lunes, 5 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 9

Y su objetivo era, claramente, evitar que su hermana siguiera con él. Acostumbrado a que las mujeres lo atosigaran, Pedro tenía que reconocer que era un cambio bienvenido; y le hizo gracia la imagen de una hermana que se comportaba como una mamá gallina, decidida a evitar peligros a sus polluelos. Además, por cómo se había dirigido a su hermana, estaba claro que no lo consideraba a él único responsable, sino que la consideraba capaz de sembrar el caos sin necesidad de ayuda.

No envidiaba al prometido de Delfina, lo que hacía aún más admirable la capacidad de Paula de guiarla por el buen camino. Una prueba más de que era una mujer especial, que además de presencia, tenía carácter. Aunque no tenía las perfectas facciones de su madre o la belleza etérea de su hermana, Paula tenía el tipo de facciones que la cámara adoraba, así como los ojos más luminosos que había visto en toda su vida.  A Pedro le gustaron sus ojos, y su aire de responsabilidad y de no andarse con tonterías. Así como el empeño que ponía en separarse de él, que solo sirvió para que decidiera evitarlo.Y para ello, hizo algo que lo desconcertó a él tanto o más que a ella, la invitó a bailar. La última vez que lo había echo y la razón por la que no lo hacía desde hacía ocho años había sido con Aldana, tres días antes de su boda y de que muriera. No dejó de repetirse que no era lo mismo, que después de todo era lógico bailar en una boda, que no significaba nada. Bailar era mover los pies al son de la música, y no tenía sentido considerarlo una especie de rito sagrado. Así que la negativa de Paula lo dejó de piedra. En sus treinta y tres años de vida, jamás había sido rechazado, lo que debió dar lugar a la descortesía de preguntar por qué. La inesperada respuesta le hizo reír. Le dolían los pies. Ninguna mujer que conociera, ni siquiera Aldana, habría sido tan sincera. Cuando le quitó los zapatos, le resultó incomprensible que hubiera conseguido calzárselos, y le sorprendió que fuera capaz de caminar en ellos. Pero una vez le liberó los pies, Paula dejó que la tomara y bailara con ella.Fue como montar en bicicleta. Bailar no se olvidaba. Pero no tenía nada que ver con bailar con Aldana. Esta era menuda y su cabeza apenas le llegaba al hombro, mientras que, si ella se giraba, su nariz podía chocar contra su barbilla. Paula parecía igualmente sorprendida de estar bailando, pero lo hacía bien, excepto en un par de ocasiones en las que él notó que se tensaba y hacía ademán de separarse. Cuando lo hizo, él la presionó contra sí y notó la presión de sus senos en el pecho, y su cabello acariciándole la barbilla. Bajó la mirada hacia el suelo y Paula se tensó y dijo:
–¡Me estás mirando los pies!

Paula rió y la apretó aún más.

–Así no puedo verlos, ¿Estás más tranquila?

La respuesta de ella quedó ahogada contra su pecho, pero pareció ceder y dejarse llevar por la música. Lo malo fue que Pedro fue cada vez más consciente de cuánto le agradaba tenerla en sus brazos porque que hubiera renunciado al matrimonio no significaba que hubiera renunciado al sexo.Y la idea de llevarse a Paula a la cama le resultó muy atractiva. Parecía encajar a la perfección en sus brazos, tenía un cabello oscuro, fuerte y ondulado en el que sentía la tentación de enredar los dedos y ocultar el rostro. Imaginó cómo quedaría esparcido sobre la almohada.Y cuando ya intentaba decidir cómo conseguiría que sucediera, el vals acabó.

–Bueno –dijo Paula, separándose bruscamente de él–. Ha sido muy agradable.

¿Agradable? Pedro la miró desconcertado y ella sonrió. Él le tendió una mano.

–Puedo hacerlo mucho mejor –se ofreció.

Pero Paula sacudió la cabeza con decisión.

–Gracias, pero no. Y no es descortés rechazar un segundo baile –dijo, antes de que él dijera lo contrario.

–¿Y una copa de vino? Podemos sentarnos a charlar.

–Ha sido un placer, Pedro. Gracias por ser tan amable con mi hermana. Y por el baile –antes de que Pedro pudiera reaccionar, se despidió con un dulce–: Buenas noches.

Pedro se quedó callado aunque hubo un montón de cosas que calló: que no acostumbraba a verse sorprendido, que no recordaba haber deseado tan intensamente a nadie desde hacía años... Y lo más extraño de todo, que quería conocerla mejor.Pero metió las manos en los bolsillos y se limitó a decir:

–Buenas noches, Paula. Gracias por el baile –ella se giró, y entonces él no pudo resistirse a decir–: Si alguna vez quieres ver las renovaciones de mi dormitorio...

Ella se volvió con ojos brillantes. El corazón de Pedro se aceleró y le dedicó una de sus más seductoras sonrisas, pero ella le hizo un gesto de despedida y se perdió entre la gente. Solo cuando dejó de verla, Pedro desvió la vista con un extraño sentimiento de desilusión.Era casi media noche y sería mejor retirarse. Pero no lo hizo. Recorrió el borde de la pista de baile con cierto desasosiego. Nervioso. Hambriento, pero no de comida. Su cuerpo no olvidaba lo cómoda que Paula Cahves le había resultado entre sus brazos. Bruscamente se giró hacia la mujer más próxima y la invitó a bailar. ¿Por qué no? Ya que había bailado una vez, ¿Por qué no dos? Pero no fue lo mismo ni mucho menos. Aquella mujer no se ajustaba a su cuerpo naturalmente, sino que se estrechó contra él, se asió a su cuello y le acarició con el aliento la barbilla. Más que bailar, se restregó contra él hasta que la música cesó y consiguió quitárselade encima.

–¿Otro? –sugirió ella.

–No, gracias –Pedro había tenido bastante–. Me voy a marchar.

Cuando acababa de decirlo, alguien le tocó el brazo por detrás.

–Me alegro de saberlo –dijo una voz inesperada.

Nick se volvió hacia ella y miró con sorpresa a los ojos de Paula Chaves, quien entrelazando el brazo con el suyo y dedicándole una sonrisa arrebatadora, dijo:

–Porque acabo de decidir que estoy deseando ver las reformas.

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