lunes, 26 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 46

–Has llamado –dijo Paula, irritada, cuando su madre finalmente contestó el teléfono.

–¿Estás bien? –preguntó Alejandra, sorprendiéndola.

Al llegar al departamento, Paula había encendido el teléfono y había encontrado once mensajes de ella. Mientras que los primeros trataban asuntos de trabajo, en los últimos sonaba alarmada.

–Estoy perfectamente. Tenía una cita –dijo.

–Pedro ha dicho que no sabía dónde estabas –replicó su madre sin disimular su irritación.

–No había quedado con él –dijo Paula en el mismo tono–. Y, por cierto, no necesito que me busques pareja.

–¿Qué? –preguntó Alejandra, fingiendo que no sabía qué quería decir.

–Sabes a qué me refiero –dijo Paula, que no se dejaba engañar por las habilidades interpretativas de su madre–. No necesito que me busques hombres. A ver si te enteras de que se trata de mi vida y que hago con ella lo que quiera.

Tras una prolongada pausa, Alejandra contestó:

–Estoy segura de ello.

Paula no se ablandó.

–Lo digo en serio. Te lo dejé claro después de la boda en Mont Chamion.

–Me dijiste que no intentara reunirte con Kevin Robbins nunca más –dijo Alejandra.

–¿Y no lo entendiste? –dijo Paula–. ¿O también me has mandado a Kevin?

–¿Qué quieres decir con «también»?

–Además de a Pedro –dijo Paula, furiosa con la fingida inocencia de su madre.

–No te entiendo.

–Ah, no. ¿Y qué hace aquí?

–Cuando llamó, me dijo que quería ver la casa de la que le había hablado –dijo Alejandra.

Paula abrió la boca, pero no le salieron las palabras. ¿Pedro la había llamado?

–¿Quién llamó a quién?

–Pedro a mí –dijo Alejandra con firmeza.

–Entonces... ¿Por qué...? No comprendo –dijo Paula. Y se sentó porque las piernas le temblaban.

–Pues a mí me parece evidente –dijo Alejandra.

Paula sacudió la cabeza.

–No –se limitó a decir.

–¡Por Dios, Paula! –dijo Alejandra, exasperada–. ¿Por qué crees que quería renovar la casa, para mejorar su currículum? Permite que lo dude.

–Pero entonces...

–Ha ido por tí–dijo Alejandra con absoluta certeza.

–Pero... –una vez más, Paula se quedó sin palabras y sacudió la cabeza.

Al llegar Pedro, había creído en esa posibilidad inicialmente. El corazón se le había acelerado y había albergado la esperanza de que esa fuera la razón de su visita. Pero entonces le había preguntado qué lo había llevado hasta allí. ¿Y qué había contestado Pedro? No conseguía recordarlo. Pero aunque no hubiera afirmado que había acudido por ella, tampoco lo había negado. Dijo:«He estado hablando con tu madre». Se quedó paralizada, concentrándose en el recuerdo de la escena, pero sin querer llegar a creer en una nueva explicación.

–¿Paula? –dijo su madre en el silencio.

Paula seguía pensando. ¿Qué habría movido a Pedro a renovar la casa de adobe si no era...?

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