miércoles, 14 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 30

Todavía enfurruñada, se puso a trabajar en el ordenador con la esperanza de estar lo bastante ocupada como para no pensar en Pedro. Pero, desafortunadamente, cambió las reservas de Delfina, hizo varias llamadas, contestó algunas preguntas de los abogados de Alejandra... pero todo el tiempo permaneció atenta a cualquier ruido que indicara la presencia de Pedro. Pasaron las horas, y a las cinco y media seguía sin volver. Dió el trabajo por terminado y fue a la puerta principal. De no haber dejado su bolsa de viaje en el dormitorio, había creído que, después de inspeccionar la casa, Pedro se había marchado sin despedirse.«Tienes que dejar de pensar en él», se aconsejó. E hizo lo que acostumbraba a hacer después del trabajo: se puso el bañador y se metió en la piscina.

Pasaban las seis cuando Pedro volvió a casa de Alejandra. Había recorrido la casa de adobe milímetro a milímetro, incluido el tejado, y estaba sucio y sudoroso. Necesitaba una ducha urgentemente. Rodeó la casa para usar la puerta más próxima a las escaleras y así evitar dejar restos de barro, además de poder saludar a Paula en el despacho, pero antes de llegar, un movimiento que percibió con el rabillo del ojo, llamó su atención. Más allá de un macizo de adelfas, alguien nadaba en la piscina. Antes de que su mente tomara una decisión consciente, sus pies lo encaminaron en esa dirección, donde el cuerpo esbelto de Paula se deslizaba por el agua. Nadaba con suavidad y elegancia, pero no fue eso en lo que Pedro se concentró, sino en su cuerpo, sus largas piernas, su bronceada espalda y aquella preciosa piel dorada que él recordaba tan bien. La necesidad de tomar una ducha se convirtió en una urgencia. Y tendría que ser helada. Aunque otra opción era meterse en el agua y resolver el problema de una manera mucho más placentera. Para cuando alcanzó el suelo de terrazo que rodeaba la piscina, se había desabrochado la camisa. Tiró la camisa sobre una hamaca y se quitó los zapatos con los pies al tiempo que se empezaba a quitar la camiseta.

–Has vuelto –dijo Paula, sobresaltada.

Pedro tiró de la camiseta para mirarla. Paula había salido del agua y se acercaba a él, envuelta en una toalla a la cintura y secándose el cabello con otra.

–¿Qué piensas? –preguntó ella, mirándolo fijamente.

–¿De qué? –preguntó él, aturdido.

Si lo había visto llegar, ¿Por qué no se había quedado en el agua? ¿Estaría evitándolo?

–De la casa. ¿Es mejor que la derrumbemos?

A Pedro le extrañó que sonara esperanzada porque durante la visita había observado su actitud melancólica, cómo había recorrido las habitaciones acariciando los muebles, tocando las pequeñas marcas de la pared.

–No –dijo él, más alto de lo que pretendía–. Vale la pena salvarla. Es un ejemplo interesante de arquitectura vernácula.

–¿De verdad?

–Sí. No tiene un valor espectacular –dijo él con sinceridad–, pero el que no sea una mansión, sino un rancho, hace que sea más interesante.

Desde el punto de vista arquitectónico era un pastiche de estilos y terribles adiciones. Como evaluador profesional de arquitectura histórica, debía haber salido huyendo. Pero no iba a hacerlo. No. Había preferido decir con toda seriedad que valía la pena salvarla. Y finalmente tuvo como recompensa ver el rostro de Paula iluminarse.

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