lunes, 12 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 22

Ella gritó:

–¡Ahora! –y le mostró su impaciencia asiéndose a sus caderas y atrayéndolas hacia sí.

Él la penetró entonces con decisión, abandonando toda cautela, contradiciendo la lentitud y delicadeza de unos segundos antes. Apretó los dientes y la piel de su rostro se tensó. Su respiración se aceleró al compás de sus movimientos, y Paula se movió para acudir a su encuentro, para unirse a él; hasta que Pedro dejó escapar un grito ahogado y una vez más alcanzaron el clímax al unísono.

Una inmediata relajación y una profunda serenidad los envolvió y, cuando Pedro se dejó caer sobre ella, Paula lo asió con fuerza, resistiéndose a soltarlo, a perder el contacto. Sus corazones latían a un tiempo. Pedro apoyaba la mejilla en la de ella. Paula giró la cabeza y se la besó, aspirando su aroma. Él también se giró y se quedaron mirando el uno al otro en silencio. Ella sonrió. Pedro la observó con expresión seria. Parecía un hombre que hubiera recibido un golpe sin saber de dónde había llegado. Cerró los ojos y su respiración se ralentizó. Se había quedado dormido.

En aquella ocasión, Paula permaneció despierta. Se sentía maravillosamente, como cuando hacía el amor con Rodrigo, pero con este nunca se había tratado solo de sexo. ¿Podría llegar a ser así con Pedro? La pregunta la tomó por sorpresa y supo al instante que planteársela era un error. Él había dejado totalmente claro que no quería nada más. Pero ¿Y si ella sí? Sería su problema. Lo observó mientras dormía. ¿Habría sentido también él la sensación de conexión que había experimentado ella? O esa conexión no era más que la justificación que se buscaba una viuda solitaria para explicar un comportamiento tan poco característico en ella. Ni tenía las respuestas ni las obtendría aquella noche, y quedarse allí, echada, no iba ayudarla, sino que solo podía contribuir a que deseara cosas a las que no tenía derecho con un hombre al que acababa de conocer. Y sin embargo, una parte de ella intuía extrañamente que conocía muy bien a Pedro Alfonso. Aquella noche le había demostrado que había vida después de Rodrigo, y estaba segura de que pensaría en él durante tiempo. Pero por el momento debía ir a su dormitorio y retomar su vida. Cuidadosamente, se deslizó de debajo de su brazo y buscó sigilosamente su ropa. Ya en el cuarto de baño se vistió precipitadamente, confiando en que no habría nadie paseándose por el castillo a aquellas horas. Ella tenía que tomar un avión en menos de seis. Al salir, no pudo resistir la tentación de acercarse a la cama para ver a Pedro por última vez. Se había girado sobre la espalda, la sábana se le había enredado en la cintura y Paula intentó memorizar sus músculos, sus labios sensuales, sus pómulos pronunciados. Le habría gustado ver sus ojos, a veces tan diáfanos y otras tan velados. El espejo de su alma. Pedro le había tocado tanto el cuerpo como el alma. Le había devuelto una parte de sí misma que había muerto con Rodrigo, y confiaba en haberle dado algo a cambio. Lo miró largamente para grabarlo en la mente igual que lo llevaba grabado en el cuerpo. Y sin poder contenerse, se inclinó y le besó los labios. Él buscó los de ella, pero cuando se retiró, él, no encontrándolos, dejó escapar un suspiro. Paula lo imitó.

–Buenas noches, Pedro–susurró–. Gracias –se dió permiso para acariciar por última vez su hombro–. O eso creo.

Y dando media vuelta, salió sigilosamente de la habitación.

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