lunes, 5 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 6

–No, gracias –contestó, desconcertada.

–¿Por qué no? –Pedro le presionó la muñeca sin apartarlos ojos de los de ella.

–Preguntar eso es una descortesía –protestó Paula.

Él esbozó una sonrisa.

–Yo creía que la descortesía era rechazarme.

Paula se sentía como una adolescente ruborizada.

–Lo siento, pero no puedo –dijo, sacudiendo la cabeza.

–¿No puedes o no quieres? –insistió él.

Paula  decidió decir la verdad.

–Me duelen los pies –dijo, encogiéndose de hombros.

Pedro bajó la mirada hacia los zapatos de punta aguda que atrapaban sus pies.

–Dios mío –dijo, frunciendo el ceño. Luego sonrió y, tomándola de la mano, tiró de ella–. Ven –le hizo sentar en una silla en el extremo del salón y se arrodilló a sus pies.A continuación, para sorpresa de Paula, en lugar de ir a buscar otra compañera de baile, le quitó los zapatos y lo dejó bajo la mesa.

–¿Qué estás...?

–No comprendo por qué las mujeres usáis unos zapatos tan terribles –dijo Pedro con cara de incomprensión, a la vez que le masajeaba la planta.

Paula fue a decir que eran de Delfina, pero los dedos de Pedro le nublaron el sentido. Era una sensación maravillosa. Cada caricia le causaba una descarga eléctrica.Quería que se detuviera, pero al mismo tiempo, cuando lo hizo, le dieron ganas de suplicarle que siguiera.

–Mejor así –Pedro se puso en pie con agilidad.

Paula alzó la mirada, turbada, y lo vio con gesto imperioso, en control. Ella solo pudo asentir.

–Ahora ya puedes bailar conmigo –dijo.

Y tomándole la mano la puso en pie y tiró de ella hacia sí.Entonces se produjo la magia. Pedro giró con ella al compás de un vals. Paula esperó tropezarse. Siempre lo hacía. Incluso el día de su boda, con Rodrigo. La señora Achenbach, su instructora de baile, había logrado convencerla de que tenía dos pies izquierdos. Pero aquella noche, sin zapatos, sus pies hacían exactamente lo que quería que hicieran: seguir los de él. Bajó la mirada hacia el suelo, y Pedro preguntó:

–¿Pasa algo?

Todo y nada a la vez. Paula sacudió la cabeza, maravillada, tenía la sensación de estar viviendo una experiencia extracorporal. Como Cenicienta.Ni siquiera debía estar allí. No quería estar allí. Si estaba, era por Delfina, y ésta se había ido. Miró instintivamente en torno, buscando un reloj para ver cuánto faltaba para la medianoche.No encontró ninguno, y Pedro no le dió la posibilidad de buscarlos porque giraba y giraba con ella. Sentía un cosquilleo en la punta de los pies, y casi temía que alguien le diera una palmada y anunciara públicamente que estaba descalza.Pero como era lógico, nadie le prestaba atención.Para entonces habían recorrido toda la pista de baile. Era maravilloso y excitante. Y aun así, Paula no dejaba de pensar que tenía que recuperar los zapatos de Delfina.

–¿Y ahora, cuál es el problema? –preguntó Pedro.

–Mis zapatos...

–No son tuyos –dijo él con firmeza.

–Puede que no, pero tengo que recogerlos –dijo Paula.

–Luego vamos a por ellos –dijo él, que no parecía en absoluto preocupado–. Sonríe –ordenó–. Me gusta cuando sonríes –sonrió a su vez como si con ello esperara que ella lo imitara.

Y así fue. Paula sonrió como si sus labios fueran tan maleables como sus pies.Pedro asintió.

–Así me gusta.

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