuando  llegamos  a  urgencias,  me  sentí bien y llamé a un taxi para que me trajera a casa.

—Me alegro de que no te haya pasado nada.

—Y yo, pero basta de hablar de mí. ¿Cómo va tu plan?

—Demasiado  bien  —Paula no  pudo  impedir  que  le  temblara  la  voz—.  Sólo  que  todavía  no  he  visto  a  Federico y  ya  me  he  enamorado  de  su  hermano.  Pedro no  sólo  es  maravilloso, no sabía que existiera un hombre así. Si alguna vez averigua por qué fui a su  oficina,  nunca  me perdonará.  Ni  Caro,  y  no  la  culparía.  Tenías  razón,  Carlos.  No  estaba enamorada de Fede y nunca lo estaré. Pero eso ya no importa, porque lo que be hecho está mal — se echó a llorar.

—Paula,   espera  un  momento.  Inspira  hondo  y  dime  una  cosa.  ¿Fuiste  sincera  con  Caro? ¿Sabe por qué pusiste fin a tu relación con ella?

—Sí.

— ¿Y te ha perdonado?

—Sí.  No  podría  haber  sido  más  comprensiva.  Las  dos  nos  pusimos  muy  contentas.  Somos mejores amigas que nunca.

 — ¿Y que hay de malo en eso?

—Bueno, nada, pero...

 —Nada de peros, Paula. Sabía que no acabarías con Federico; no es tu tipo. Pero tu furia por  lo  que  te  hizo  era  una  emoción  saludable.  Te  forzó  a  revalorizarte  y  te  ayudó  a  intentar reanudar tu amistad con Carolina.

 — ¡Pero  no  lo  entiendes!  Utilicé  a  Pedro  para  encontrar  a  Caro.  Es  un  hombre  tan  maravilloso y ha sido tan generoso conmigo. Por eso lo que he hecho es horrible.

—No  es  horrible.  Reconoce  que  lo  que  pasa  es  que  te  sientes  culpable  porque  te  has  enamorado  de  él  y  eso  no  entraba  en  tus  planes:  Confiaba  en  que  lo  hicieras.  Encaja  más con tu forma de ser.

— ¡Carlos! —Gritó—-. ¿Tratabas de emparejarme?  Rió entre dientes.

—Deliberadamente, no... ¿Pero y si así fuera?

—Entonces  pasaste  por  alto  un  pequeño  detalle  —su  voz  volvió  a  temblar,  a  pesar  suyo.

— ¿Cuál?

—Erica Souvalis.

— ¿Quién?

—La prometida de Pedro. Van a casarse estas Navidades.

— ¿Pedro Alfonso está prometido?

— Sí.

—No pude pasarme por alto un detalle tan importante.

—No lo hiciste. Acaba de hacerlo oficial.

—Aun así, me pagan para saber esa clase de cosas.

—No  sé  cómo  podrías  haberlo  sabido.  Se  ha  visto  obligado  a  mantenerlo  todo  en  secreto a causa de Ariel.

— ¿Quién es Ariel?

—Es una larga y triste historia —durante los siguientes minutos, le contó todo a Carlos.

—Si no recuerdo mal, hay una foto en mis archivos de Pedro Alfonso paseando por una calle de Atenas con una mujer que no está identificada. Te la describiré y así sabré si es Erica.

—No hace falta.

—Quiero  hacerlo.  Soy  curioso.  Dame  un  minuto  y  accederé  al  ordenador  de  mi  despacho desde éste.

Paula  sonrió  al  imaginarlo  en  su  escritorio.  Era  un  buen  amigo.  Se  sentía  mucho      mejor sólo de hablar con él.

—Vaya —le oyó decir—. Vaya —la segunda vez pareció molesto.

— ¿Qué pasa?

—Alguien ha intentado acceder a mi ordenador.

— ¿Cómo lo sabes?

—Encargué  un  programa  para  ese  fin.  Dice  la  hora  y  la  fecha  del  intento  de  acceso.  Quien fuese lo hizo mientras estaba esta mañana en el hospital.

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