— ¿Es muy mayor?
—Como Analía y Germán.
— ¿Cuánto es eso?
—Cuarenta y cinco.
— Pepe ¿Cuántos años tienes?
—Treinta y cinco.
—Yo tengo cinco.
—Lo sé. Dentro de poco cumplirás seis.
—Analía dice que voy a tener una gran sorpresa para mi cumpleaños. ¿Sabes cuál es?
«Ari, Ari. Te pareces tanto a tu madre, que no puedo esperar a veros juntos».
—Si te lo dijera, no sería una sorpresa, ¿Verdad?
— ¿Me gustará? —Creo que te gustará más que ningún otro regalo en el mundo.
— ¿Más que mi barco?
Pedro rió entre dientes. La réplica en forma de juguete de uno de los trasatlánticos Alfonso que le había regalado por su último cumpleaños había sido todo un acierto.
—Mucho más. Está bien, ya hemos llegado. Las puertas se abrieron a un vestíbulo posterior que conducía a la suite que estaba en lo alto del Edificio Alfonso. Con Ariel de la mano, abrió la entrada privada a su despacho. Su secretaria los estaba esperando.
—Señor Alfonso. Me pareció oír el ascensor.
— ¿Señora Karina? Éste es mi ahijado, Ariel.
—Hola, señora Karina. Encantado de conocerla —el niño le tendió la mano.
—Yo también me alegro de conocerte — contestó su secretaria, cautivada por los modales de Ariel —. He oído hablar mucho de tí. Tu padrino dice que eres un niño maravilloso.
—Gracias. Pepe dice que eres muy simpática.
Los dos compartieron una sonrisa por encima de la cabeza morena de Ariel.
—Ven a mirar la ciudad por las ventanas de mi despacho, Ariel. Se ve todo Nueva York.
Ariel lanzó a Pedro una mirada recelosa. Aquélla era una experiencia nueva para el chico, nunca se había separado de Pedro al salir con él.
—Estaré aquí mismo por si quieres preguntarme algo, Ari.
La tensión abandonó su rostro. El rostro de Caro. Sin decir una palabra, Ariel le dió la mano confiadamente a la señora Karina y juntos salieron de su despacho, cerrando la puerta. En circunstancias normales, habría llevado a Ariel a Grecia en el avión de la compañía, pero nada era normal en lo referente a aquel asunto.
Antes de irse de Atenas, le había hablado a Erica de Ariel. Había imaginado que se sorprendería con la noticia, pero no su reacción explosiva. Entre otras cosas, lo había acusado de no amarla. Pedroo había intentado hacerle comprender, sin éxito, que se trataba de Carolina y Ariel, pero Erica se veía como la parte ofendida. Por eso había planeado el viaje de regreso a Grecia en barco, y le había pedido que los acompañara. El crucero le daría el tiempo suficiente para familiarizarse con el niño, y sin duda acabaría adorándolo. Hacia el final del viaje, le explicaría que una boda por todo lo alto en Atenas, con la publicidad consiguiente, podría poner en peligro el proceso de adopción. De modo que se casarían en privado en Andros, como él siempre había querido.
En cuanto a Ariel, ya había oído hablar de Erica y no parecía importar que tuviese que compartir su afecto con ella. Era un niño cariñoso, lo mismo que su madre. Y pronto sería otro miembro más de la familia. Con aquel pensamiento esperanzador, hizo un esfuerzo para concentrarse en el trabajo. Media hora más tarde, su secretaria lo llamó por la línea interior.
—,Sí, ¿señora Karina? ¿Ari se encuentra bien?
—Perfectamente. Perdone que lo moleste, pero hay una tal señorita Chaves en recepción que desearía hablar con usted antes de su marcha. —No pensaba recibir a nadie.
—Me hago cargo.
En realidad, está intentando ponerse en contacto con su hermana. Al parecer, eran amigas en el internado de Suiza, pero perdieron el contacto. ¿Quiere que le dé el número de teléfono y la dirección de Caro? Pedro frunció el ceño al recordar aquel periodo horrible después de que Caro renunciara a su bebé. No sólo habían sido unos meses sombríos para todos, sino que Caro no había trabado amistad con nadie en el internado. Salvo con una joven... Rosalía, o algo así. ¿O era Ruth?.
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