miércoles, 28 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 54

Delfina parecía tener problemas constantemente; y su madre llamaba a diario, en general por cuestiones de trabajo. Pero los pequeños, Melisa y los gemelos, Pablo y Santiago, acudían a ella en lugar de a su madre cuando necesitaban consuelo. Paula iba ser una madre excepcional. Y Pedro se encontró de nuevo pensando en la Paula del futuro.

–¿Tienes pensado vivir en la casa de adobe? –preguntó.

Paula, que iba a la cocina a meter una lasaña en el horno, se detuvo y,tras mirarlo con sorpresa, se quedó pensativa.

–No lo había pensado hasta hoy mismo –tras una pausa, asintió–. Creo que sí. No todo el tiempo, claro. No quiero vivir en la propiedad de Alejandra, pero ¿No te parece un lugar perfecto para venir de vacaciones con mi familia?

Afortunadamente, no esperó a que Pedro contestara, porque este no tenía respuesta.

–Así mis hijos podrán estar con Alejandra lo justo –sonrió–. Le encantan los niños, pero la rutina diaria no es su estilo.

Pero sí era el de Paula. Y Pedro lo comprobó aquella misma semana, con los consecutivos capítulos del drama de Melisa, y la llamada de Santiago al final de la semana pidiendo ayuda para poder ver por el ordenador un partido de béisbol desde Bangkok. Entre los dos lo consiguieron, afortunadamente para Pedro, justo a tiempo de poder llevarse a Paula a la cama.

–Estás muy ansioso –dijo ella cuando la llevaba en brazos escaleras arriba.

–Así es –dijo él, besándola y quitándole la camiseta en cuanto la posó en el suelo, ya en el dormitorio.

–¿Porqué? –preguntó Paula al tiempo que, igualmente ansiosa, le soltaba el botón de los pantalones.

–Porque no me sacio de tí.

Pedro la hizo retroceder hasta la cama. Era verdad. Cuanto más tiempo pasaba con Paula dentro y fuera de la cama, más tiempo quería pasar. Por eso le obsesionaba aprovechar cada instante antes de acabar la restauración. Pero no fue fácil alcanzar su meta, y tuvo que pensar en todas las estrategias posibles para estar en su compañía. Comían, pasaban la tarde en la casa de adobe, cenaban e iban juntos a la cama. Nunca había estado tanto con nadie. Pero en lugar de hartarse, un mediodía que tras recoger la cesta Paula le dijo que lo vería por la noche, le dijo, molesto:

–¿Dónde vas?

Le sorprendió cuánto le importaba que se fuera. Era la primera vez que trabajaba acompañado, porque no le gustaba que nadie interfiriera en lo que hacía. Ni siquiera Aldana le había acompañado mientras construía su casa.

–Le prometí a Pablo que compraría las ruedas del patín y se las mandaría hoy mismo.

Pedro la miró sorprendido. Aunque había aprendido a no subestimar los conocimientos de Paula, le pareció increíble que también supiera de patines.

–Tengo instrucciones muy precisas –dijo ella.

Y sonriendo, sacó un papel del bolsillo. Pedro lo tomó y lo estudió.

–¿Cómo vas a elegir si te da cuatro opciones distintas?

–Me ha pedido las mejores –Paula suspiró–. Las ha puesto en orden de preferencia. Si no, me ha dicho que le pregunte a alguien que sepa –lo miró expectante–. ¿Tú sabes algo de patines?

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