viernes, 23 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 44

David Saito era un hombre agradable y divertido, y más guapo de lo que Paula recordaba. Daba clases de Lengua y Literatura, no salía con nadie, y era evidente que mostraba interés por ella. En resumen, era el tipo de hombre tranquilo y estable que Paula debía elegir si se planteaba mantener una relación seria.

Pero lo cierto era que el despertar hormonal que sentía cerca de Pedro se había convertido en un apacible letargo desde el momento en que David la había recogido. Y no se trataba solo de su cuerpo, sino también de su mente. Fueron a cenar antes del concierto y, por más que se esforzó por seguir la conversación de David, no dejaba de pensar en aquel otro hombre que cualquier día desaparecería de su mente; el hombre que quería acostarse con ella. Nada más. Intentó concentrarse en el presente y hacer las preguntas oportunas. Pero supo que había fracasado cuando David, tras hablarle de una obra de teatro que estaba montando en el instituto, le preguntó si la había leído y ella preguntó:

–¿De quién es?

–¿Romeo y Julieta? –preguntó él a su vez con una expresión de desconcierto que Paula estuvo segura de que no olvidaría.

Notó que se ruborizaba.

–Perdona. No sé en qué estaba pensando. Últimamente no duermo demasiado bien.

Al menos eso no era una mentira. David asintió en actitud comprensiva.

–Comprendo que todavía sea difícil –alargó la mano para darle una palmadita en la suya–. Me alegro de que hayas salido hoy conmigo.

–Yo también –dijo ella, aun sabiendo que los motivos eran distintos–. ¿Qué escenas van a hacer? –preguntó volviendo al tema del teatro. Y consiguió mantener la atención el resto de la cena.

El concierto fue ruidoso y divertido, en la playa, y con gente decidida a pasarlo bien. Como Paula. A pesar de que no pudo evitar preguntarse qué tipo de música le gustaría a Pedro; algo que nunca averiguaría, porque estaba decidida a evitarlo durante el resto de su estancia.Incluso cabía la posibilidad, se dijo mientras David la conducía a casa por las serpenteantes carreteras de la costa, que al llegar a casa descubriera que Pedro había decidido marcharse. Hacía una noche oscura y una luna creciente proyectaba sombras plateadas entre los eucaliptos. Paula vió las luces de la casa de Alejandra encendidas, y tomó el bolso del suelo mientras ensayaba mentalmente una despedida cordial de David. Tras una última curva llegaron frente a la casa y, al ver el coche de Pedro estacionado delante del garaje, el corazón de ella, sobre el que no tenía control, dió un salto de alegría.

–Lo he pasado muy bien –dijo a David.

Él apagó el motor y se giró hacia ella, sonriente.

–Yo también. Me alegro de que te animaras a salir.

–Y la comida estaba deliciosa.

–Son los mejores tacos de Santa Bárbara –la sonrisa de David brilló en la oscuridad–. Espero que repitamos.

–Yo también –Paula alargó la mano hacia la manija–. Gracias, David.

Tal y como suponía, él bajo del coche para abrirle la puerta. Luego la acompañó hacia su casa. Al llegar al pie de la escalera. Paula se detuvo y se volvió hacia él.

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