— ¿Cree que me perdonará?
—Si le cuenta lo mismo que a mí, no tengo la menor duda.
Pedro no era el ogro que Federico le había hecho creer. De hecho, no se parecía en nada al déspota que había conjurado en su mente y apenas podía disimular su perplejidad.
—Entonces, ¿Me dará su número de teléfono?
Parecía estar tramando algo.
— ¿Cuándo piensa ir a Suiza?
—Mañana por la noche.
— ¿Alguna vez ha viajado en barco? « ¿Qué?»
—Muchas veces.
— ¿Se marea?
—No, ¿Por qué me lo pregunta?
—Porque mi prometida y yo partimos para Grecia en uno de los cruceros de nuestra compañía el Neptuno. La invito a que nos acompañe.
¿Prometida? Las pesquisas de Carlos no habían revelado aquel dato en particular. Por alguna razón inconsciente, la noticia la decepcionó. La única persona de la que debía preocuparse era Federico. Mientras él no tuviera prometido, su plan de convertirse en su esposa seguiría siendo viable.
—No podría forzar mi presencia de esa manera. Además, ya he comprado mi billete de avión.
—Me aseguraré de que la compañía aérea le devuelva el dinero.
¿Una semana entera en un barco con Pedro Alfonso donde nadie podría encontrarla ni seguir sus pasos?
—Está bien, pero sólo si acepta quedarse el dinero.
—Una invitada no paga, señorita Chaves... Paula. Cuando desembarquemos en Pireo, lo dispondré todo para que vayas a Andros y te reúnas con Caro. Yo pasaré la noche en Atenas y me reuniré con ustedes al día siguiente. Así podrás hablar con Caro y explicarle por qué rompiste su amistad. Te perdonará e insistirá en que te quedes.
«Tal vez». —Parece un sueño. Gracias —dijo en voz baja.
—Es lo menos que puedo hacer para rectificar el dañó que Fede infligió.
—Por favor, olvide el pasado. Si se lo preguntara a Fede, seguramente ni siquiera lo recordaría.
—Eso es lo que me preocupa —murmuró.
—Por favor, señor Alfonso... Pedro. Olvídalo. Le pediré a Caro que haga lo mismo. Fede cometió un error, pero tiene muchas buenas cualidades. No querrás que esto cause una ruptura en la familia.
Sus ojos negros la observaron mientras sopesaba sus palabras.
—Tienes razón. Gracias por recordarme que necesitamos mantenernos unidos, no separados —Paula se relajó al oír sus palabras. Pedro continuó hablando—. Cuando salgas de aquí, un coche te estará esperando fuera para llevarte a tu hotel. El conductor esperará a que hagas las maletas y luego te conducirá al muelle, donde te harán pasar a bordo y te llevarán a tu camarote. Te llamaré por teléfono y cenaremos juntos.
—Gracias otra vez. Todo suena maravilloso.
Se estrecharon la mano. Paula todavía sentía el calor y la fuerza de sus dedos tiempo después de que la limusina de la compañía Alfonso la condujera a su hotel a través del tráfico intenso de la tarde. Carlos había tenido razón al sugerir que se enfrentara directamente al hermano mayor de Caro. Era el soporte moral de la familia. Gracias a él, podría reunirse con ella y en algún momento, Federico haría su aparición. El resto dependería de Paula y de su habilidad para hacerle olvidar a las demás mujeres de su vida. Mientras tanto, disfrutaría de siete días gloriosos a salvo en el océano en compañía de Pedro Alfonso. «No te olvides de su prometida» susurró una vocecita molesta en su interior.
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