miércoles, 21 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 39

El viernes, mientras retiraba la última viga podrida del porche, antes de poner las nuevas, dirigió la mirada hacia el columpio enroñado que colgaba de un árbol, en el que Pedro suponía que Paula había jugado de niña. No le costó imaginársela en él, alargando y encogiendo sus largas piernas, con el cabello flotando al viento. Sonrió para sí porque podía ver la escena sin ninguna dificultad gracias a las fotografías que estudiaba regularmente.En cambio le costaba imaginar a Alejandra antes de ser famosa, de joven madre y esposa, cocinando para su familia. Pero quien le interesaba era Paula. Normalmente, los habitantes de las casas que solía restaurar eran figuras históricas distantes, y no una mujer de carne y hueso con la que había comido pizza el martes y pastel de carne la noche anterior; la mujer con la que había hecho el amor en Mont Chamion, la mujer digna y de lengua afilada que se había derretido en sus brazos, la mujer con la que quería volver a acostarse. Pero cuando observó la fila vertical de marcas que ascendían por la pared, las azules marcadas con una B, de su hermano, y las rojas con una P, de Paula, volvió a pensar en ella como la niña que había vivido en aquella casa, a la que imaginó irguiéndose lo más posible mientras su padre la medía. Al instante recordó una fotografía, en la que, sentada en el porche, sonreía a su padre como si fuera el ser más maravilloso del mundo. Sonrió para sí, hasta que recordó que aquel mismo año, Miguel Chaves había muerto en un accidente de coche y la vida de Paula había cambiado para siempre. Unas pisadas en el suelo de madera le hicieron volverse bruscamente. Era Apolo, y Pedro miró expectante por si Paula lo acompañaba.

–¿Dónde está? –preguntó a Apolo, que obviamente no contestó–. ¿Paula?

Tras comerse unas migas del almuerzo de Pedro, el perro salió al porche y permaneció allí, sacudiendo la cola.

–¿Has venido solo? –preguntó Pedro, desilusionado.Tras una pausa, se encogió de hombros–. Ponte cómodo, tengo que seguir trabajando.


Paula pensó irritada que cuando Alejandra se dignara a volver, se quedaría asombrada de todo el trabajo que había hecho. Aunque fuera habitualmente eficaz, dedicarle al trabajo cada hora del día y parte de la noche para evitar pensar en Pedro Alfonso, estaba dando unos resultados espectaculares. Incluso contestar y recibir llamadas de las que normalmente se ocupaba Alejandra, era preferible a pasar la noche en vela pensado en el hombre que dormía en casa de su madre... en lugar de en su cama. Pero no caería en la tentación. No podía permitirlo.Ya era bastante malo que esperara cada cena ansiosamente y que no pudiera evitar preguntarle por el progreso en la restauración.

–Deberías venir a verla –decía él cada noche.

Y ella se excusaba por estar muy ocupada, pero lo cierto era que se moría de curiosidad.También él, que no dejaba de hacerle preguntas sobre el tiempo que había vivido en la casa. ¿Cuál era su dormitorio? ¿Quién puso el columpio? ¿Cómo celebraban las Navidades? Paula, que durante años había evitado pensar en aquel periodo de su vida, descubrió que en lugar de abatirla, ir recordando y contándole cosas la llenaba de dicha.

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