domingo, 30 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 70

—Sí, por supuesto.

Caro debe de estar frenética. «No es la única...» Paula esperó  hasta  las  dos  de  la  madrugada  para deslizarse  hasta  la  habitación  de  Fede al otro extremo de la casa. Había tenido que esperar tanto tiempo para que todo el mundo estuviera acostado. Durante  la  cena  con  la  familia,  había  estado tan  afligida,  que  había  dejado  que  los  demás hablaran. Ariel  había sido el que más había contribuido, por supuesto. Pedro, en cambio, se había comportado con ella igual que siempre. Ante los demás, era su amada prometida, la mujer con la que anhelaba casarse.

Paula sabía  que  Fede le  había  contado  la  fea  verdad  sobre  su  plan  de  venganza,  aunque Pedro era demasiado honrado para revelar sus, sucios secretos a la familia. Por eso,  aunque  se  había  visto obligada  a  mantener  la  compostura  durante  la  cena,  había  sido incapaz de mirar a Fede.  Creía que  le  había  hecho  daño  en  Suiza,  pero  era  un  mero  arañazo  comparado  con  aquel   último   acto   de   traición.   Fede,   tan   consentido   y   egocéntrico,   se   había   comportado con absoluta bajeza a causa de los celos que sentía por su hermano. Al contrario que él, que había llamado a su puerta la noche anterior antes de entrar, no se molestó en anunciarse. Entró como un torbellino y encendió la luz.

—Levántate, Fede. Quiero hablar contigo.

— ¡Paula! ¿Qué pasa?

Paula apenas podía contener la rabia.

— ¡No vas a salirte con la tuya!

Fede se apartó el pelo de la cara.

— ¿De qué, estás hablando?

—Vas a venir conmigo a la habitación de Pedro. ¡Ahora!

Una expresión atónita surcó su rostro.

— ¿Por qué?

—Si no cooperas, traeré aquí a Pedro. Como prefieras.

Después de una pausa, dijo en voz baja:

—Te acompañaré.

—Te espero en el pasillo.

Diez  segundos  después  emergió  de  su  dormitorio  con  una  bata  a  rayas  negras  y  púrpuras. Paula  desfiló  por  el  pasillo  hacia  la  suite  de  Pedro,  luego  se  volvió  para  mirar a Fede.

—Dile a tu hermano que vamos a hablar con él.

Pensó que Fede replicaría, pero para su sorpresa se adelantó y llamó a la puerta.

— ¿Pedro?

—Entra, Fede. No estoy dormido.

—Estoy con Paula.

Se sucedió un largo silencio. Luego, en tono áspero, Pedro dijo:

—Si han venido a pedir mi bendición, dense por bendecidos. ¡Buenas noches!

Fede  volvió  la  cabeza  hacia  Paula,  con  el  rostro  retorcido  por  el  enfado  y  la  confusión.

— ¿Su bendición? ¿De qué diablos está hablando?

—Tú deberías saberlo.

—Maldita sea, no lo sé.

Abrió  la  puerta  de  golpe  y  entró  en  la  habitación  de  Pedro hecho  una  furia.  Paula lo  siguió. Sus  pies  desnudos  se  curvaron  con  deleite  sobre  la  gruesa  alfombra.  La  habitación  era  una sinfonía  de  colores  tierra  con  un  motivo  negro  dominante  que  la  recorría. Los  ojos  de  Pedro se  posaron  en  ella  nada  más  verla  en  el  umbral,  vestida  con  su  camisón y su bata amarilla. No sabía quién estaba más sorprendido. Con una copa en una mano, estaba allí de pie en todo su esplendor masculino, vestido únicamente con la parte inferior de uno pijama de color azul marino que le caía sobre las caderas. Paula no pudo evitar quedarse mirando el cuerpo sólido y poderoso que la había sostenido apenas horas antes. Se había quedado sin habla.

— ¿Quieren que  los  bendiga  personalmente,  es  eso?  —inquirió  Pedro con  expresión  borrascosa.

— ¡Diablos, no! Paula, ¿Quieres decirme qué pasa?

—Deja de fingir que no lo sabes.

— ¿Que no sé qué?

—Hoy  le  has  contado  a  Pedro  lo  que  yo  te  revelé  anoche  en  secreto  —las  lágrimas afloraron a  sus ojos.  No  podía  contenerlas— Luego  retorciste  la  verdad  para  tus  propios fines malévolos. Pero ya has hecho eso más de una vez en tu vida. Estoy harta de  las  mentiras,  los  celos, la  crueldad.  Tienes  treinta  y  tres  años,  es  hora  de  madurar.  Vamos a quedarnos  en  esta habitación  y  aclararlo  todo  hasta  que  todo  el  mundo  sepa  la verdad.

Unas arrugas surcaron el rostro atractivo de Fede. Giró sobre sus talones para encarar a su hermano mayor.

— ¿Hemos  mantenido  tú  y  yo  una  conversación  en  algún  momento  en  la  que  te  haya  revelado cosas que Paula me dijera anoche en secreto?

Paula detectó un tic nervioso en la comisura de los labios de Pedro.

— No.

Fede se volvió hacia Paula con una sonrisa de satisfacción.

—Al  contrario  que  yo,  mi  hermano  nunca  miente.  Si  ha  dicho  que  no  lo  hizo,  no  lo  hizo. Quedo impune.

Paula empezaba  a  sentirse  confusa  y  temía  estar  moviéndose  en  terreno  resbaladizo.  Levantó la cabeza y miró a Pedro.

—Si eso es cierto, ¿Entonces cómo sabías que Fede había venido a verme anoche a mi dormitorio?

—Estaba esperando a que volviera a casa para hablar con él. Pero cuando entró, subió directamente al  piso  de  arriba.  Lo  seguí  para  llamarlo,  pero  desapareció  en  tu  dormitorio.  Pensé  que  no tardaría,  así  que  esperé  en  su  habitación.  Media  hora después, comprendí que Erica tenía razón y salí de casa.

Fede  miró a su hermano con astucia.

— ¿Qué dijo Erica exactamente?

—Que Paula siempre había estado enamorada de tí.

—Me halagaba pensar eso, pero mi visita anoche a Paula me abrió los ojos a la verdad.

— ¿Qué verdad? —tronó Pedro con el cuerpo tenso.

De repente Paula vió cómo Fede desplegaba su famosa sonrisa.

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