Su rostro se iluminó, provocando una transformación completa.
— ¡Sí! Dice que ahora puede ocuparse de mí. Quiere que viva con ella todo el tiempo porque me quiere. ¿Y sabes una cosa?
— ¿Qué?
— ¡Pepe es el hermano de mamá! Y tiene otro hermano, el tío Fede, que va a enseñarme a esquiar.
—Eso suena maravilloso. ¿Le dijiste a tu madre que querías vivir con ella más que nada en el mundo?
— No — su rostro feliz se ensombreció—. Tenía miedo.
—Porque pensabas que cuando Erica lo supiera, no se casaría con Pedro, y no quieres que él se sienta mal.
Ariel volvió a asentir.
—Pero no se lo digas a mi mamá.
El trauma de estar dividido de aquella forma podía ser fuerte para un adulto, y mucho más para un niño inocente que sólo quería amar y ser amado.
—Ven aquí, cariño —lo colocó en su regazo y lo abrazó, meciéndolo durante largo tiempo.
Paula anhelaba el consuelo tanto como él. ¿Pero qué tenía que ver el deseo de Caro de vivir con su hijo con la decisión de Erica de casarse con Pedro?
—Hablaré con tu madre de esto. Tú quédate aquí. Iré a buscarla y le diré dónde estás. Si no le importa, los tres podemos cenar en mi habitación. Haremos una fiesta.
— ¡Genial!
—Encenderé la tele. Quédate viéndola mientras viene a buscarte, ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Apenas había cerrado la puerta de su habitación cuando vió a Caro con expresión abatida a pocos pasos de distancia. Su amiga estaba agonizando, y no era de extrañar. Ariel no le había dicho todavía que quería vivir con ella, sino que había huido con una excusa vaga. Corrió hacia su amiga y le rodeó los hombros con los brazos.
—Todo va a salir bien, Caro, te lo prometo. Ariel te adora, pero hay un problema que resolver primero con pedro. No tiene nada que ver contigo, te lo juro. Ahora mismo te está esperando en mi habitación. Le dije que si te parecía bien, podríamos cenar juntos los tres allí esta noche. Lávate la cara y ve a verlo.
Caro gimoteó al tiempo que asentía.
— ¿No puedes decirme cuál es el problema?
—No. Ariel me hizo una confidencia. Tengo que hablar con tu hermano, sólo él puede arreglar este asunto.
—Está abajo en el patio cubierto, con Erica.
— ¿De modo que ya ha llegado?
—Sí, hace unos minutos. Están tomando una copa.
—Me temo que esto no puede esperar — le dijo, y después de un rápido apretón se alejó por el pasillo.
— ¿Señor Alfonso? Ante aquella interrupción, Erica emitió un sonido de protesta. Pedro, en cambio, se volvió hacia el ama de llaves con alivio. Apenas hacía unos minutos que Erica había llegado y su conversación ya se había convertido en una batalla suscitada por los celos.
— ¿Sí, Melina?
— ¿Podría hablar un momento con usted? Volvió la cabeza para mirar a Erica.
— ¿Por qué no vas al salón y te calientas junto al fuego mientras yo averiguo lo que quiere? Más tarde, después de la cena, seguiremos hablando —creyó que iba a protestar, pero pareció pensarlo mejor y se limitó a asentir—. Prometo no tardar —la tomó por los hombros, le dió un beso en la frente y siguió a Melina a través del umbral hasta el pasillo.
—La señorita Chaves quiere hablar con usted. Lo espera en la biblioteca. Por precaria que fuese la situación con Erica, no pudo contener los fuertes latidos de su corazón al oír que Paula lo estaba esperando.
—Efcharisto, Melina.
En pocos pasos, entró en su habitación favorita y cerró la puerta. Paula estaba de pie delante de los cuadros, pero se volvió al oírlo. El fuego ardía en la chimenea y su pelo brillaba como una llama. Pero su mirada nunca había sido más solemne.
Muy buenos capítulos! Esa Erica merece desaparecer de una vez! Ojalá Pedro se la saque pronto de encima!
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