miércoles, 7 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 15

–Claro que quiero subir.

También él, así que se puso en cuclillas, pero al darse cuenta de que Paula tendría que quitarse las medias, se puso en pie y, mirándola a los ojos, dijo:

–Deja que te ayude.

Aunque el rostro de Paula quedaba en la sombra, vió que se llevaba la lengua a los labios. Luego se mordió el labio inferior y miró a Pedro fijamente. Este tomó su silencio como un asentimiento.

–Espera un segundo –la instruyó.

Y rezó para poder hacer lo mismo. Resultaba de una extraña intimidad y extremadamente erótico alzar la mano por debajo de su vestido para buscar el punto del que tirar hacia abajo. Las medias tenían tacto de seda, eran tan delicadas que Pedro temió rasgarlas con sus manos encallecidas. Así que procedió con lentitud, delicadamente. El roce de la piel bajo las medias despertó en él el deseo de tocarla y acariciar los gemelos, ascendiendo pausadamente hacia sus muslos. Percibió que las piernas de Paula temblaban.Unos dedos se posaron en su cabeza y le tiraron del pelo.

–Perdona –se disculpó ella.

Luego relajó los dedos, pero en cuanto Pedro continuó, volvió a apretarlos. Pedro sintió un escalofrío recorrerle la espalda y un golpe de calor en la ingle cuando las medias se transformaron en encaje y, un centímetro más arriba, en carne. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la respiración constante, recordándose que no se trataba de un acto de seducción... a no ser que él fuera el seducido. Enlazó los dedos por encima de una de las medias y la deslizó hasta quitársela. Luego subió y le quitó la otra, aunque saber lo que iba a encontrar no le ayudó a mantenerse indiferente. Y sabía que cuando se pusiera en pie, ella lo notaría. Así que se tomó su tiempo para ayudarle a colocarse las chancletas y en empezar a doblar las medias.

–Yo me ocupo de eso –Paula prácticamente se las arrancó de las manos, que estaban tan temblorosas como las de ella, pero al menos dió tiempo a que Pedro se incorporara y se ajustara los pantalones para disimular lo obvio.

–Bueno, ya podemos subir –dijo él, tras carraspear. Tomó una linterna y fue hacia una de las puertas–. Ten cuidado.

Paula pensó que, de tener cuidado, no estaría allí, sino en su dormitorio, escuchando el sonido ahogado de la orquesta mientras leía un libro en lugar de subiendo unas estrechas escaleras detrás de un hombre que acababa de acariciarle las piernas y cuyas manos la habían dejado temblorosa. Su mente estaba activada tras la sobrecarga de hormonas que la habían asalta do tras dos años de total indiferencia, y sus emociones en aquel instante eran tan impredecibles como las de una adolescente. ¡Debería estar leyendo en la cama un libro tan aburrido como para dormirse al instante! Y sin embargo, seguía el rayo de la linterna con la que Pedro iluminaba los peldaños. En cierto momento, por mirar las piernas de él en lugar de la escalera, perdió pie. Antes de que le diera tiempo a asirse a algo, Pedro se volvió y la abrazó con tanta fuerza que Edie tuvo la certeza de que debía notar su acelerado corazón.

–¿Te has hecho daño? –sin esperar a que contestara, él mismo añadió–: No debería haberte hecho subir. Ha sido una locura.

Paula pensó que tenía razón, pero no tenía nada que ver con subir a la torre.

–Estoy perfectamente –dijo–. De verdad.

Pedro insistió en que era una imprudencia, y ella pensó que, si alzaba el rostro, sus labios acariciarían la barbilla de él. No podía ver porque él sostenía la linterna en la mano del brazo con el que la sujetaba. Y sí, su corazón latía con tanta fuerza como el de ella.

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