viernes, 2 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 4

–¿Tú crees? –preguntó Delfina, esperanzada.

Paula asintió con vehemencia.

–Llámalo.

Delfina titubeó, miró al apuesto hombre que tenía a su lado y luego recorrió el salón con la mirada como si calculara qué podía perderse si se ausentaba.

–Si se hubiera quedado, ahora estaríamos bailando –dijo, enfurruñada.

–Te dijo que lo acompañaras. A veces hay que ceder.Tenía una competición –le recordó Paula.

–¡Pero me habría perdido la boda!

–Pero estarías con él –Paula hizo una pausa para darle tiempo a reflexionar. Luego añadió como sin darle importancia–: Si le llamas, puedes decirle que sir Sergio os ha ofrecido su castillo en Escocia para vuestra luna de miel.

Aquella era la mayor tentación posible. Desde que Sergio había hecho la oferta, Delfina no hablaba de otra cosa, cuando no protestaba por la partida de Lucas.

–Vale, lo llamaré –dijo Delfina, cayendo en la trampa–. Ya que me ha llamado... –tras suspirar, miró a Don Peligroso–. Me adora, y yo a él, aunque me saque de quicio. Así que será mejor que le llame –y con un gesto de resignación, añadió–: Me habría encantado ver la renovación de tu dormitorio.

–Y a mí habértela enseñado –dijo él, galantemente.

Paula los miró atónita aunque intentó disimular. Delfina se despidió con un ademán y salió con paso saltarín hacia el vestíbulo. Paula la observó marchar hasta que la perdió de vista. Entonces se volvió para irse, pero descubrió que el hombre clavaba la mirada en ella y que ¡le guiñaba un ojo! Sintió una sacudida eléctrica en el corazón, como si hubiera sido devuelta a la vida... Como La Bella Durmiente gracias al beso del príncipe. Y aunque la ida le produjo risa, la sensación la tomó tan por sorpresa que se quedó muda. No había sentido nada igual desde Rodrigo.

–¿Renovaciones en tu dormitorio? –preguntó con sarcasmo.

Don Peligroso se limitó a sonreír, y Paula sintió una nueva sacudida.

–Te juro que no había ninguna intención velada –dijo él con un brillo risueño en sus ojos–. Si quieres, te las puedo enseñar a tí –añadió, ofreciéndole el brazo.

Paula cruzó los suyos sobre el pecho.

–¡No digas tonterías! ¡No pienso ir a tu dormitorio, y Delfina tampoco lo habría hecho! –mintió, más por que necesitaba volver a centrar la atención en su hermana que por defenderla–. Adora a Lucas. No intentaba seducirte en serio –concluyó con firmeza.

–¿No? Se ve que no has oído la conversación.

Paula se ruborizó.

–Ella no se habría...

–¿Acostado conmigo? –el hombre rio abiertamente–. ¿Eso crees?

–¡No! –o al menos Paula confiaba en estar en lo cierto.

–No te preocupes. De todas formas, yo no me habría acostado con ella.

Paula abrió los ojos desorbitadamente al tiempo que sentía un sorprendente alivio.Él sacudió la cabeza y la miró fijamente.

–Ni loco. No es más que una niña.

–Tiene veinte años.

Él asintió.

–Eso mismo. Además, no es mi tipo –él dió un paso hacia ella, y Paula retrocedió–. De toda formas, ¿Tú quién eres? –dijo, clavando sus ojos oscuros en los de ella.

–La hermana de Delfina–nadie solía creerlo hasta Alejandra juraba sobre la Biblia que las había parido a ambas. Su hermana era rubia y voluptuosa, mientras que ella era delgada y angulosa, con un cabello castaño indefinido y ojos verdes mates–. Hermanastra –se corrigió.

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