viernes, 2 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 5

–¿Y cómo te llamas,hermanastra?

–Paula Chaves.

Tampoco sus nombres se parecían. Su hermana tenía el de una diosa de la mitología galesa. Paula, el nombre de su abuela paterna.

–Ah, Paula–él sonrió y le retiró un mechón detrás de la oreja–. El mismo nombre que mi abuela –efectivamente, era un nombre anticuado–. Yo soy Pedro Alfonso.

–¿Eres hermano de Felipe?

Él negó con la cabeza.

–Su primo.

Era típico de Delfina haber elegido al pariente más guapo del novio para coquetear. Todos los Alfonso eran espectaculares, pero aquel se llevaba la medalla de honor. Esa debía de ser la explicación de la sacudida que había sufrido hacía unos minutos. Que no estuviera interesada no significaba que estuviera muerta y no supiera apreciar la belleza en un hombre.

–Me disculpo en nombre de mi hermana si su comportamiento ha sido inapropiado –dijo con cortesía, al tiempo que empezaba a separarse de él–. Ahora, si me lo permites...

Pero antes de que diera un paso más, sintió unos dedos firmes retenerla por la muñeca.

–No pensarás ir a comprobar que llama a su novio.

–Claro que no.

–Entonces, ¿Por qué huyes? Quédate a charlar conmigo –dijo en tono persuasivo.

–Yo... –Paula vaciló. Nunca le costaba decir que no, pero no pudo articular el monosílabo–. ¿De qué?

Él arqueó las cejas.

–¿De las renovaciones de mi dormitorio?

Paula no pudo evitar reírse. Era el tipo de broma que Rodrigo hubiera hecho. Su marido nunca se había tomado a sí mismo en serio, lo que para ella, después de tantos años viviendo en el vanidoso mundo de su madre, fue como una bocanada de aire fresco.No había esperado ese tipo de humor sarcástico en Don Peligroso, pero Pedro Alfonso rió con ganas.

–¿Ves? Sabía que conseguiría hacerte sonreír.

Paula intentó protegerse de la atracción que sentía por él.

–Sonrío muy a menudo.

–Pero ¿cuántas veces lo haces con sinceridad? –la retó él con dulzura.

–¡Muchas!

–Esta es la primera que me dedicas a mí.

Paula fue a protestar, pero él la calló posando un dedo en sus labios y diciendo:

–Baila conmigo.

Era puro encanto: la sonrisa de medio lado, la mirada suplicante, el dedo sobre sus labios. Y su modestia la tomó de sorpresa; al igual que la punzada de deseo que la asaltó.

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