miércoles, 14 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 27

Pedro rió y su risa hizo que a Paula se le pusiera la carne de gallina.

–Solo lo preguntaba pensando en cómo podría acercar el material para la restauración –dijo él.

Continuaron caminando en silencio mientras Paula iba recuperando recuerdos de la casa hacia la que se dirigían.La casa de adobe solo tenía un significado especial para Benjamín y para ella, porque habían pasado allí su infancia. Edie la adoraba, y en más de una ocasión había pensado en restaurarla e ir a vivir a ella con Ben, pero nunca habían llegado a hablarlo.

–Creía que no restaurabas casas –dijo al cabo de un rato.

–Y quizá no me ocupe de esta tampoco. Depende del estado en el que esté.

–Claro. Has sido muy amable viniendo a verla –Paula se esforzaba por sonar lo más indiferente posible–. No sé qué le ha dado a Alejandra por restaurarla.

Aunque por supuesto que lo sabía. Era Alejandra en plena misión de celestina. Paula miró a Pedro de soslayo, pero él no hizo ademán de contestar.

–¿Cuándo acabaste en Mont Chamion? –preguntó ella.

–Una semana después de la boda. Fui un par de veces a supervisar el trabajo de los artesanos, pero he pasado casi todo el tiempo restante entre Noruega y Escocia.

–¿En Escocia? –preguntó Paula.

–Así es –en lugar de extenderse en una explicación, Pedro cambió de tema–. Háblame del rancho.

A Paula le sirvió para establecer una mínima distancia con la situación.

–Creo que es de mediados del siglo XIX. Mi padre solía contarnos historias de sus primeros propietarios, aunque no sé si eran verdad –sonrió al recordar cuánto le gustaba a su padre subirse a Benjamín y a ella al regazo y hablarles de los colonizadores de California.

–¿Pertenecía a tu familia?

–No. Mis padres lo compraron después de casarse. Aunque estaba ya bastante deteriorada, a mi padre le interesaba el terreno. Había nacido en un rancho y quería criar caballos. No tenía nada que ver con el mundo del cine –Paula todavía podía verlo, alto, moreno, guapo–. Equilibraba a mi madre. Era tranquilo y sólido –Paula pensó que estaba hablando demasiado–. Pero supongo que eso no te importa.

–Al contrario, cuanto más sepa de los habitantes de la casa, mejor.

Paula recordó las historias de la familia real de Mont Chamion que Pedro le había contado en el castillo.

–Por aquel entonces, a mis padres lo que más les importaba era la familia –continuó Paula–. Pero la muerte de mi padre cambió a Alejandra. Se sentía perdida, e intentó desesperadamente recuperar el equilibrio que le daba estar en pareja.

A medida que hablaba, Paula fue recuperando recuerdos de los días felices que habían pasado en la casa de adobe, y de la dolorosa pérdida de su padre en una accidente de coche. Llegaron a lo alto de una colina desde la que, al fondo de la ladera y entre un bosque de pinos, se divisaba la casa.

–¿Por eso se ha casado tantas veces? –preguntó Pedro.

–Yo creo que sí –dijo Paula–. Quería estar casada, tener un hombre. Y como nunca le han faltado, ha tenido muchos hijos.

–Debió de resultarte difícil.

–No, fue lo mejor que podía pasarme, sobre todo desde que se hizo famosa. Ser seis hermanos permitía repartir la atención de los paparazzi.

Estaban ya cerca de la casa y, al verla a través de los ojos de Pedro, su estado de deterioro horrorizó a Paula.

–Está mucho peor de lo que recordaba –comentó.

Pedro guardó silencio y se limitó a estudiar el edificio, con su ancho porche y ventanales profundos.

–Mi padre siempre estuvo demasiado ocupado como para mejorarla –dijo Paula en tono defensivo.

–Lo comprendo –dijo Pedro crípticamente mientras seguía acercándose.

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