viernes, 9 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 16

–¿Estás segura que quieres seguir? –preguntó él finalmente.

Paula asintió. Era verdad. Su cabeza golpeó la barbilla de Pedro.

–Lo siento. Subamos. Solo me he resbalado.

Pedro pareció vacilar, pero acabó por ceder:

–Está bien, pero quiero que vayas delante –dijo, colocándola en un peldaño por encima del de él, y sin soltarla, dirigió el haz de luz por delante de ambos.

Estaba tan cerca de ella que sus rodillas le rozaban las pantorrillas y su mano, cuya aspereza había sorprendido a Paula cuando bailaban pero que comprendía al conocer su trabajo, le sujetaba la cintura. Recordó la sensación sobre su piel cuando le había quitado las medias y se preguntó como sería sentirlas en partes más sensibles de su cuerpo.Volvió a resbalarse y Pedro la asió con fuerza.

–Cuidado.

Paula subió un par de peldaños.

–Intento tenerlo –dijo ella, jadeante.

Ni siquiera ella misma sabía si era sincera o si estaba siendo más temeraria de lo que había sido en toda su vida. Como solía decir su abuela: «Llegarás al final pasito a pasito». Edie siempre la había creído, pero en aquel momento lo que no sabía era adónde quería llegar.–Ya hemos llegado.Habían alcanzado una pesada puerta de madera. Pedro alargó el brazo y la empujó para abrirla y ayudarle a salir. Paula se quedó paralizada al ver el espectáculo que se extendía ante sus ojos de los maravillosos jardines del castillo iluminados tenuemente en la oscuridad.

–En el siglo XIII la vista sería muy distinta –comentó Pedro.

–Pero es preciosa –dijo ella, apoyándose en el muro de piedra y asomándose para mirar hacia abajo–. Es increíble. Nunca había visto nada igual.

–Porque no hay nada que se le parezca –dijo él, colocándose a su lado.

Se veía a algunos invitados y les llegó el rumor de conversaciones y alguna risa aislada. Desde una ventana entreabierta se oía a la orquesta tocando un vals, pero Paula pensó que por mucha magia que tuviera todo lo que la rodeaba, nada era tan especial como el hombre que tenía a su lado. Pedro estaba pegado a ella, con los codos apoyados en el muro y los dedos entrelazados. Bajo la luz de la luna podía percibir los ángulos y planos de su rostro, y la mejilla que su hermana Delfina había acariciado, y Paula tuvo que apretar los puños para no imitarla. Miró hacia abajo para concentrarse en el paisaje. No tenía ni idea de lo que él estaría pensando. Parecía remoto, distante. Así que se arriesgó a mirarlo de nuevo. Él se giró al mismo tiempo. Sus miradas se encontraron y estalló una llamarada que dejó a Edie sin respiración. Pedro carraspeó y se irguió.

–Está refrescando. ¿Bajamos? –su voz sonó tranquila, pero Paula creyó percibir la contención del... ¿Deseo?¿Acaso conocía ese sonido cuando hacía tanto que no lo oía?

–Yo iré por delante –dijo él.

–¿Para que, si me caigo, te tire y bajemos rodando? –bromeó ella.

–Sujétate de mi hombro si quieres. Bajaré despacio.

Pedro bajó despacio, pero ella, al contrario de lo que habría hecho Delfina y precisamente por eso, evitó sujetarse a él. Apoyó la mano en la pared y bajó con extremo cuidado. Al llegar abajo, suspiró aliviada.

–Ha sido fantástico. Muchas gracias –dijo cuando él cerró la puerta a su espalda.

Se quitó las chancletas y se las devolvió con una sonrisa. Se quedaron mirando en silencio, fijamente, hasta que Pedro dijo:

–Te deseo.

Paula lo miró atónita, tanto por sus palabras como por el tono entre desesperado e irritado que usó. Al mismo tiempo, se dió cuenta de que le encantaba oírlas.

–¿Y cuál es el problema? –dijo, esforzándose por mantener un tono ligero.

–¿No lo hay? –preguntó él, desafiante.

Ella parpadeó.

–Somos dos adultos –se oyó decir.

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