Era demasiado tarde para volver al Instituto Miguel Ángel y decirles que había cambiado de idea, para reconocer que estaba locamente enamorada de Pedro Alfonso y que quería ser su esposa. Pero el instituto no podía convertirla en la mujer que Pedro desearía, y además, él estaba enamorado de Erica. Iba a casarse con ella. Era irracional que hubiese escogido a Federico Alfonso, de entre todos los hombres, para ser su salvador. Había malinterpretado
voluntariamente sus sentimientos hacia él, la antigua atracción, el deseo de venganza, la necesidad de demostrarse a sí misma así como de demostrarle a él que era una persona de valía. Pero aún más, moralmente estaba mal haber implicado a Caro en todo aquel asunto.
Aunque Paula siempre la hubiese querido como a una hermana, no tenía derecho a utilizar su antigua amistad con Caro para acercarse a Federico. ¡El engaño debía concluir! En cuanto hiciera las paces con Caro, tomaría el primer avión a Los Ángeles, donde nadie la conocía. En una ciudad tan grande como aquélla, sería difícil localizarla. La madre y la hermana de Manuel vivían allí, así que hallaría la manera de ponerse en contacto con él sin que la detectaran. Si todavía estaba vivo...
— ¿Pau? ¿Te duele la panza?
Ariel. Era imposible engañar a un niño. Su voz irrumpió en sus lúgubres pensamientos.
—No.
— ¿Estás triste? Cuando entraron en su camarote, cerró la puerta y se arrodilló frente a él.
— Siempre es un poco triste cuando tenemos que despedirnos de las personas que amamos. Pero te veré muy pronto.
— ¿Lo prometes?
—Lo prometo. Mientras tanto, voy a darte estas fotografías. —sacó algunas de las instantáneas que guardaba en su cartera y se las pasó—. Siempre que mires a tu mamá, verás mi cara junto a la suya. Así no me olvidas.
—Te daré una de mis fotos —sacó su paquete—. ¿Quieres ésta? Salimos Pepe y yo
—Sí, ésa es exactamente la que quiero — la tomó con una mano trémula y se la metió en el bolso— Gracias, Ariel —lo rodeó con los brazos y lo estrechó con fuerza— Eres un niño maravilloso Y tienes mucha suerte, porque hoy Pedro y Erica van a enseñarte Atenas.
Cuando lo soltó y se puso en pie, Ariel dijo:
—No sé si le caigo muy bien.
—Estoy segura de que eso no es cierto. Algunas personas no hablan mucho al principio. Dale una hora o dos y os haréis amigos —se volvió y miró a su alrededor—. Bueno, ya se han llevado mi equipaje, así que será mejor que me vaya. Vamos. Acompáñame al ascensor.
Ariel tomó su mano. Al día siguiente tomaría la de Caro. Eso era algo que Paula no podía esperar a ver. Y Pedro estaría allí...
La llamada a la puerta del camarote hizo que Pedro volviera la cabeza.
— No contestes, querido; susurró Erica, buscando sus labios—. No hemos tenido un minuto para nosotros desde que he subido a bordo.
—Es Ari. Tengo que dejarlo pasar. «Quiero dejarlo pasar. Que Dios me ayude, pero todavía no me apetece besarte. Necesito tiempo para comprender qué me está pasando». Soltó sus hombros con una mezcla de culpa y alivio y cruzó la estancia.., no sin antes percibir el destello de furia en sus ojos.
— ¿Señor Alfonso? Me alegro de que todavía esté aquí —para sorpresa de Pedro, no era Ariel, sino la señora DeMaio en silla de ruedas—. No podía irme sin darle las gracias por las flores y la fruta. La culpa la tuve yo al caerme, por eso no podía aceptar el vale que me dio para otro pasaje gratis el próximo año. No me parecía bien.
—Los accidentes ocurren, señora DeMaio. Cuando se recupere, me gustaría que hiciera otro viaje con Líneas Alfonso para que tuviera un recuerdo más agradable.
—Es usted muy amable. Por favor, acepte este pequeño regalo. Es un CD. Tengo otro para Paula. Verá, mi marido era brasileño y tenía una voz preciosa. Su banda hizo grabaciones de muchas canciones de amor portuguesas. Creo que a los dos les gustaría escucharlas.
La señora DeMaio no imaginaba que sus palabras podían dar motivos a Erica para preguntarse qué había pasado exactamente en aquellos siete días entre él y una de las «amigas» de Federico.
—Gracias. Estoy seguro de que nos encantarán.
—Paula ha sido un ángel, pero usted ya lo sabe. Cuando me rompí la pierna, no podría haber sobrevivido las primeras veinticuatro horas sin su ayuda. Por favor, asegúrese de que recibe esto. He adjuntado una nota con mi nombre y dirección. Dígale que nunca la olvidaré.
Pedro inspiró profundamente.
—Puede estar segura de que le haré llegar el regalo y el mensaje. Disfrute del resto de sus vacaciones. No más cruceros en mitad del invierno.
—No —su risa cálida reverberó por todo el pasillo mientras se alejaba.
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