— ¡Están aquí! — Se agarró al alféizar—. Me gustaría ir a recibirlos al helipuerto, pero tal vez no sea buena idea.
— ¿Por qué no caminas hasta la verja de la entrada?
— ¿Quieres acompañarme?
—Sólo un poco. No se me ocurriría inmiscuirme en tu momento especial.
Caro miró a Paula con los ojos bañados en lágrimas y luego le dio un largo abrazo.
—Tengo bien el pelo? —preguntó cuando se separó finalmente. El pelo liso de Caro brillaba en larga cascada a ambos lados de su rostro.
—Es perfecto. Igual que como aparece en las fotos de Areli. Ne t’enfaispas.
—Está bien, no me preocuparé. Supongo que ha llegado el momento. Vamos.
Recorrieron la suntuosa villa de suelos de mármol y alfombras otomanas hasta el vestíbulo.
—Buena suerte —susurró Paula.
Le apretó la mano antes de que se separaran en los peldaños del porche. Desde allí, podría ver el reencuentro sin incomodar a Caro. Observó cómo su amiga corría por el camino de entrada como una niña pequeña. El coche negro apareció poco tiempo después. Cuando se detuvo, vió cómo Caro se acercaba a la puerta de atrás. Paula esperó sin aliento a que algo ocurriera. Pronto vio cómo Ariel bajaba del coche. El niño y Caro permanecieron de pie, mirándose. No se tocaron. Paula supo que habían iniciado una conversación seria, pero desde aquella distancia no podía oír palabras aisladas. Ariel asintió con su cabeza morena varias veces mientras Caro inclinaba el rostro hacia él. Madre e hijo. Un minuto después, vió cómo Ariel deslizaba su pequeña mano con confianza en la de Caro. Juntos echaron a andar a través de la verja hacia la calle en dirección al puerto. La imagen se volvió borrosa mientras Paula trataba de contener un sollozo.
Cuando volvió a ver con claridad, Pedro estaba recorriendo el camino de entrada. Solo. Paula pensó que el corazón iba a fallarle de un momento a otro. Su felicidad se reflejaba en sus ojos y en la curva de su boca. Parecía más joven. ¿Acaso era extraño? Después de seis años de espera y preocupaciones, había reunido a Caro con su hijo. Pedro se acercó a ella. Más tarde, Paula recordaría aquel momento y se mortificaría por la forma en que había tomado las manos que Pedro le había tendido sin la más mínima vacilación. Llevada por una compulsión más fuerte que su voluntad, dejó que su mirada se posara en los pantalones tostados de hilo y el jersey blanco de cuello alto hasta que unos ojos negros vivos e intensos captaron toda su atención.
—Cuéntamelo todo, por favor. No aguanto más. Su risa vibró en todas las células de su cuerpo. —Ariel se sorprendió tanto al verla esperándolo en la verja vestida con unos vaqueros y un jersey, igual que él, que se olvidó de los nervios y bajó corriendo del coche.
— ¿Qué fue lo primero que dijo? —preguntó Paula con una sonrisa.
—«Hola. Soy tu pequeño, Ariel».
—Oh, Pedro.
—Mi hermana dijo: «Té reconocería en cualquier parte. Eres mi hijo y te he echado mucho de menos».
— ¿Qué dijo Ariel?
— «Espero que no estuvieras muy triste, mamá. Echar de menos a alguien pone triste a la gente».
—Eso es propio de Ari. Es tan sensible a los sentimientos de los demás.
—Lo es —corroboró Pedro—. Después, perdí la cuenta de las preguntas. Cuando Caro le preguntó si le gustaría ver los restos de unos edificios que quedaron enterrados en el mar, lo desarmó. Ari tomó su mano y se fueron juntos.
— ¿Te pidió primero permiso?
—No.
—Eso es porque Ari sintió su amor. Funcionará, Pedro. Lo sé.
—Yo también lo sé.
Habló en voz grave, un poco ronca. Desde que habían empezado a hablar tenían las manos entrelazadas. Avergonzada, Paula lo soltó, aunque Pedro no parecía desear romper el contacto. El regreso de Ari los había atrapado en un tumulto de emociones difíciles de definir o contener.
Hermosos capítulos! Ojalá Pedro se saque a Erica de encima! Es con Pau con quien tiene que estar!
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