Pero incluso en aquel estado, la prometida de su hermano era una mujer impactante con piernas largas y un cuerpo esbelto de modelo. Podía ponerse cualquier cosa y estar magnífica.
— ¿Cuándo ha sido? Pedro está en el barco con Ariel ahora mismo.
—Lo sé. Hablamos antes de que zarparan, hace dos días. Él no cedió, y yo tampoco. Dijo cosas que me perturbaron.
— ¿Pedro?
Las facciones de Erica se pusieron tensas.
—No lo imaginas, ¿Verdad?
—Sí y no. La cuestión es que yo no estoy enamorada de él. Tú sí, y a veces el amor hace que las personas digamos y hagamos cosas que no sentimos. Cuando Fernando no quiso saber nada del bebé, le pegué. Nunca había hecho nada igual en la vida.
Los ojos castaños de Erica permanecieron fijos en Carolina.
—Dime una cosa. Después de que se pelearan y él se fuera, ¿Por qué no dejaste que Pedro hablara con los padres de Fernando? Podría haberlos persuadido para que convencieran a su hijo para volver y asumir sus responsabilidades.
—Cierto. Pero tú misma has dicho que te has peleado con Pedro. ¿Lo desearías si la única forma de recuperarlo fuese que alguien lo obligara?
Los ojos de Erica centellearon.
—No estamos hablando de Pedro.
—Quieres decir que no hubiese importado que yo me casara con un hombre que no me quería —clarificó Carolina.
—Si yo me hubiese quedado embarazada, habría hecho lo posible para que mis problemas no recayesen en los demás.
Con aquel comentario, Erica había revelado su verdadero ser. Carolina siempre había percibido el rencor de ella, pero había creído que se debía a la relación estrecha que tenía con su hermano.
A Erica no le gustaba compartir a Pedro con su familia. Muchas mujeres egoístas eran así.
—Hice lo que debía hacer. Entregué a mi hijo en adopción.
—Pero te aseguraste de que Pedro siempre notara tu sufrimiento.
— ¡Deliberadamente no! — se defendió Carolina.
—Tal vez. Pero ya que ha salido el tema, me gustaría decirte algo. Pedro ha estado viendo a Ariel desde que nació, y lo quiere como a un hijo. ¿No te molesta que el niño se haya encariñado con tu hermano y no contigo?
Con aquella pregunta, Carolina comprendió que la paranoia de Erica era más profunda de lo que había sospechado. Estaba celosa del lugar que Ariel ocupaba en el corazón de Pedro. Aquel hecho no le dolió, pero la entristeció, ya que comprendió que la mera existencia de su hijo había abierto una brecha profunda entre su hermano y su futura cuñada. Por culpa de Ariel, Pedro no había tenido prisa en casarse y aquello debía de haber herido el orgullo de Erica. Tal vez ya le hubiese dicho que tendrían que casarse en secreto en Andros, negándole la oportunidad de hacer ver al mundo que era la esposa de Pedro Alfonso, un título que muchas mujeres habían ansiado durante años. Caro se dejó caer en el sofá que estaba a su lado.
—Mira, comprendo tu dolor, Erica. Yo también he estado debatiéndome con mis miedos. Como Pedro mismo me recordó, la pareja que ha estado criando a Ariel son, en realidad, sus padres. Ariel los quiere, y yo estoy intentando hacerme a la idea de que tendré que compartirlo con ellos.
Los nudillos de Erica se pusieron blancos al presionar el cojín con el puño.
—Me parece que no has pensado a fondo en lo que estás haciendo. Crees que Pedro ha hecho algo maravilloso al impedir que lo adoptaran, ¿Pero estás segura de que será igual de maravilloso para Ariel, que es perfectamente feliz viviendo en Nueva York con los padres que lo han criado?
—Yo también me he estado haciendo esa pregunta —una voz masculina familiar irrumpió en su conversación.
—¡Fede!
Carolina volvió la cabeza con sorpresa.
—Hola, Caro. Erica. Sólo he venido a pasar unas horas en Atenas —cruzó la estancia y les dió un beso a las dos en la mejilla—. No quería escuchar, pero no pude evitar oír lo que estaban diciendo, y tengo que reconocer que Erica tiene razón. A Pedro le gusta jugar a ser Dios con las vidas de los demás, pero tal vez haya ido demasiado lejos en lo relativo a Ariel.
Federico podía ser cruel, pero en aquella ocasión se había pasado de la raya.
— ¿Por qué lo atacas de esa manera? — Caro se había puesto de pie y estaba temblando de pies a cabeza.
— ¿Que por qué? —Inquirió Fede—. Porque estás ciega en lo referente a Pedro. No es infalible, ¿Sabes? Nació de un padre y una madre terrenales, como el resto de nosotros.
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