lunes, 12 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 24

Así que, ¿Qué hacía allí? Su sensual boca esbozó una sonrisa y Paula supo que los recuerdos que la habían acosado no eran un producto de su imaginación.

–¿Qué haces aquí? –preguntó, perpleja.

La Cenicienta que albergaba en su interior ansiaba oírle decir que había acudido en su busca. El noventa y nueve por ciento de su sensato cerebro le dijo que no fuera estúpida. Cosas así solo tenían lugar en los cuentos de hadas.

–Yo también me alegro de verte –dijo él con un brillo risueño en la mirada. Luego la miró inquisitivamente y continuó–: No recuerdo que nos despidiéramos en malos términos. De hecho, ni siquiera recuerdo que nos despidiéramos. Me desperté y ya no estabas.

Paula sintió fuego en las mejillas y apretó la presión en el collar de Apolo.

–No quise despertarte y tenía que tomar un vuelo –intentó expresarse con indiferencia, pero supo que sonó esquiva–. Lo siento –tras una pausa, añadió–. Fue una noche... maravillosa.

Él siguió sonriéndole, tan guapo como lo recordaba, en aquella ocasión con aire informal, vaqueros gastados y una camisa verde clara.

–Estoy de acuerdo –dijo él, deslizando la mirada por su cuerpo como si la desnudara–. He estado hablando con tu madre –al ver la expresión desconcertada de Paula, explicó–: Quería consultarme sobre la casa de adobe.

–¿Para qué? –preguntó ella.

–En Mont Chamion me comentó que necesitaba ser restaurada, así que me ofrecí a evaluarla.

–¿Evaluar el qué? –¿Pedro estaba allí porque había hablado con su madre? No pudo evitar sentirse desilusionada al saber que su aparición estaba relacionada con trabajo–. Alejandra está en Tailandia.

–Ya. Hablé ayer con ella.

También Paula, pero no había mencionado a Pedro.

–Además, hace dos semanas comentamos los planes de restauración, pero como no sabía cuándo podría venir, dijo que podía acercarme cuando acabara el trabajo que tenía entre manos.

Paula empezaba a asimilar la noticia.

–¿Acercarte para qué?

–Para decidir si vale la pena trabajar en la casa –dijo Pedro, alargando una mano hacia Apolo para que se la olisqueara y comprobara que era un amigo.


Paula se sentía traicionada. Era evidente que al fallarle el plan de Kevin, su madre había decidido emparejarla con el hombre con el que se había ido de la fiesta. ¿Cómo lo habría convencido? Se sintió humillada.

–No vale la pena hacer nada con la casa de adobe –dijo, cortante.

En realidad confiaba en que no fuera así porque adoraba aquella casa, en la que había vivido su infancia. Desafortunadamente, Apolo había decidido que Pedro le gustaba y empezó a mover la cola. Ella forzó una tensa sonrisa.

–Tu madre parece opinar lo contrario. Pero hasta que no la vea no puedo saberlo –como si quisiera torturarla, Pedro añadió–: Si decido que sí, puede que haya que hablar con la comisión de edificios históricos.

El que hablaba era el Pedro profesional y práctico, y Paula estaba más preocupada valorando lo que todo aquello significaba.

–¿Dónde vas a alojarte? –preguntó bruscamente.

Pedro parpadeó antes de recuperar la sonrisa.

–La verdad es que Alejandra me invitó a quedarme aquí –mirándola especulativamente, añadió–: ¿Te molesta?

Molestar no era palabra. Desconcertar, mortificar, inquietar, lo eran. Pero no podía decírselo. Obligándose a dedicarle su sonrisa más hospitalaria, dijo:

–Claro que no –dió un paso atrás y abrió la puerta de par en par–. Adelante. Por cierto, este es Apolo.

Pedro se inclinó para rascarle las orejas, y el gruñido de placer de Apolo recordó a Paula el placer que aquellas mismas manos le habían proporcionado.

–Voy a por la maleta –dijo él al incorporarse.

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