lunes, 5 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 8

Vació su mente concentrándose en los querubines y serafines que flotaban por encima de los invitados, estudiándolos como si tuviera que memorizarlos, tal y como le habría pasado hacía unos años cuando hacía un curso sobre detalles arquitectónicos históricos. Los que tenía sobre su cabeza debían de ser del siglo XVII.

–Los declaro marido y mujer.

Pedro suspiró. Habría querido marcharse en aquel mismo momento, pero el tío Orestes se le acercó para preguntarle si no estaría dispuesto a restaurar el cenador de su casa de Connecticut. Después, se había incorporado a la fila de invitados para dar la enhorabuena a su primo Felipe y besar a su resplandeciente novia. Después de la cena, durante la que compartió mesa con las trillizas de su tío Gerardo, con las que no cabía la posibilidad de que nadie pretendiera emparejarlo, se había apoyado en la pared, cerca de la pista de baile, donde nadie intentaría entablar conversación, ni lo sacaría a bailar. Estaba contando los segundos para poder marcharse, cuando una joven rubia y vivaracha comenzó a hablarle.

–Soy Delfina Martínez–había dicho, mirándolo como si esperara que la reconociera. Era joven, preciosa y vibrante–. Soy actriz –explicó, disculpándolo cuando él dijo que no sabía nada de cine.

Ella le dijo que debía animarse a ver sus películas. Que se tomaba su profesión muy en serio y que no quería ser conocida solo por ser bonita, un comentario que no sonó petulante, sino sincero. Sonreía y actuaba de tal manera que Pedro pensó que, si su conocimiento de las mujeres no le fallaba, pretendía seducirlo. Primero la mano en el brazo, luego la inclinación en su dirección, la caricia en la mejilla y la solapa de la chaqueta...

–Tampoco quiero aprovecharme de la fama de mi madre.

Entonces Pedro descubrió que era hija de Alejandra Schulz. A ella sí la conocía. De hecho, no conocía a ningún hombre que no hubiese fantaseado alguna vez con Alejandra, aunque por edad pudiera haber sido su madre.Se la habían presentado hacía un par de noches, en una cena de recepción que había dado Felipe. Afortunadamente, aquel día su hija no estaba. Mona seguía siendo muy hermosa, además de divertida y agradable, y había mostrado interés por sus trabajos de renovación en el palacio, sugiriéndole que entrara en el mercado de los ranchos. Delfina no le había resultado ni la mitad de interesante, pero se había visto obligado a mostrarse atento. Al menos había tenido la certeza de que no buscaba marido. Había algo en su manera de coquetear y de barrer con la mirada el salón, que le había hecho pensar que pretendía que alguien la viera con él. Y como a él le daba lo mismo, permanecer con ella le sirvió al menos para mantener a sus familiares alejados por un rato. Cuando le preguntó a qué se dedicaba, él se lo explicó con todo detalle, confiando en aburrirla con las vigas, las termitas, los problemas de humedad... Ofreciéndose a mostrarle un ejemplo si lo acompañaba a visitar el palacio. Y había llegado a comentar que se habían instalado en un dormitorio del palacio para supervisar las obras.Había confiado con ello aburrirla o quizá asustarla, pero fue entonces cuando ella le acarició la solapa de la chaqueta, diciendo en tono insinuante que le encantaría ver su dormitorio.

Pedro  había pensado entonces que quizá sería mejor bailar con ella... Pero no había hecho falta, gracias a la aparición de Paula Chaves. Era difícil imaginar una salvadora más sorprendente, o una hermana menos parecida a la etérea Delfina. Aunque Pedro creyó detectar la misma estructura ósea de la cara en ambas. Mientras que Delfina enfatizaba los pómulos con maquillaje, Paula llevaba un mínimo maquillaje con el que parecía intentar ocultar sus pecas, aunque sospechaba que le gustaría más llevándolas al descubierto. De lo que no tenía duda era de preferir sus ojos verde grisáceos y su lengua afilada a los ojos azules y la fingida inocencia de su hermana. Paula no se hacía la encantadora, ni se mostraba seductora. No toqueteaba, sino que mantenía la distancia.

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