viernes, 30 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 57

–Te dije que lo evitaras.

Era verdad. Pero también lo era que ella tenía otra certeza.

–Te conozco –dijo con voz queda pero firme–. Tú también me amas.

Él clavó la mirada en ella.

–No.

Paula recibió la negación como una bofetada, pero se negó a darse por vencida.

–¿No? Y entonces, ¿Qué hacemos aquí? –dijo, haciendo un ademán circular con el brazo.

–Disfrutar el uno del otro –dijo él.

Paula sacudió la cabeza.

–Es más que eso.

Pero Pedro se cruzó de brazos.

–Solo ves lo que quieres ver.

Paula pensó que, si se refería a amor, compromiso, honestidad y un futuro en común, tenía razón.

–¿Y qué tiene de malo? –preguntó.

–Que no va a suceder.

–¿Estás diciendo que no te importo? –preguntó ella con cautela.

–Claro que sí –dijo él–. Eres una amiga y una gran mujer.

No eran las palabras que Paula quería oír, y menos en el tono crispado en el que las expresó. Aun así, consiguió forzar una sonrisa.

–¿Y una buen amante? –sugirió con una dulzura que ya no sentía, pues se le había helado el corazón.

Solo había sentido algo parecido al perder a Rodrigo, pero este no había podido hacer nada al respecto, mientras que Pedro tomaba la decisión consciente de rechazarla. Él se volvió, a punto ya de ponerse los pantalones, y sonrió como si esperara que Paula lo invitara a volver a la cama.

–Una fantástica amante –dijo enfáticamente.

Pero Paula también se levantó. Sentía náuseas y frío y se vistió precipitadamente, como si la ropa pudiera darle calor. Aunque supiera que Pedro no creía verdaderamente lo que decía, lo importante era que él sí lo creía.

–Lo pondré en mi currículum –dijo, abotonándose la camisa con dedos temblorosos.

–¿Qué significa eso? –preguntó él con ojos entornados.

–Nada –contestó ella mientras buscaba las sandalias debajo de la cama.

 Vestirse completamente se había convertido en un símbolo, como si con ello se pusiera una armadura. Acababa de subirse la cremallera del pantalón cuando Pedro la tomó por el brazo.

–Paula –la miró fijamente y ella le sostuvo la mirada–. No hay motivo de que te enfades. Estamos pasándolo bien.

–Eso creía yo –dijo ella con voz quebradiza.

No quería manifestar cuánto le habían dolido sus palabras, pero por otro lado, qué importancia tenía si ya le había dicho que lo amaba.

–Sabías que no era lo que yo quería –insistió él.

–¿Y qué pasa con loque yo quiero?

–Estás cambiando las reglas.

–Las cambiaste tú al venir a por mí.

Pedro pareció a punto de negarlo, pero luego apretó los labios en un rictus y dijo:

–Lo había pasado muy bien contigo en Mont Chamion.

–¿Y por eso cruzaste el Atlántico y dejaste la restauración del castillo en Escocia por una casa de adobe de tercera? –preguntó ella con sarcasmo.

–Cuando acabe aquí, iré a Escocia.

–¡Querrás decir cuando acabes conmigo!

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