domingo, 30 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 67

—Llévame a la taberna.

 Por  el  espejo  retrovisor,  los  ojos  de  Juan  reflejaron  sorpresa  por  su  destino,  pero  se  limitó  a  asentir.  Minutos  más  tarde,  el  coche  se  detuvo  delante  de  la  taberna  y  Paula bajó corriendo.

—Gracias,  Juan.  Voy  a  quedarme  aquí  un  rato.  Te  llamaré  cuando  esté  lista  para  volver.

Juan pareció vacilar, luego volvió a asentir y se alejó. Paula subió  corriendo  los  peldaños  de entrada,  ansiosa  por  encontrar  al  propietario.  Cuando la vió acercarse a la barra, era todo sonrisas. Después de explicarle que estaba esperando una llamada importante, le pidió una habitación para poder hablar con Marcos en  privado.  El  dueño  la  complació  dándole  la  misma  habitación acogedora  de  la  primera vez. Apenas llevaba diez minutos allí cuando el teléfono sonó.

— ¿Sí? —contestó.

—Vaya, vaya, Paula. Por fin. Eres igual que tu padre.

— ¿Dónde está Ari? —preguntó—. ¿Está a salvo?

—Supuse  que  si  tomaba  algo  que  tú  querías,  pronto  tendría  noticias    tuyas.  Debes  de  querer mucho al chico para llamar a Ruth a mitad de la noche.

—Te  daré  lo  que  quieras,  Marcos.  Tengo  los  negativos.  Por  favor,  dime  que  no  le  has  hecho daño —le temblaba todo el cuerpo.

—Nunca quise herir a nadie.

—Mataste a mi padre. ¿Cómo pudiste hacerle eso a tu mejor amigo?

—Miguel  sabía demasiadas cosas para su propio bien, pero no debía morir.

—Quieres decir que sólo debía sufrir un infarto, como Manuel.

—Así es. Pero por alguna razón, no sobrevivió.

—Quiero hablar con Ariel —dijo Paula bruscamente.

—Por teléfono, no. En cuanto cuelgues, toma un autobús a la playa de Batsi. Alquila un hidropedal y dirígete a mar abierto. Si le dices a alguien a dónde vas o lo que haces, ni tú ni el chico viviréis más de una hora. La línea se cortó.

Paula dejó la llave y el dinero por valor de dos noches en la mesilla, recorrió el pasillo en dirección contraria y salió de la taberna por la puerta de atrás. Siguió  las  instrucciones  de  Sean  y  enseguida llegó  a  la  playa  de  Batsi  y  alquiló  un  hidropedal.  Subió  a  él  y  se  dirigió  hacia  el  centro  de la  bahía.  Marcos no  le  había  dado  una dirección  concreta,  pero  ella  sabía  que  hacía  varios minutos  que  había  salido  del área permitida. Por suerte, el mar estaba en calma.  De repente oyó el ruido de un motor. Miró a su alrededor y vió una lancha motora que avanzaba hacia ella.  Al acercarse sin disminuir la velocidad, Paula pensó que iban a atropellarla, de modo que su instinto de supervivencia la instó a tirarse al agua. Cuando emergió para tomar aire, dos pares de manos la alzaron a bordo de la lancha. Nadie dijo nada.  Uno  de  los  marinos  corpulentos  ya  había  tomado su  bolso  y  el  sobre  del  bote.  El  otro  dio media vuelta a la lancha y arrancó de nuevo a gran velocidad. Rodearon  un  cabo  y  Paula  divisó  a  lo  lejos  un  yate  blanco  de  grandes dimensiones que  cruzaba  el  Egeo  a  paso  lento.  Comprendió  que  el  general  Bernan  podía disponer de cualquier cosa, en cualquier momento y lugar. Lo único que necesitaba era a un secuaz como Marcos Dodd que llevara a cabo sus órdenes. La lancha motora se acercó al yate. El pelo rubio plateado de Marcos y su aspecto afable contradecían  su  lado  oscuro.  Vestido  como  un  rico  turista  americano,  la  estaba  esperando de pie mientras los marinos obligaban a Paula a subir al yate. Se sintió  enferma  al  sentir  el  escrutinio  de  sus  fríos  ojos  azules.  Se  quedó mirando  fijamente  su cuerpo,  delineado  por  las  ropas  mojadas  que  se  adherían  a  ella  como una segunda piel.

—Has cambiado desde la última vez que te ví.

Demasiado enfadada para tener miedo, Paula gritó:

—Te he traído lo que querías. Ahora, ¿dónde está Ariel?

—En su habitación, como un buen chico.

—Si  le  has  hecho  daño...  —sus  ojos  se  llenaron  de  lágrimas.

Marcos  le  lanzó  una  cruel  sonrisa.

—No podrías hacer nada. Llevo semanas buscándote pero por fin te he encontrado. TJ., llévala abajo. El hombre que había sacado sus cosas del bote la asió del brazo y la empujó a través de un umbral. Había unas escaleras estrechas que bajaban.

—Aquí  dentro  —le  ordenó,  y  le  bajó  bruscamente  la  cabeza  con  la  mano  para  que  pudiera pasar por una pequeña abertura. En  cuanto  Paula la  traspasó,  el  hombre  la  cerró,  sumiéndola  en  la  oscuridad.  Oyó  el  clic de un cerrojo. Como no podía mantenerse totalmente en pie, se volvió y empezó a golpear la puerta con los puños.

— ¡Dejenme  salir! ¡Quiero ver a Ariel ! ¡Dejenme salir!

— ¿Pau? —una  pequeña  voz  la  llamó  en  la  oscuridad.

Paula  parpadeó  y  dejó  de  aporrear la puerta.

— ¿Ari, cariño? ¿Eres tú?

—Sí.  Esos  hombres  malos  me  metieron  aquí  dentro.  Estaba  asustado  porque  no  podía  ver nada.

De repente, sintió un cuerpecito cálido junto a ella.

—Ari, gracias a Dios. Eres un niño tan valiente, estoy muy orgullosa de tí.

— ¿A tí también te han atrapado esos hombres?

—Sí, pero ahora que estamos juntos, vamos a esperar a que Pedro venga a buscarnos.

— ¡Pepe puede hacer cualquier cosa!

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Paula.

—Tienes  razón.  No  parará  hasta  encontramos y llevamos a casa con tu mamá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario