miércoles, 7 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 14

No porque no quisiera casarse, sino porque creía que valía la pena esperar. Pero estaba equivocado. Comparado con el tiempo que podía haber pasado con ella, la casa no tenía ningún valor. Apretó los dientes e hizo crujir los nudillos.

–¿Qué pasó? –preguntó Paula con dulzura.

–Murió –dijo él bruscamente, desviando la mirada.

Paula guardó un prolongado silencio. Pedro lo comprendió, y se molestó consigo mismo por abrirse a una mujer a la que apenas conocía.

–Disculpa. No debía haber dicho nada –masculló.

–Yo te he preguntado –dijo ella, posando la mano en su brazo–. Lo siento muchísimo.

Mucha gente le había expresado sus condolencias, pero nadie lo había hecho con tanta sinceridad como Paula. Se volvió hacia ella, que añadió:

–Al perderla a ella, perdiste tu futuro.

–Sí –nadie parecía haberse dado cuenta de ese detalle. Después de todo, él no había muerto,y eso era lo que podía ver en los ojos de la gente que lo rodeaba: que debía seguir con su vida, que debía salir con otras mujeres.

–Te comprendo perfectamente.

A Pedro le costaba creerlo.

–Gracias –dijo, mirando por la ventana.

–Mi marido murió hace dos años.

Pedro la miró al instante.

–Lo siento –dijo–. No lo sabía.

–No suelo contarlo –Paula sonrió tímidamente–. Supongo que tú tampoco.

–No –de hecho, Pedro no recordaba la última vez que había hablado de Aldana. Al recordar lo sucedido hacía un rato, añadió–: ¿Por eso te molesta que Alejandra te busque pareja?

También se acordó del comentario de Paula : «Quiere que vuelva a salir con hombres», y cómo aquel «vuelva» le había llamado la atención.

–Sí –dijo Paula tras un leve titubeo.

Pedro la comprendía a la perfección. Aunque estaba a unos metros de distancia, percibía su presencia con fuerza. Parecía haber una conexión entre ellos, o al menos, él la sentía hacia ella. Ansiaba disipar su dolor y ayudarle a olvidar. Pero él sabía mejor que nadie que no se olvidaba.Al oírla moverse, se volvió a mirarla y vio que, aunque con tristeza, sonreía.

–Debería irme –dijo ella–. Ya te he molestado suficiente.

Pero al pasar a su lado, él la sujetó del brazo.

–No, quédate.

A él mismo le sorprendió el tono entre implorante y autoritario en que se expresó. No supo interpretarlo; solo sabía que no quería que se fuera. Paula también pareció sorprendida. Abrió la boca para decir algo, pero enmudeció, como si sopesara sus palabras. Finalmente, preguntó en tono ligero:

–¿Todavía no hemos acabado la visita?

Con ello consiguió que ambos pudieran relajarse, y Pedro asintió.

–Aún no has visto la torre. También he restaurado la escalera que conduce al parapeto desde el que se contempla una vista impresionante. Deberías verla –Pedro la miró e hizo una mueca al ver sus pies descalzos–. Aunque no llevas la ropa adecuada.

–Me arriesgaré –dijo ella al instante.

–Te llevaría en brazos, pero el pasadizo es muy estrecho.

–No importa. Treparé.

–Las piedras son muy ásperas. Espera. Voy a buscarte calzado.

Pedro fue a su dormitorio y volvió con unas chancletas.

–Son muy grandes –dijo–, pero si quieres subir, son mejor que nada.

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