miércoles, 19 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 43

Después  del  encuentro  con  Pedro en  la  biblioteca,  Paula se  había  recluido  en  su  habitación  y no  se  había  aventurado  a  salir  desde  entonces.  Después  de  estar  en  sus  brazos, no podía enfrentarse otra vez a él tan pronto. Cuando  una  de  las  doncellas  anunció  el  almuerzo,  Paula le pidió  que  informara  a  la  familia  de  que  no  tenía  hambre  y  que  prefería  descansar  hasta  la cena.  La  verdad  era  que  aunque  todavía  o  había  pasado  nada,  tenía  la  sensación  de  que  la persona  que  la  buscaba se estaba acercando cada vez más.  Lo que necesitaba era una oportunidad para desahogarse con Carlos. Lo había llamado a su  extensión  del  instituto  y  dejado  varios mensajes,  pero  no  se  los  había  devuelto.  Tal  vez se hubiese tomado el día libre. Antes  de  irse del  Miguel  Ángel,  le  había  dado  el  número  de  su  casa  y  le  había  hecho  prometer que lo usaría.

—En una emergencia —le había dicho Paula, sin creer que surgiría. ¡Qué equivocada estaba! Extendió el brazo para tomar el teléfono, pero antes de que pudiera teclear el número, alguien llamó a su puerta. Se volvió, confiando en que no fuera Pedro. Todavía estaba demasiado vulnerable.

—Soy yo, Ariel.

Frunció el ceño. ¿Qué estaría haciendo delante de su puerta? Era un niño encantador y se habían hecho buenos amigos en el barco, pero allí en Andros tenía a su madre y a su tío, que lo adoraban.

— ¡Entra! —dijo, colgando el auricular. La llamada a Carlos tendría que esperar. Entró en silencio y cerró la puerta, pero no corrió hacia ella como normalmente haría.  Algo iba mal.

— ¿Sabe tu mamá que estás aquí? —dijo sentándose en la cama. y dijo:

— ¿Viste el helicóptero?

Paula parpadeó.  Hacía  un  rato  había  oído  uno,  pero  no  le  había  dado  ninguna  importancia. Imaginaba que docenas de habitantes acaudalados de la isla los utilizaban continuamente.

—No, ¿Por qué lo preguntas?  

— ¿Y Pedro?

—Tampoco. Les dije que tenía que hacer una cosa yo solo.

Paula meditó en su respuesta por un minuto.

—A veces yo digo lo mismo cuando quiero estar a solas y pensar. ¿Es lo que te pasa a tí?

—Sí. Recordó la conversación que habían mantenido en la oficina de Pedro, el día en que lo conoció.

— ¿Te asusta algo?

Ariel asintió. Por fin estaba llegando a alguna parte.

— ¿El qué, cariño? ¿Echas de menos a Analía y a Germán?

Para su sorpresa, Ariel ignoró sus preguntas.

—Erica va a venir a cenar. En el helicóptero.

— ¿Tienes miedo de Erica?

Ariel asintió.

—No le gusto.

—Ya lo has dicho antes. Ari, ¿Qué pasó en Atenas? ¿Te dijo que no le gustabas?

— No.

— ¿Entonces por qué dices eso?

 —Le dijo a Pepe que no se casaría con él si yo vivía con mi mamá.

Paula no pudo contener una exclamación.

— ¿Cuándo le oíste decir eso?

—Anoche. No podía dormir, y fui al piso de abajo en busca de Pepe. Estaba con Erica.

Estaba furiosa.

— ¿Sabe Pedro que los oíste hablar?

—No, volví a mi cuarto. «Y has estado sufriendo desde entonces». Mientras pensaba qué podía hacer, preguntó:

— ¿Lo pasaste bien con tu madre hoy?

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