—Hemos detenido a los americanos, pero se niegan a hablar. Los retendremos sin posibilidad de que sean extraditados a los Estados Unidos hasta que estés listo para investigar la muerte del padre de despinis Chaves.
—Son buenas noticias, pero tengo que saber si has visto a Paula y a Ariel.
—Todavía no. Estamos registrando el barco.
— Llegaré enseguida.
Hasta que estuvieran a salvo, no volvería a conocer un momento de felicidad. De cualquier modo, no lo haría después de haber visto a Fede entrar en la habitación de Paula en mitad de la noche. Al ver que no salía inmediatamente, había salido de la casa a dar un largo paseo. No podía soportar la idea de lo que pudieran estar haciendo. Aquella mañana a primera hora, había vuelto a la villa en busca de su cartera, y al poco de marcharse en coche había recibido una llamada de teléfono de la policía en la que le notificaban que Ariel había sido secuestrado y que Paula había desaparecido. La angustia le había descuartizado el alma.
Pedro apagó su teléfono móvil y le indicó al capitán del barco de policía que se acercara al yate. La inteligencia griega había informado de que era propiedad de una compañía perforadora americana con una filial en Grecia. Al parecer, habían visto a un hombre de la descripción de Marcos Dodd ha bordo. Llevaba varios días en Grecia y ello implicaba que conocía el paradero exacto de Paula. Por otro lado, Juan había informado a Pedro de que Paula había ido a la taberna y de allí a la playa de Batsi a alquilar un hidro pedal Cuando alertó a las autoridades, todas las piezas encajaron. Después, les había contado a Caro y a Fede la verdad sobre la persecución de Marcos Dodd. En un momento emotivo, Fede se había venido abajo, alegando que todo era culpa suya. Mientras había estado en el bar bebiendo con su amigo, uno de los hombres de Dodd debía de haber oído su conversación, y seguramente por eso conocían su plan de ir a pescar con Ariel al día siguiente. Pedro nunca lo había visto tan abatido.
— Ya hemos llegado, señor Alfonso.
—Efcharisto.
Pedro se acercó al borde de la cubierta y luego saltó a las escaleras que conducían a la cubierta del yate, que era un hormiguero de policías de distintas fuerzas. Se dirigió al jefe.
— ¿Los han encontrado ya?
—No —fue la lúgubre respuesta—. Hemos registrado todos los camarotes y están vacíos. En la bodega había rastro de ellos.
—Entonces empecemos a buscar en todos los armarios de limpieza y almacén hasta que los encontremos. «Tienen que estar vivos. Me niego a creer lo contrario».
Diez minutos más tarde, todavía no los habían encontrado. Pedro se sentía como si tuviera una piedra en el estómago. Recorrió la cubierta, escrutando cada centímetro. Cielos, ¿Dónde estaban? Al volverse para registrar otra vez el barco, recordó que aquel yate tenía la misma escalera en un extremo que algunos de los yates Alfonso, con un pequeño almacén oculto detrás para las cuerdas. Se accedía a él por una puerta que se cerraba con un cerrojo en la parte baja. Con un sentimiento asfixiante en el pecho, se dirigió corriendo a la escalera, seguido del jefe de policía y algunos de sus hombres. Cómo no, allí estaba. El cerrojo.
—Podrían estar aquí dentro. Ilumina la entrada, jefe.
Murmurando con sorpresa porque sus hombres lo hubieran pasado por alto, el jefe sostuvo su linterna mientras Pedrfo descorría el cerrojo y abría la puerta. Tuvo que ponerse en cuclillas para mirar dentro. Hubo un movimiento inesperado. Percibió el brillo de un pelo rojo dorado antes de que Paula levantara la cabeza. Su cuerpo cubría al de Ariel, protegiéndolo.
—Marcos, canalla —gritó—. Tendrás que matarme a mí primero para ponerle las manos encima.
En aquel momento, Pedro amó más a Paula Chaves de lo que había amado a nadie en toda su vida.
—Dodd y sus secuaces van camino de la cárcel griega, Pau—dijo en una voz apenas controlada—. Ya no tienes que tener miedo.
— ¡Pepe! — El chillido de alegría de Ariel vibró por todo el yate, enterneciendo su corazón—. ¡Sabía que vendrías!
—Gracias, Pepe. Gracias —oyó su trémulo susurro antes de que se apartara para dejar salir a Ariel.
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