— ¿Y la creíste? —le espetó Erica.
— ¿Qué otro motivo podía tener?
—Caramba, volver a ver a Fede, por supuesto. Lo reconoció delante de nosotros.
—Lo hizo porque no quería hablar de Caro delante de Ariel.
—Pepe, ¿Estás tan cegado por tu amor por Ariel que no puedes ver que el patito feo se ha convertido en un hermoso cisne? Si yo fuera Paula y hubiese oído decir a Fede esas cosas horribles sobre mí volvería a verlo aunque sólo fuera para vengarme.
—Paula no es así.
—Todas las mujeres lo son. No te olvides que lo adoraba, tenía posters suyos en la habitación.
Y Caro estaba a su lado para darle los detalles íntimos sobre su famoso y atractivo hermano. Por razones que no quería analizar, Pedro esperaba que la teoría de Eleni fuera totalmente errónea.
—Bueno, tal vez esté en Andros ahora, pero se va a llevar una decepción si espera que Fede se presente.
— ¿Sabes algo sobre los planes de Fede que yo no sepa?
—Sólo que no quería estar presente para los fuegos artificiales si no hacías lo correcto, es decir, dejar a Ariel en Nueva York, donde está su hogar.
Saber que Fede no tenía intención de ir a Andros en un futuro próximo era la única buena noticia que Pedro había oído en todo el día.
—Da la casualidad de que estoy de acuerdo con él, Pepe.
—Lo has dejado bien claro —repuso él apretando la mandíbula.
—Entonces tal vez tengas que comprender algo más. Si permites que Ariel viva con su madre, no me casaré contigo. La habitación reverberó con su amenaza.
—Eri, ten cuidado con lo que dices.
—No me apetece seguir teniendo cuidado. Sin mí, no podrás casarte, así que no podrás conseguir la custodia de Ariel. Así sabremos a quién amas de verdad.
—Esto no es un concurso, Eri.
— ¡Sí que lo es!
Giró sobre sus talones y salió corriendo de la habitación y de la casa, sollozando. Pedro no fue tras ella. Iba a llevar a Ariel a reunirse con Caro al día siguiente. Erica ya había hecho amenazas antes, así que no le sorprendería que llamara al día siguiente por la mañana y le dijera que iría a Andros con Ariel y con él. Pero si había alguna posibilidad de que lo que había dicho fuera en serio, se alegraba de haberse puesto en contacto con Costas. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera preciso para asegurarse de que Caro pudiera reclamar legalmente a su hijo.
— ¿Qué crees que debería ponerme para recibirlo? ¿Un vestido? ¿Una falda y una blusa? ¿Unos vaqueros?
— Supongo que depende de lo que vayas a hacer con él cuando llegue.
Los pensamientos de Paula regresaron a los días en el barco con Pedro y Ariel. Se lo habían pasado tan bien tratando de jugar a la rayuela. Como el mar estaba agitado, muchas veces acababan cayendo sobre cubierta. Ella nunca había reído con tantas ganas. Cuando relató el incidente a Caro, su amiga dijo:
—Después de lo que acabas de decirme, sé que parecerá extraño que nos quedemos en una habitación hablando. Creo que lo llevaré de paseo a la playa.
—Eso es exactamente lo que yo haría. Ponte unos vaqueros y un jersey. Le encantará ver que su madre parece tan joven y accesible. No tendrá miedo de mancharse.
—Oh, Pau —gimió—. Estoy tan emocionada que creo que voy a enfermar. ¡Estará aquí de un momento a otro! «Y Pedro también».
—Lo sé. Yo también estoy nerviosa, así que imagino cómo te sentirás tú.
Paula se sentó sobre la cama en la habitación de Caro. Era cómico ver cómo su amiga se movía de un lado a otro mientras se vestía. No había cambiado mucho desde Suiza. Seguía siendo desordenada. Estaba encantada de volver a estar con su mejor amiga. Habían hablado hasta las cuatro de la mañana, compartiendo recuerdos y poniéndose al día sobre lo ocurrido en los últimos seis años. Pero aparte de eso, Paula había preferido no contarle nada a su amiga. En pocos días volvería en avión a los Estados Unidos. Caro no necesitaba conocer el plan inicial de venganza de ella ni el terror provocado por los enemigos de su padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario