viernes, 30 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 58

Pedro apretó los dientes ante la provocación mientras ella rezaba para que la contradijera, pero no lo hizo.

–Así es –dijo entre dientes, rabioso.

Paula se soltó de él.

–No te preocupes. Yo te ahorraré el esfuerzo –calzándose, tomó el móvil de la mesilla y bajó las escaleras enérgicamente.

Pedro bajó tras ella y la alcanzó en la puerta.

–¿Qué estás haciendo?

–Marcharme.

–¿Adónde? ¡Vives aquí!

–Pero no quiero quedarme –Edie tomó las llaves y el bolso, y llamó a Apolo–: Vamos.

–No digas tonterías –dijo él–. Si alguien ha de irse, soy yo.

–Muy bien. Vete al infierno. Me da lo mismo –mintió ella, sintiendo que las lágrimas le inundaban los ojos.

Abrió la puerta de par en par y bajó la escalinata con Apolo pisándole los talones. Pedro la siguió:

–¡Paula! ¡Maldita sea!

Pero ella no se detuvo porque no quería oírle decir que fuera razonable. Nada de lo que había sentido por él desde el instante que lo vió hablando con su hermana en el salón de baile había tenido nada que ver con la razón, sino con el instinto. Y durante el último mes, al saber que había ido allí por propia voluntad y no forzado por su madre, había querido creer que él también sentía algo por ella.Pero se había equivocado. Y ni quería ni podía quedarse cuando Pedro negaba un futuro con ella.

–¡Paula! ¡Por Dios!

Paula subió al coche con Apolo y puso en marcha el motor.


–¡No seas idiota! –Pedro asió la manija de la puerta, pero ella cerró los seguros y arrancó, negándose a mirar atrás y pestañeando para librarse de las lágrimas. Se había equivocado al dejarse llevar por la intuición.


Pedro la dejó ir. No tenía sentido seguirla en su coche y arriesgarse a que cometiera alguna imprudencia. Aunque ya lo había hecho al enamorarse de él. No valía la pena explicarle que pedir demasiado era tentar a la suerte. Ella, que había perdido a su marido, debía de saberlo mejor que nadie. Así que tendría que resignarse, se dijo, mientras las luces traseras del coche se perdían en la distancia. Aunque no pudo evitar desear que frenara, diera media vuelta y volviera a él para abrazarlo y dejar que la abrazara, para dar gracias a lo que había entre ellos. ¿Por qué no le bastaba?, se preguntó, iracundo, al tiempo que daba un puñetazo a la puerta del garaje.

Paula condujo hasta la playa más próxima a la universidad y fue a dar un paseo. Largo. Necesitaba despejar la mente y recuperar la perspectiva. Era el mismo lugar al que había acudido tras la debacle con Kevin. Fue allí donde Rodrigo se detuvo mientras practicaba footing y le dijo: «Te conozco». Y lo que siguió le cambió la vida.Ya no era la joven inocente de entonces, cuyo orgullo había sido herido por Kevin. Con veinticinco años, tenía mucha más experiencia. Sabía lo que era verdad y lo que era un sueño, y estaba convencida de que entre Pedro y ella había algo especial, y que él la amaba. Él era el equivocado, quien no creía ni confiaba. Y ella había fracasado al intentar cambiar eso.Pero no podía ni quería retirar lo que ya había dicho porque no podía vivir una mentira. Suspiró y contempló el mar mientras pensaba qué hacer, dónde ir, cómo reconducir su vida.

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