—Antes del año dos mil, pienso convertirme en la esposa de Federico Alfonso.
Una exclamación colectiva brotó de labios de las doce mujeres que estaban en la sala de reuniones del Instituto Miguel Angel de Filadelfia, en Pennsylvania. La directora, una mujer de mediana edad que se había presentado únicamente como Elena, se colocó las gafas y puso en pie.
—Gracias, Paula. Ahora que cada una de ustedes le ha dicho al grupo la meta que escribió en la solicitud que nos enviaron, empezaremos a trabajar para hacer esos sueños realidad. Abran las carpetas y lean la declaración inicial, donde se establece el propósito de esta institución.
Paula Chaves, de veintiséis años de edad; siguió las indicaciones de Elena, aunque ya sabía qué estaba escrito en la portada. Había hojeado los contenidos mientras las demás compartían sus sueños con la clase.
-La perfección no necesita mejorar, sólo despertar. El genio de Miguel Ángel se basaba en la creencia de que dentro del frío y duro mármol se hallaba la perfección. Su trabajo consistía en desechar con el cincel los elementos innecesarios hasta que la obra maestra aparecía intacta, como un todo perfecto. Como la estatua dentro de la piedra, hay una mujer hermosa y deseable dentro de tí que quiere salir, una mujer saludable física, mental y emocionalmente que no tiene miedo a buscar su destino. El Instituto Miguel Ángel para Mujeres te enseñará las técnicas para tu despertar. Nuestro objetivo es liberarte de la prisión que tú misma te has creado. Te enseñaremos a abrir la puerta y a sacar a la persona hermosa y segura de sí misma que eres, una mujer que es dueña de su vida y que puede hacer realidad sus deseos más arriesgados. Los sueños de todas eran bastante arriesgados, pensó Paula con ironía. Ninguno de ellos parecía imposible, sobre todo el suyo. Sabía que había sorprendido a las demás; de hecho, era consciente de que su meta era la más extravagante y chocante de todas; pero el instituto, después de aprobar y en algunos casos, modificar el objetivo de cada mujer, prometía resultados... Que por otra parte, eran del todo legales y no podían hacer daño a nadie.
—Como podrán imaginar —dijo Elena—, el despertar no se produce todos los días — durante los minutos siguientes profundizó aún más en la filosofía que sustentaba el programa del instituto—. En conclusión, nuestra cuota es cara y el programa puede abarcar de seis a treinta y seis meses, según los requisitos de cada una. Sin embargo, ninguna de nuestras licenciadas ha cuestionado la cantidad de tiempo y de dinero invertido cuando consiguieron su meta. La lista de famosas que han sido alumnas nuestras os asombraría, pero sus nombres son confidenciales.
Si Paula empleaba con cuidado el dinero que su padre le había dejado, podría permitirse estar apuntada durante seis meses e invertir el resto en asegurar su futuro... al margen de lo que ocurriera.
—Bien, a todas ustedes se les ha asignado un dormitorio individual en el tercer piso. También verán que hemos organizado un horario para ocuparnos de sus necesidades particulares. Cuando acabemos, se dirigirán al despacho que se les indica a cada una. Ahora miren bien, porque no volverán a reunirse en grupo. Cuando salgan de esta habitación, empezará una vida nueva para ustedes. Lo que hagan sólo lo sabrán ustedes y sus consejeros.
El instituto, instalado en una mansión colonial de tres plantas, debía de ser el secreto mejor guardado de Filadelfia.
Durante cuatro años, Paula había cursado allí sus estudios en la universidad y nunca había oído hablar de él. El instituto no se anunciaba. Para que una mujer pudiera alojarse en él tenía que ser introducida por una persona que fuese de la aprobación del instituto y ello constituía el primer paso en el proceso de selección.
En el caso de Paula, había sido su médico de cabecera, el doctor Rich, el que le había hablado de su existencia y había sido su llave de entrada al programa. Durante sus años de universidad, se habían hecho buenos amigos. Al principio había ido a verlo por pequeños problemas médicos y después, Paula se había mantenido en contacto con él y con su esposa. Los señores Rich tenían casi un interés paternal en ella; ella agradecía su apoyo y, en ciertas ocasiones, había acudido a ellos a pedir consejo. Después de la universidad había regresado a Nevada, donde había vivido con su padre hasta su muerte. Perderlo de forma tan inesperada había puesto su mundo del revés. No podía dormir, lamentándose de cuestiones del pasado y temiendo el presente. Finalmente, desesperada, había telefoneado al doctor Rich para pedirle ayuda, a pesar de que estaba a varios miles de kilómetros de distancia. Así fue como le habló del Instituto Miguel Angel y de los milagros que conseguía. Desde luego necesitaría uno...
Siguiendo las instrucciones del horario, salió de la sala de reuniones con las demás y se dirigió al despacho número veinte del segundo piso para su primera cita. Una paternal hombre de corta estatura y pelo entrecano, vestido con traje y corbata, estaba sentado detrás de un amplio escritorio y rodeado de equipo electrónico muy sofisticado. Le indicó que entrara y le pidió que cerrara la puerta. Paula se aproximó y se sentó en una silla cómoda. El techo alto y las cornisas decoradas indicaban que aquella habitación había sido antiguamente un lujoso dormitorio. Pero la tecnología de vanguardia había irrumpido en ella y confería al entorno un aspecto incongruente.
—Señorita Chaves, soy Carlos Gordon — extendió la mano y Paula se la estrechó.
—Hola, señor Gordon.
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