Aquello era más que suficiente para ella. Lo abrazó con todas sus fuerzas y dijo:
—Yo también te amo, Pedro Alfonso. Y estaré encantada de convertirme en tu esposa.
Él la besó entonces. Solo se apartaron al oír que se acercaban unos trabajadores. Paula se ruborizó y apoyó la cabeza en su pecho para esconderse.
—Vaya, ahora tenemos espectadores…
—No, es que se alegran por nosotros —dijo, frotándole la espalda—. Pero estoy deseando que terminen la obra y se marchen. Ah, por cierto, hay una cosa que no te he dicho todavía…
—¿Cual?
—Que Fran entra en el trato.
—Faltaría más… es tu hijo. Y lo quiero tanto como a Sofía.
—Noelia está totalmente de acuerdo con compartir la custodia conmigo. Además, va a pasar una larga temporada en Londres y tendrás que cuidar de él, ¿Sabes? Me temo que Fran vivirá con nosotros durante unos cuantos años.
—Sí, lo sé, hablé ayer con ella. Vino a verme.
—¿Como dices?
—Se empeñó en que viniera. Y me dió la dirección por si no la recordaba.
—No puedo creerlo. Nunca entenderé a esa mujer.
—Y yo que pensaba que estaban juntos…
—Pues te equivocaste.
—Lo sé. Pero los ví aquel día en el juzgado y oí sus declaraciones a la prensa.
—Eso lo dijo porque todavía quería volver conmigo. Pero la convencí de que no era posible y de que me había enamorado de tí.
—Tal vez deberías reconsiderarlo. Es una mujer muy bella y de buena familia. Puede ayudarte mucho desde un punto de vista profesional.
Pedro la tomó de los hombros y la miró a los ojos.
—Tú también eres preciosa. Y no necesito la ayuda de nadie. Puedo arreglármelas solo —dijo—. Quiero compartir mi vida contigo y ayudarte a superar tus temores. No tenía intención de volver a casarme, pero has conseguido que cambie de idea. Además, sé que a tu lado puedo conseguir cualquier cosa. ¿Tú no lo crees?
—Por supuesto que sí. Te amo, Pedro Alfonso. Siempre te amaré.
—Entonces, marchémonos a casa.
Pedro la tomó de la mano y entraron en la cabaña que muy pronto se convertiría en su hogar.
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