miércoles, 12 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 24

Pero  incluso  en  aquel  estado,  la  prometida  de  su  hermano  era  una  mujer  impactante  con piernas largas y un cuerpo esbelto de modelo. Podía ponerse cualquier cosa y estar magnífica.

— ¿Cuándo ha sido? Pedro está en el barco con Ariel ahora mismo.

—Lo sé.  Hablamos  antes  de  que  zarparan,  hace  dos  días.  Él  no  cedió,  y  yo  tampoco.  Dijo cosas que me perturbaron.

— ¿Pedro?

 Las facciones de Erica se pusieron tensas.

—No lo imaginas, ¿Verdad?

—Sí y no. La cuestión es que yo no estoy enamorada de él. Tú sí, y a veces el amor hace que  las personas  digamos  y  hagamos  cosas  que  no  sentimos.  Cuando Fernando no quiso saber nada del bebé, le pegué. Nunca había hecho nada igual en la vida.

Los ojos castaños de Erica permanecieron fijos en Carolina.

—Dime  una  cosa.  Después  de  que  se pelearan y  él  se  fuera,  ¿Por  qué  no  dejaste  que  Pedro hablara  con  los   padres  de  Fernando?   Podría   haberlos   persuadido   para   que   convencieran a su hijo para volver y asumir sus responsabilidades.

—Cierto.  Pero  tú  misma  has  dicho  que  te  has  peleado  con  Pedro.  ¿Lo  desearías  si  la  única forma de recuperarlo fuese que alguien lo obligara?

Los ojos de Erica centellearon.

—No estamos hablando de Pedro.

—Quieres decir que no hubiese importado que yo me casara con un hombre que no me quería —clarificó Carolina.

—Si  yo  me  hubiese  quedado  embarazada,  habría  hecho  lo  posible  para  que  mis  problemas no recayesen en los demás.

Con  aquel  comentario,  Erica había  revelado  su  verdadero  ser.  Carolina siempre  había percibido el  rencor  de  ella,  pero  había  creído  que  se  debía  a la  relación  estrecha  que  tenía con su hermano.

A Erica no le gustaba compartir a Pedro con su familia. Muchas mujeres egoístas eran así.

—Hice lo que debía hacer. Entregué a mi hijo en adopción.

—Pero te aseguraste de que Pedro siempre notara tu sufrimiento.

— ¡Deliberadamente no! — se defendió Carolina.

—Tal  vez.  Pero  ya  que  ha  salido  el  tema,  me  gustaría  decirte  algo.  Pedro ha  estado  viendo a Ariel desde que nació, y lo quiere como a un hijo. ¿No te molesta que el niño se haya encariñado con tu hermano y no contigo?

Con aquella pregunta, Carolina comprendió que la paranoia de Erica era más profunda de lo  que había  sospechado.  Estaba  celosa  del  lugar  que  Ariel  ocupaba  en  el  corazón  de  Pedro. Aquel hecho no le dolió, pero la entristeció, ya que comprendió que la mera existencia de su hijo había abierto una brecha profunda entre su hermano y su futura cuñada. Por culpa de Ariel, Pedro no había tenido prisa en casarse y aquello debía de haber herido el orgullo  de  Erica.  Tal  vez  ya  le  hubiese dicho  que  tendrían  que  casarse  en  secreto  en  Andros,  negándole  la  oportunidad  de  hacer  ver al  mundo  que  era  la  esposa  de  Pedro Alfonso, un título que muchas mujeres habían ansiado durante años. Caro se dejó caer en el sofá que estaba a su lado.

—Mira,  comprendo  tu  dolor,  Erica.  Yo  también  he  estado  debatiéndome  con  mis  miedos. Como Pedro mismo me recordó, la pareja que ha estado criando a Ariel son, en realidad,  sus  padres.  Ariel  los  quiere,  y  yo  estoy  intentando  hacerme  a  la  idea  de  que  tendré que compartirlo con ellos.

Los nudillos de Erica se pusieron blancos al presionar el cojín con el puño.

—Me parece que no has pensado a fondo en lo que estás haciendo. Crees que Pedro ha hecho  algo  maravilloso  al  impedir  que  lo  adoptaran,  ¿Pero  estás  segura  de  que  será igual de maravilloso para Ariel, que es perfectamente feliz viviendo en Nueva York con los padres que lo han criado?

—Yo  también  me  he  estado  haciendo  esa  pregunta  —una  voz  masculina  familiar  irrumpió en su conversación.

—¡Fede!

Carolina volvió la cabeza con sorpresa.

—Hola, Caro. Erica. Sólo he venido a pasar unas horas en Atenas —cruzó la estancia y les dió un beso a las dos en la mejilla—. No quería escuchar, pero no pude evitar oír lo que  estaban  diciendo, y tengo  que  reconocer  que  Erica  tiene  razón.  A  Pedro le  gusta  jugar a ser Dios con las vidas de los demás, pero tal vez haya ido demasiado lejos en lo relativo a Ariel.

Federico podía ser cruel, pero en aquella ocasión se había pasado de la raya.

— ¿Por  qué  lo  atacas  de  esa  manera?  —  Caro se  había  puesto  de  pie  y  estaba  temblando de pies a cabeza.

— ¿Que por qué? —Inquirió Fede—. Porque estás ciega en lo referente a Pedro. No es infalible, ¿Sabes? Nació de un padre y una madre terrenales, como el resto de nosotros.

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