miércoles, 5 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 2

— ¿Le importa si la llamo Paula?

—Claro que no.

—Bien.  Entonces,  por  favor,  llámame  Carlos.  Como  me  asignaron  tu  caso  hace  varias semanas, creo que ya te conozco y preferiría dejar a un lado las formalidades.

Paula lo miró con sinceridad.

—Y  tanto  que  soy  un  caso.  Peso  veinte  kilos  de  más,  como  puedes  ver.  He  estado deprimida,  sin  dormir  ni  comer  mucho.  El  doctor  Rich,  la  persona  que  me  habló  del programa,  no  me  dijo  gran  cosa,  pero  al  principio  pensé  que  el  instituto  debía  de  ser  una clínica de adelgazamiento sofisticada. De primeras, su consejero le había parecido. Bastante benigno y jovial, pero su mirada sagaz parecía desafiar su afirmación.

—El  instituto  puede  ser  lo  que  tú  quieras.  Si  lo  que  quieres  es  ganar  o  perder  peso,  te ayudaremos  a  conseguirlo.  Pero  la  vida  es  más  complicada  que  todo  eso,  como  bien  sabes. Si te pones en mis manos, te ayudaré a tomar las riendas de tu vida —rió entre dientes—. Parece contradictorio, lo sé, pero puedo mostrarte el camino. Te enseñaré las técnicas necesarias para que te sientas más segura de tí misma, aprendas a organizarte y a conseguir lo que quieres.

—Bueno —Paula le brindó una sonrisa fugaz—, sé que no eres mi hada madrina, pero es obvio que estoy aquí para cambiar.

— ¿No leíste la afirmación inicial?

— Sí. Decía que hay una persona hermosa y completa dentro de mí esperando salir a la superficie, y que el instituto va a ayudarme en ese proceso.

—Pero no te lo crees.

—Digamos que me gustaría creerlo, pero la verdad es que mi médico sabía que estaba deprimida.  Tal  vez  pensó  que  si  pasaba  aquí  algún  tiempo  perdiendo  peso,  lo  superaría.

—La  depresión  enmascara  el  enfado.  Eres  una  joven  muy  rencorosa, Paula.  Es  evidente  que  estás  lo  bastante  enfadada  como  para  gastar  una  buena  suma  de  dinero  en embarcarte en un nuevo viaje. Saquemos el máximo provecho a esta oportunidad.

Al contrario que Elena, Carlos Gordon no endulzaba sus palabras. Su aguda observación hizo  que  el rubor  cubriera  sus  mejillas,  pero  Paula lo  admiró  por  su  franqueza.  Instintivamente, supo que era alguien en quien podía confiar.  Paula se quitó las gafas, que sólo utilizaba para leer pero todavía llevaba puestas.

— ¿Cuánto sabes de mí?

—Más  de  lo  que  tú  querrías  que  supiera  —pulsó  un  interruptor  y  se  recostó  en  su  asiento.

 De repente, la habitación se llenó con el sonido de la voz de Paula.

—Antes del año dos mil, pienso convertirme en la esposa de Federico Alfonso.

Carlos paró la cinta y se inclinó hacia adelante.

—Así suena el enfado, Paula. Esto — tomó la detallada solicitud que el doctor Rich le había dado para que rellenara antes de entregarla al instituto — me dice que entre los catorce y diecinueve años estuviste en un internado en Montreux, Suiza. La búsqueda realizada  por  el  departamento  del  instituto  confirma  que  Carolina Alfonso,  la  hija  del  difunto Horacio Alfonso, un conocido y acaudalado hombre de negocios griego, estudió en el mismo colegio contigo durante tu último año allí.

Sorprendida   por   la   cantidad   de   información   personal   que   Carlos   sabía,   Paula   comprendió que había subestimado por completo al instituto.

—Federico Alfonso, su imponente hermano mayor, siempre es noticia. Fue medalla de plata en  las Olimpiadas  de  invierno  en  Chamonix,  en  Francia,  y  desde  que  cumplió  los  treinta  y  dos años  se  ha  dicho  de  él  que  era  el  soltero  más  deseado  de  la  jet  set.  La  prensa del corazón dice que es muy mujeriego, para pesar de su padre.

Paula permaneció  sentada,  conmocionada,  mientras  Carlos  continuaba  deshojando  el  pasado que la ligaba a la familia Alfonso. Se sentía... expuesta.

—Y tú eras una adolescente vulnerable después de que el cáncer se llevara a tu madre y  acabaras estudiando  en  un  internado  mientras  tu  padre  trabajaba  en  el  programa  espacia!.  Aprendiste por  experiencia  que  los  Federicos de  este  mundo  rompen  el  corazón  de las jovencitas. Te rompió el corazón, ¿Verdad, Paula?

«Cielos». Paula bajó la cabeza.

—Sí.

—Quieres vengarte.

—Sí. «Pero quiero que mi venganza acabe en matrimonio».

—Dime qué te dijo o hizo para cambiar tu mundo.

Los pensamientos de Paula volaron a los años que estuvo en Suiza.

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