Por el espejo retrovisor, los ojos de Juan reflejaron sorpresa por su destino, pero se limitó a asentir. Minutos más tarde, el coche se detuvo delante de la taberna y Paula bajó corriendo.
—Gracias, Juan. Voy a quedarme aquí un rato. Te llamaré cuando esté lista para volver.
Juan pareció vacilar, luego volvió a asentir y se alejó. Paula subió corriendo los peldaños de entrada, ansiosa por encontrar al propietario. Cuando la vió acercarse a la barra, era todo sonrisas. Después de explicarle que estaba esperando una llamada importante, le pidió una habitación para poder hablar con Marcos en privado. El dueño la complació dándole la misma habitación acogedora de la primera vez. Apenas llevaba diez minutos allí cuando el teléfono sonó.
— ¿Sí? —contestó.
—Vaya, vaya, Paula. Por fin. Eres igual que tu padre.
— ¿Dónde está Ari? —preguntó—. ¿Está a salvo?
—Supuse que si tomaba algo que tú querías, pronto tendría noticias tuyas. Debes de querer mucho al chico para llamar a Ruth a mitad de la noche.
—Te daré lo que quieras, Marcos. Tengo los negativos. Por favor, dime que no le has hecho daño —le temblaba todo el cuerpo.
—Nunca quise herir a nadie.
—Mataste a mi padre. ¿Cómo pudiste hacerle eso a tu mejor amigo?
—Miguel sabía demasiadas cosas para su propio bien, pero no debía morir.
—Quieres decir que sólo debía sufrir un infarto, como Manuel.
—Así es. Pero por alguna razón, no sobrevivió.
—Quiero hablar con Ariel —dijo Paula bruscamente.
—Por teléfono, no. En cuanto cuelgues, toma un autobús a la playa de Batsi. Alquila un hidropedal y dirígete a mar abierto. Si le dices a alguien a dónde vas o lo que haces, ni tú ni el chico viviréis más de una hora. La línea se cortó.
Paula dejó la llave y el dinero por valor de dos noches en la mesilla, recorrió el pasillo en dirección contraria y salió de la taberna por la puerta de atrás. Siguió las instrucciones de Sean y enseguida llegó a la playa de Batsi y alquiló un hidropedal. Subió a él y se dirigió hacia el centro de la bahía. Marcos no le había dado una dirección concreta, pero ella sabía que hacía varios minutos que había salido del área permitida. Por suerte, el mar estaba en calma. De repente oyó el ruido de un motor. Miró a su alrededor y vió una lancha motora que avanzaba hacia ella. Al acercarse sin disminuir la velocidad, Paula pensó que iban a atropellarla, de modo que su instinto de supervivencia la instó a tirarse al agua. Cuando emergió para tomar aire, dos pares de manos la alzaron a bordo de la lancha. Nadie dijo nada. Uno de los marinos corpulentos ya había tomado su bolso y el sobre del bote. El otro dio media vuelta a la lancha y arrancó de nuevo a gran velocidad. Rodearon un cabo y Paula divisó a lo lejos un yate blanco de grandes dimensiones que cruzaba el Egeo a paso lento. Comprendió que el general Bernan podía disponer de cualquier cosa, en cualquier momento y lugar. Lo único que necesitaba era a un secuaz como Marcos Dodd que llevara a cabo sus órdenes. La lancha motora se acercó al yate. El pelo rubio plateado de Marcos y su aspecto afable contradecían su lado oscuro. Vestido como un rico turista americano, la estaba esperando de pie mientras los marinos obligaban a Paula a subir al yate. Se sintió enferma al sentir el escrutinio de sus fríos ojos azules. Se quedó mirando fijamente su cuerpo, delineado por las ropas mojadas que se adherían a ella como una segunda piel.
—Has cambiado desde la última vez que te ví.
Demasiado enfadada para tener miedo, Paula gritó:
—Te he traído lo que querías. Ahora, ¿dónde está Ariel?
—En su habitación, como un buen chico.
—Si le has hecho daño... —sus ojos se llenaron de lágrimas.
Marcos le lanzó una cruel sonrisa.
—No podrías hacer nada. Llevo semanas buscándote pero por fin te he encontrado. TJ., llévala abajo. El hombre que había sacado sus cosas del bote la asió del brazo y la empujó a través de un umbral. Había unas escaleras estrechas que bajaban.
—Aquí dentro —le ordenó, y le bajó bruscamente la cabeza con la mano para que pudiera pasar por una pequeña abertura. En cuanto Paula la traspasó, el hombre la cerró, sumiéndola en la oscuridad. Oyó el clic de un cerrojo. Como no podía mantenerse totalmente en pie, se volvió y empezó a golpear la puerta con los puños.
— ¡Dejenme salir! ¡Quiero ver a Ariel ! ¡Dejenme salir!
— ¿Pau? —una pequeña voz la llamó en la oscuridad.
Paula parpadeó y dejó de aporrear la puerta.
— ¿Ari, cariño? ¿Eres tú?
—Sí. Esos hombres malos me metieron aquí dentro. Estaba asustado porque no podía ver nada.
De repente, sintió un cuerpecito cálido junto a ella.
—Ari, gracias a Dios. Eres un niño tan valiente, estoy muy orgullosa de tí.
— ¿A tí también te han atrapado esos hombres?
—Sí, pero ahora que estamos juntos, vamos a esperar a que Pedro venga a buscarnos.
— ¡Pepe puede hacer cualquier cosa!
Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Paula.
—Tienes razón. No parará hasta encontramos y llevamos a casa con tu mamá.
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