Después del encuentro con Pedro en la biblioteca, Paula se había recluido en su habitación y no se había aventurado a salir desde entonces. Después de estar en sus brazos, no podía enfrentarse otra vez a él tan pronto. Cuando una de las doncellas anunció el almuerzo, Paula le pidió que informara a la familia de que no tenía hambre y que prefería descansar hasta la cena. La verdad era que aunque todavía o había pasado nada, tenía la sensación de que la persona que la buscaba se estaba acercando cada vez más. Lo que necesitaba era una oportunidad para desahogarse con Carlos. Lo había llamado a su extensión del instituto y dejado varios mensajes, pero no se los había devuelto. Tal vez se hubiese tomado el día libre. Antes de irse del Miguel Ángel, le había dado el número de su casa y le había hecho prometer que lo usaría.
—En una emergencia —le había dicho Paula, sin creer que surgiría. ¡Qué equivocada estaba! Extendió el brazo para tomar el teléfono, pero antes de que pudiera teclear el número, alguien llamó a su puerta. Se volvió, confiando en que no fuera Pedro. Todavía estaba demasiado vulnerable.
—Soy yo, Ariel.
Frunció el ceño. ¿Qué estaría haciendo delante de su puerta? Era un niño encantador y se habían hecho buenos amigos en el barco, pero allí en Andros tenía a su madre y a su tío, que lo adoraban.
— ¡Entra! —dijo, colgando el auricular. La llamada a Carlos tendría que esperar. Entró en silencio y cerró la puerta, pero no corrió hacia ella como normalmente haría. Algo iba mal.
— ¿Sabe tu mamá que estás aquí? —dijo sentándose en la cama. y dijo:
— ¿Viste el helicóptero?
Paula parpadeó. Hacía un rato había oído uno, pero no le había dado ninguna importancia. Imaginaba que docenas de habitantes acaudalados de la isla los utilizaban continuamente.
—No, ¿Por qué lo preguntas?
— ¿Y Pedro?
—Tampoco. Les dije que tenía que hacer una cosa yo solo.
Paula meditó en su respuesta por un minuto.
—A veces yo digo lo mismo cuando quiero estar a solas y pensar. ¿Es lo que te pasa a tí?
—Sí. Recordó la conversación que habían mantenido en la oficina de Pedro, el día en que lo conoció.
— ¿Te asusta algo?
Ariel asintió. Por fin estaba llegando a alguna parte.
— ¿El qué, cariño? ¿Echas de menos a Analía y a Germán?
Para su sorpresa, Ariel ignoró sus preguntas.
—Erica va a venir a cenar. En el helicóptero.
— ¿Tienes miedo de Erica?
Ariel asintió.
—No le gusto.
—Ya lo has dicho antes. Ari, ¿Qué pasó en Atenas? ¿Te dijo que no le gustabas?
— No.
— ¿Entonces por qué dices eso?
—Le dijo a Pepe que no se casaría con él si yo vivía con mi mamá.
Paula no pudo contener una exclamación.
— ¿Cuándo le oíste decir eso?
—Anoche. No podía dormir, y fui al piso de abajo en busca de Pepe. Estaba con Erica.
Estaba furiosa.
— ¿Sabe Pedro que los oíste hablar?
—No, volví a mi cuarto. «Y has estado sufriendo desde entonces». Mientras pensaba qué podía hacer, preguntó:
— ¿Lo pasaste bien con tu madre hoy?
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