miércoles, 14 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 28

Paula observó las pruebas del deterioro. El techo del porche estaba hundido, la fachada estaba descascarillada en numerosos sitios... Pedro recorrió el perímetro lentamente, observándola desde todos los ángulos. En cierto momento tiró de una madera, y el ruido que hizo al troncharse hizo estremecer a Paula.

–No parece que valga la pena restaurarla –se aventuró a decir.

En lugar de hablar, Pedro raspó parte del estuco que su padre había usado para cubrir algún agujero, y estudió la superficie que quedó a la vista. Paula se consoló diciéndose que cada vez era menos probable que Pedro aceptara el proyecto, y que los esfuerzos de Mona para emparejarlos fracasarían. Pero por otro lado, le causaba dolor pensar que la casa no tenía remedio, y el gen de Cenicienta que llevaba en la sangre seguía deseando que Pedro Alfonso se quedara en el rancho.

–¿Está abierta?

A Paula le sorprendió que el exterior no hubiera bastado para desanimarlo.

–Tengo la llave –dijo.

 Y sacó del bolsillo un llavero con varias llaves, entre las que seleccionó una.

Pedro la tomó de su mano y, cuando sus dedos se rozaron, ella comprobó, horrorizada, que una sacudida eléctrica la recorría de la cabeza a los pies. Pedro subió al porche y abrió la puerta. Paula lo siguió, sorteando las tablas rotas del suelo.

–Me temo que no hay electricidad,así que no vas a poder ver demasiado.

Rodeada de eucaliptos que contribuían a mantener la casa fresca, el sol solo se filtraba indirectamente. Sin embargo, Pedro parecía acostumbrado a trabajar con el tacto, porque, en lugar de mirar, se dedicó a palpar las paredes y se agachó para tocar el suelo. Paula no tenía ni idea de qué estaba viendo, pero cuanto más pasaba en la casa, más recuerdos de los años vividos allí la asaltaban. En el salón, su padre solía llevarlos a caballo a cuatro patas; al lado de la ventana, ponían el árbol de Navidad; en la cocina comían platos preparados por Mona, y no por una cocinera. Mirando alrededor sintió que la emoción le atenazaba la garganta. Pasó la mano por la encimera de la cocina, viéndose a sí misma sobre una silla ayudando a su madre a cortar unas galletas; detrás de la puerta permanecían las marcas que su padre había hecho registrando el crecimiento de Benjamín  y de ella. Pasó el dedo por la última y recordó cómo se erguía cuanto podía, haciendo reír a su padre que solía pedirle que dejara de crecer.

–¿Estás bien? –preguntó Pedro, apareciendo en el umbral de la puerta.

–Sí. Estaba acordándome de lo bien que lo pasamos en esta casa –dijo ella con una tímida sonrisa.

Pedro asintió como si lo comprendiera. Paula no lo conocía lo suficiente como para saber si era sincero, pero lo que sabía de él le gustaba enormemente. Cuando habían pasado la noche juntos en un escenario ajeno, había querido creer que la atracción desaparecería si se encontraban en un espacio familiar. Pero estaba equivocada.

Pedro empezó a abrir armarios y a estudiar su interior, y Paula se permitió observarlo y recordar los momentos de intimidad que había compartido con él, así como la forma en la que él la había tocado... y no sólo físicamente.

–Tengo que irme –dijo bruscamente–. He de trabajar.

Pedro, que estaba agachado observando un punto del suelo, alzó la mirada con expresión distraída:

–Claro. No te preocupes. Vete.

–Vamos –llamó Paula a Apolo. Al ver que miraba hacia Pedro, añadió, más para sí misma que para el perro–. Él no viene. Está aquí por trabajo y se va a marchar pronto.

O al menos eso esperaba. Porque al fin y al cabo, no estaba allí por ella. Ni siquiera era consciente de haberla sacado de un prolongado letargo, porque no estaba allí más que por las maquinaciones de Alejandra. Pedro no había hecho ninguna promesa.

–La iré a ver –le había dicho a Alejandra la semana anterior por teléfono–. Y si vale la pena restaurarla, lo haré.

–Estupendo –contestó ella–. Puedes alojarte en mi casa. Hay sitio de sobra. Ahora me tengo que ir a filmar. Paula podrá ayudarte. ¿La recuerdas?

Claro que la recordaba. Y no había cambiado nada.

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