—Sí, por supuesto.
Caro debe de estar frenética. «No es la única...» Paula esperó hasta las dos de la madrugada para deslizarse hasta la habitación de Fede al otro extremo de la casa. Había tenido que esperar tanto tiempo para que todo el mundo estuviera acostado. Durante la cena con la familia, había estado tan afligida, que había dejado que los demás hablaran. Ariel había sido el que más había contribuido, por supuesto. Pedro, en cambio, se había comportado con ella igual que siempre. Ante los demás, era su amada prometida, la mujer con la que anhelaba casarse.
Paula sabía que Fede le había contado la fea verdad sobre su plan de venganza, aunque Pedro era demasiado honrado para revelar sus, sucios secretos a la familia. Por eso, aunque se había visto obligada a mantener la compostura durante la cena, había sido incapaz de mirar a Fede. Creía que le había hecho daño en Suiza, pero era un mero arañazo comparado con aquel último acto de traición. Fede, tan consentido y egocéntrico, se había comportado con absoluta bajeza a causa de los celos que sentía por su hermano. Al contrario que él, que había llamado a su puerta la noche anterior antes de entrar, no se molestó en anunciarse. Entró como un torbellino y encendió la luz.
—Levántate, Fede. Quiero hablar contigo.
— ¡Paula! ¿Qué pasa?
Paula apenas podía contener la rabia.
— ¡No vas a salirte con la tuya!
Fede se apartó el pelo de la cara.
— ¿De qué, estás hablando?
—Vas a venir conmigo a la habitación de Pedro. ¡Ahora!
Una expresión atónita surcó su rostro.
— ¿Por qué?
—Si no cooperas, traeré aquí a Pedro. Como prefieras.
Después de una pausa, dijo en voz baja:
—Te acompañaré.
—Te espero en el pasillo.
Diez segundos después emergió de su dormitorio con una bata a rayas negras y púrpuras. Paula desfiló por el pasillo hacia la suite de Pedro, luego se volvió para mirar a Fede.
—Dile a tu hermano que vamos a hablar con él.
Pensó que Fede replicaría, pero para su sorpresa se adelantó y llamó a la puerta.
— ¿Pedro?
—Entra, Fede. No estoy dormido.
—Estoy con Paula.
Se sucedió un largo silencio. Luego, en tono áspero, Pedro dijo:
—Si han venido a pedir mi bendición, dense por bendecidos. ¡Buenas noches!
Fede volvió la cabeza hacia Paula, con el rostro retorcido por el enfado y la confusión.
— ¿Su bendición? ¿De qué diablos está hablando?
—Tú deberías saberlo.
—Maldita sea, no lo sé.
Abrió la puerta de golpe y entró en la habitación de Pedro hecho una furia. Paula lo siguió. Sus pies desnudos se curvaron con deleite sobre la gruesa alfombra. La habitación era una sinfonía de colores tierra con un motivo negro dominante que la recorría. Los ojos de Pedro se posaron en ella nada más verla en el umbral, vestida con su camisón y su bata amarilla. No sabía quién estaba más sorprendido. Con una copa en una mano, estaba allí de pie en todo su esplendor masculino, vestido únicamente con la parte inferior de uno pijama de color azul marino que le caía sobre las caderas. Paula no pudo evitar quedarse mirando el cuerpo sólido y poderoso que la había sostenido apenas horas antes. Se había quedado sin habla.
— ¿Quieren que los bendiga personalmente, es eso? —inquirió Pedro con expresión borrascosa.
— ¡Diablos, no! Paula, ¿Quieres decirme qué pasa?
—Deja de fingir que no lo sabes.
— ¿Que no sé qué?
—Hoy le has contado a Pedro lo que yo te revelé anoche en secreto —las lágrimas afloraron a sus ojos. No podía contenerlas— Luego retorciste la verdad para tus propios fines malévolos. Pero ya has hecho eso más de una vez en tu vida. Estoy harta de las mentiras, los celos, la crueldad. Tienes treinta y tres años, es hora de madurar. Vamos a quedarnos en esta habitación y aclararlo todo hasta que todo el mundo sepa la verdad.
Unas arrugas surcaron el rostro atractivo de Fede. Giró sobre sus talones para encarar a su hermano mayor.
— ¿Hemos mantenido tú y yo una conversación en algún momento en la que te haya revelado cosas que Paula me dijera anoche en secreto?
Paula detectó un tic nervioso en la comisura de los labios de Pedro.
— No.
Fede se volvió hacia Paula con una sonrisa de satisfacción.
—Al contrario que yo, mi hermano nunca miente. Si ha dicho que no lo hizo, no lo hizo. Quedo impune.
Paula empezaba a sentirse confusa y temía estar moviéndose en terreno resbaladizo. Levantó la cabeza y miró a Pedro.
—Si eso es cierto, ¿Entonces cómo sabías que Fede había venido a verme anoche a mi dormitorio?
—Estaba esperando a que volviera a casa para hablar con él. Pero cuando entró, subió directamente al piso de arriba. Lo seguí para llamarlo, pero desapareció en tu dormitorio. Pensé que no tardaría, así que esperé en su habitación. Media hora después, comprendí que Erica tenía razón y salí de casa.
Fede miró a su hermano con astucia.
— ¿Qué dijo Erica exactamente?
—Que Paula siempre había estado enamorada de tí.
—Me halagaba pensar eso, pero mi visita anoche a Paula me abrió los ojos a la verdad.
— ¿Qué verdad? —tronó Pedro con el cuerpo tenso.
De repente Paula vió cómo Fede desplegaba su famosa sonrisa.
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