domingo, 16 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 29

— ¡Es una sorpresa! Le dije a Pepe lo que te gustaba para desayunar y se lo ha dicho al cocinero.

Para  deleite  de  su  sobrino,  los  ojos  azules  de  Paula se  abrieron  con  asombro  y  su  estómago rugió mientras rodeaba la mesa para examinarlo todo. Con  el  barco  anclado  en  el  muelle,  ya  no había  más  movimiento.  Mientras  Ariel  la  seguía, Pedro contempló la figura esbelta pero voluptuosa de Paula. Llevaba un traje de punto, y el contraste del color azul pálido con su pelo rojo dorado era arrebatador. Estaba a la vez elegante y natural. Lujosa. Saludable. Hermosa. Todo en ella era de un gusto insuperable. Pero había algo más. Tenía una bondad y una compasión que raras veces había  visto  en  otras  personas.  No  podía  evitar  desear  que  el  crucero  acabara  de  empezar.

—Déjame ver. Huevos revueltos muy hechos, empanada de carne, zumo de melocotón, tostadas  con  mantequilla y  mermelada  de  ciruela  —de  repente  giró  en  redondo,  elevando los brazos con un gesto expansivo—. ¡Te has acordado de todo! — Levantó a Ariel del  suelo  y  le  dió  un  fuerte  abrazo—.  ¡Es  la  mayor  sorpresa  que  me  han  dado  nunca!

— ¿De verdad? La expresión en sus ojos se suavizó.

—Nunca te mentiría. Eres un chico muy especial. Igual que tu madre, dulce y amable.

Ella también es muy especial.  Después de darle un beso en lo alto de la cabeza, lo dejó en el suelo.

 -¿Atacamos este festín? No sé vosotros, pero yo me muero de hambre.

— ¿Estamos hambrientos, ¿Verdad, Pepe?

— Siempre.

Mientras  Ariel  ocupaba  su  asiento,  Pedro la  ayudó  a  sentarse.  Incapaz  de  resistirse,  le  rozó con la mano las puntas de sus cabellos, que se curvaban junto a su cuello. Desde la tarde en la que le había pedido que entrara en su despacho, la urgencia de tocarla, de explorar  su  piel  cremosa,  se había  convertido  en  una  necesidad  que  apenas  podía  controlar. Mientras  se  sentaba  a  comer, pensó  que  un  hombre  tenía  diversos  apetitos.  Estaba  apunto de satisfacer uno. En cuanto al otro...

— ¿Pedro? —alguien  llamó  a  la  puerta  e  intentó  entrar.  Pedro  frunció  el  ceño.  Era  la  voz de Erica—. Déjame pasar, cariño.

Dos pares de ojos interrogantes se posaron en él. En un instante, el sentimiento gozoso de  hacía  apenas  unos  momentos  se  había  desvanecido.  Ni  Ariel  ni  Paula tenían  dudas  sobre  la  identidad  de  su  visitante.  Bajaron  la  cabeza  y  continuaron  tomando  su  desayuno en silencio.

Por  primera  vez  en  su  relación  con  Erica,  su  prometida  había  hecho  algo  totalmente inesperado. Al reconsiderar su amenaza de no ir al muelle, su presencia en la puerta de su camarote revelaba una ansiedad que no había detectado antes. Por el bien de Ariel y Caro, debería sentirse aliviado por aquella posibilidad, pero, aparte del resentimiento por la irrupción, no sentía nada... y la falta de emoción lo alarmó.

—Disculpenme —dejó  su  servilleta  sobre  la  mesa  y  se  levantó.  En  cuanto  abrió  la  puerta,  Erica  le  rodeó  el  cuello  con  los  brazos.  Nunca  se  había  dado  cuenta  de  lo  alta que    era.    Desde  que  Paula entrara    en    su    vida,    había    empezado    a    hacer    comparaciones... incluso algunas tan triviales como aquélla.

— ¡Cariño! Perdóname por aquella horrible llamada de teléfono. Debería haber viajado contigo. Te he echado de menos.

Para su pesar, Pedro no podía decirle lo mismo y sentirlo. Lo único que pudo hacer fue sacarla al pasillo y besarla, confiando en poder así encender una pequeña chispa que le indicaría que su falta de respuesta era sólo temporal.  Finalmente, Erica se apartó y sus ojos castaños escrutaron los suyos.

—He hecho más daño del que pensaba, ¿Verdad?

-Hablaremos más tarde, Erica. Por si no te habías dado cuenta, no estamos solos.

Frunció el ceño.

— Acabo de hablar con el camarero. Me ha dicho que Ariel está en el camarote contiguo al tuyo.

—Duerme allí, pero ahora mismo está desayunando conmigo y una invitada.

 -¿Qué invitada?  

—Pasa y te la presentaré.

Pedro  temía  el  momento  en  el  que  Erica  posara  los  ojos  sobre  Paula.  La  culpabilidad  era  un sentimiento  nuevo  para  él,  pero  no  tenía  otro  nombre.  Estaba  seguro  de  que  durante el crucero, Paula no se había percatado de sus sentimientos, pero reconocía la importancia de sus propias reacciones. Aunque no había sido infiel a Erica de obra, sí de pensamiento. ¿Cómo  podía haber  pasado  toda  una  semana  a  bordo  de  un  barco  disfrutando  de  la  presencia de otra mujer cuando debería haber echado de menos a Erica? ¿Qué clase de hombre era?  No tenía la respuesta a aquella pregunta. Con desgana, condujo a Erica al interior de la estancia. Al sentir su tensión, supo que había visto a Paula.

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