—Si me disculpas —susurró con voz ferviente—, quiero telefonear a Carlos Gordon antes de acostarme. Sé que tu servicio de seguridad ya se ha puesto en contacto con él, pero hay algunos asuntos personales de los que me gustaría hablar con Carlos.
—Adelante. Yo me quedaré levantado esperando a Fede. Buenas noches.
—Buenas noches, Pepe.
Pedro se deleitó contemplando sus piernas moldeadas mientras subía rápidamente las escaleras. Emanaba energía suficiente para contagiar a todo un grupo de personas. Anhelaba poder sentir aquella energía toda para sí.
Paula llegó a su habitación casi sin aliento. En cuanto cerró la puerta, se recostó en ella. «Estoy en apuros. Después de cómo besé a Pedro hace un rato, va a saber que estoy enamorada de él. ¡Esto no entraba en el plan! No puedo volver a cometer ese error. Tengo que asegurarme de estar siempre rodeada de gente» Cargada de adrenalina, se dio una ducha, se preparó para acostarse y llamó a Carlos por teléfono. No estaba en su despacho, así que dejó un mensaje diciendo que volvería a intentarlo al día siguiente. Todavía agitada, se metió en la cama con un libro pero no pudo concentrarse. Renunció a mirar las páginas y encendió la televisión para que el ruido ahogara los latidos frenéticos de su corazón. Diez minutos después, la apagó. Ya casi se había quedado dormida cuando oyó que llamaban suavemente a la puerta. No podía ser Caro, que habría entrado inmediatamente después. Volvieron a llamar.
— ¿Ariel? —Preguntó, y se incorporó en la cama—. Entra, cariño.
—Es la invitación más amable que me han hecho en mucho tiempo.
Fede. Entró y cerró la puerta.
—Siento no ser Ariel. ¿Tiene por costumbre despertarte?
Paula se cubrió hasta la barbilla con las sábanas.
—No, claro que no. Tuvo una pesadilla una vez en el barco y vino a mi habitación porque Pedro estaba dormido.
—Entiendo —fue su comentario pensativo—. Salí a tomar una copa con un viejo amigo del colegio y he regresado más tarde de lo que pensaba. Sé que ya son casi las doce, pero esperaba que pudiésemos hablar a solas... Si no te pido perdón ahora, seguramente no podré reunir otra vez el valor de hacerlo.
Una visita de Fede a medianoche, y dispuesto a disculparse, era lo último que Paula habría esperado. Había supuesto que preferiría la compañía de Pedro.
— ¿Te importa que esté en tu habitación?
—No. Pero abre la puerta, de lo contrario no estaría bien visto. Rió suavemente mientras lo hizo.
—Gracias, Paula. No has cambiado. Siempre has sido generosa —murmuró.
Luego, en lugar de buscar una silla se sentó al borde de la cama, junto a ella. Paula se trasladó al extremo opuesto y preguntó:
— ¿Por qué quieres pedirme perdón? Oyó cómo inspiraba profundamente.
—Déjame empezar diciendo que ya me he disculpado ante Caro. Tuvimos una larga charla esta noche. Me lo ha contado todo. Cuando terminó, me sentí como un idiota. No tenía ni idea de que hubiese estado pensando en suicidarse, ni lo crucial que fue tu presencia para salvar su vida. Las lágrimas se agolparon en la garganta de Paula al recordar aquella época dolorosa.
— Y luego tuve que aparecer yo y echarlo todo a perder... como un niño malo que destruye de una patada un castillo de arena. «No era un castillo de arena, Fede, era mucho más importante. Pero supongo que estás haciendo lo posible para disculparte».
— Supongo que lo que me gustaría saber es por qué has tardado tanto en reaparecer. ¿Tanto daño te hice que no has podido enfrentarte a mí hasta ahora?
Paula dobló las rodillas bajo las sábanas.
—El único daño que me hiciste fue herir mis sentimientos, pero ya lo he superado. La ruptura con Caro es otra historia. Pero aunque no hubieras hecho lo que hiciste, su vida y la mía habrían tomado caminos diferentes, y habríamos mantenido nuestra amistad a larga distancia, tal vez pasando unos días al año juntas. Para serte del todo sincera, no pensé demasiado en el pasado, cuando me fui de Suiza. Los años en la universidad me mantuvieron ocupada, y luego estuve viviendo con mi padre en la base hasta que murió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario