viernes, 7 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 8

Durante  el  tiempo  que  había  emitido  el  programa  La  dimensión  de  Casiopea,  se habían producido  otros  dos  accidentes  desagradables.  En  uno,  una  pequeña  avioneta  había  derribado la  torre  de  radio  de  Manuel.  En  otro,  otro  avión  había  causado  destrozos  temporales  en  su antena  parabólica.  Por  mucho  que  las  Fuerzas  Aéreas  lo  negaran,  Paula sabía  que  los  altos  mandos  querían  que  Manuel  abandonara  la  radio.

La muerte de su padre le había proporcionado la prueba irrefutable de sus actividades saboteadoras. Desde su muerte inesperada, temía por su valiente ex jefe. Manuel seguía emitiendo la verdad  para una  población  cada  vez  más  numerosa  de  oyentes  que  estaban  hartos  de  mentiras. Antes  de que  Paula se  fuera  de  Las  Vegas,    le  había  hecho  prometer  que  se mantendría  en  contacto con él.  Pero  por  su  seguridad,  así  como  la  suya,  no  se  había  atrevido a establecer contacto con  él desde  su  ingreso  en  el  Instituto  Miguel  Ángel.  Tenía  miedo  de que  pudiera estar  bajo vigilancia,  de  que  le  hubiesen  intervenido  la  línea  de  teléfono  o  interceptado  el  correo.  Su  programa  de  radio  era  el  único  vínculo  que mantenía con él, y hasta eso se lo habían negado. Paula sintió  cómo  la  invadía  la  rabia,  junto  con  el  miedo.  ¿Durante  cuánto  tiempo  tratarían de sabotear el programa de Manuel aquella vez? La  pregunta  la  mantuvo  despierta  el  resto  de  la noche.  A  mediodía  del  día  siguiente,  no pudo soportarlo más y decidió telefonear al café Slot Machine de Las Vegas. Manuel  siempre   desayunaba   allí   después   de   terminar   su   programa.   A veces,   Paula  lo   acompañaba. A todos los que trabajaban en el local les encantaba El mundo de Draco, y Manuel era una celebridad.

Aprovechando  un  descanso  en  su  horario,  Paula salió  del  instituto  y  se  alejó  varias  manzanas   para   llamar   desde   una   cabina.   Después   de   conseguir   el   número   en   información, pulsó las teclas y esperó que alguien respondiera a su llamada.

—Café Slot Machine —contestó una voz masculina.

—Hola, soy una amiga de Manuel Novak. – ¿No sabrá si...?

—Un momento, llamaré a Betty —la interrumpió antes de que Paula pudiera terminar la frase. Paula  detestaba  molestar  a  la  encargada,  pero  tenía  que  averiguar  si  Manny  se  encontraba bien.

— ¿Sí? Soy Betty. Parecía más brusca de lo habitual, seguramente porque estarían abarrotados de clientes a aquella hora.

—Betty?  Soy  Paula Chaves—al  no  oír  ninguna  reacción,  continuó—.  Tal  vez  me  recuerdes mejor como Casiopea. Antes de irme de Las Vegas solía ir al café con Manuel Novak. -
—Claro   que   te   recuerdo,   sobre   todo   por   tus   programas   sobre   los   ovnis.   ¡Eran   estupendos! Lo de Manuel  es una pena. Era una leyenda. Vamos a echarlo de menos. La voz de Rachel se volvió gélida.

—Llevo tiempo sin hablar con él. ¿Qué le ha pasado a Manuel?

— ¿No lo sabes? Ha tenido un ataque al corazón y ya no puede seguir con el programa. El pobre se ha tenido que ir a vivir con unos parientes suyos a California. «Dios mío».



— ¿Qué planes tienes para las vacaciones, Fede?

A juzgar por el tono de voz de Carolina supo lo que seguiría y deseó estar a kilómetros de distancia de  Atenas.  Pedro ya  había  despachado  al  ama  de  llaves  para que  la  familia  pudiera hablar en privado. Salvo que sus hermanos no se hablaban. Pedro hacía las preguntas que su padre habría hecho de haber estado presente. Federico daba respuestas sucintas y bruscas.

— ¿Tenemos que hablar de eso justo ahora?

—Creo  que  sí.  No  falta  mucho  para  diciembre.  Voy  a  hacer  hueco  en  mi  agenda  y  confiaba en que tú hicieras lo mismo.

Federico  yació otra taza de café.

—Tengo  carreras  programadas  hasta  mediados  de  diciembre,  y  luego  varias  sesiones  de fotos para Brousillac en Chamonix.

—Pero vendrás a casa en Navidad para ir a misa con la familia.

—No estoy seguro.

—Es importante que mantengamos la traición de nuestros padres.

— ¿Y si no puedo venir? —lo desafió.

Carolina se estremeció y detestó aquellos momentos en los que Federico se ponía difícil.

—Entonces  supongo  que  tendremos  que  ir a  verte.

Pedro nunca  mordía  el  anzuelo  que  Federico  le  echaba.  Carolina quería  a  sus  dos  hermanos, pero  vivía  atemorizada  por  Pedro y nunca quería averiguar qué pasaría si le hacía enfurecer.

—Fede, antes de que te levantes de la mesa, hay un asunto que quiero tratar con Caro y me gustaría que estuvieras presente, ya que te afectará a tí también.

Intrigada, Carolina se volvió hacia él.

— ¿Han  fijado Erica y tú la fecha para la boda?

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