viernes, 30 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 59

Un hombre se aproximó corriendo. Tenía un leve parecido a Rodrigo, pero pasó de largo y Paula sonrió con tristeza. No había otro Rodrigo que la rescatara. Aun así había aprendido que la vida podía cambiar en cuestión de segundos. Jamás habría podido predecir que en aquel instante sonaría su teléfono y que, en cuanto contestó, Alejandra dijo:

–Pablo se ha roto una pierna.

En Bangkok hacía un calor intenso y húmedo, y Paula se sentía agotada y dolorida cuando veinticuatro horas más tarde, Alejandra se abrazó a ella llena de gratitud.

–¡Gracias a Dios que has venido!

Estaban en el salón de la preciosa casa de Alejandra y el abrazo entusiasmado de ésta le hizo perder el equilibrio. Alejandra la sujetó por los brazos y le miró a la cara.

–¡Tienes una aspecto terrible!

Paula le dió las gracias mentalmente. Al menos «terrible » ya era una mejora respecto a cómo se sentía.

–¿Tan malo ha sido el vuelo? –Alejandra preguntó mientras la llevaba hasta un sofá y le hacía sentarse.

–No –se limitó a contestar Paula.

–¿Es por Delfina? –insistió Alejandra–. Pau, sé que ha vuelto a pelearse con Lucas, pero tiene que aprender a cuidar de sí misma.

Paula no lo sabía ni en aquel momento hubiera sido capaz de ocuparse de nadie más que de sí misma.

–Tampoco esperaba que lo dejaras todo y vinieras –continuó Alejandra–, aunque es verdad que Pablo se porta mejor contigo que conmigo y que él, Santiago y Melisa te han echado mucho de menos –mirándola con expresión inquisitiva, añadió–: Pero pensaba que tenías asuntos más importantes que resolver.

Paula sabía perfectamente a qué se refería y no tenía intención de contestarle.

–Me apetecía venir –dijo con firmeza–. Los echaba de menos. ¿Dónde está Pablo? Estoy deseando verlo.

Y aún más deseosa de evitar el interrogatorio de Alejandra. Debió de ser lo bastante convincente porque después de decir al chico de servicio que llevara la maleta a su dormitorio, Alejandra dijo a Paula que la siguiera.

–No les he dicho que venías. Quería que fuera una sorpresa.

La sorpresa fue tan grande y tan bien recibida como era de esperar. Santiago le saltó al cuello y Melisa se abrazó a ella diciéndole lo contenta que estaba, mientras el rostro de Pablo se iluminaba. Cuando ella les dijo lo contenta que estaba de verlos, no lo dudaron. Desde la muerte de Rodrigo habían sido el centro de su vida, y no tenían motivos para pensar que se hubiera producido ningún cambio.



Cuando le anunció a Pedro que se marchaba, este se había limitado a encogerse de hombros.«Haz lo que debas», dijo.Y ella, reprimiendo el impulso de abofetearlo, se fue. Porque estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para olvidarlo.¡Olvidarla! Iba a ser imposible si cada vez que cerraba los ojos veía su imagen: Paula en la piscina, en la casa de adobe, en la mesa de la cocina, en Biltmore, en Mont Chamion, bailando descalza. En sus brazos, en su cama. ¡No conseguía borrarla de su mente! Lo que había entre ellos era excepcional. Nunca había sentido nada igual, ni siquiera por Aldana. Nadie le había hecho reír tanto ni lo había conocido tan bien. Pero había decidido tirarlo todo por la borda, y si eso era lo que quería, él no iba a impedírselo. Si se había recuperado de la muerte de Aldana, se recuperaría de la pérdida de Paula. No la necesitaba ni necesitaba el compromiso que ella le pedía. Acabaría la casa porque era su deber y se marcharía. Nunca mezclaba trabajo y placer. Había sido un estúpido infringiendo sus propias normas.

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