viernes, 23 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 41

Cuando estaba en el colegio, el perro de una amiga suya había muerto por la mordedura de una serpiente de cascabel. Paula sabía que no habría podido hacer nada por salvar a Rodrigo, pero si a Apolo le pasaba algo... Después de recorrer toda la propiedad, se decidió a ir a la casa de adobe.

–¡Apolo!–lo llamó una y otra vez en el recorrido.

La primera vez que obtuvo respuesta, fue ya cerca de la casa, antes de llegar a lo alto de la colina. Una voz, apenas audible, dijo:

–Está aquí.

–Menos mal –gritó ella, apresurando el paso.

Sintió una alegría extrema al ver a Apolo en el porche, sacudiendo la cola entusiasmado, y se espantó al ver a Pedro, con el torso desnudo y a mitad de subir una escalera de mano, haciendo equilibrios con una viga apoyada en el hombro. Un extremo ya estaba en su sitio, pero para terminar de colocarla, debía apoyar el otro extremo en el lado opuesto del porche.

–¡Espera! –gritó al tener la impresión de que la escalera se tambaleaba.

En cuanto gritó, temió asustarlo y provocar su caída. Pero no fue así. Pedro se detuvo, y la buscó con la mirada. Paula terminaba de bajar la colina precipitadamente, resbalando y escurriéndose. Al verla, Apolo empezó a ladrar y a dar saltos de alegría.

–¡Para, Apolo! –dijo Paula, temiendo que golpeara la escalera.

Por una vez en su vida, Apolo obedeció, y se quedó mirándola mientras se acercaba con paso firme. Al llegar al pie de la escalera, lanzó una mirada furibunda al hombre que estaba encima.

–¿Qué demonios estás haciendo? ¡Podrías matarte!

–Tengo práctica –dijo él con la voz forzada por el peso que sujetaba.

Paula podía ver las gotas de sudor correr por sus mejillas y hacer surcos en el polvo que le cubría la espalda.

–Eso no quiere decir que sea sensato. Necesitas ayuda.

–¿Te estás ofreciendo voluntaria?

–Sí –Paula pasó de largo a Apolo y sujetó la escalera con fuerza.

Pedro la miró sorprendido y dijo:

–Quítate de ahí. Puedo caerme encima de tí.

–Pues será mejor que no te caigas –dijo ella, asiéndose a la escalera de manera que casi rozaba con la nariz la parte de atrás de los vaqueros de Pedro.

–¡Paula!

–¡Pedro! –dijo ella sin moverse.

–Maldita sea –masculló él.

Pero cuando se dió cuenta de que Paula no pensaba moverse, esta vió que las piernas se tensaban y subían un nuevo peldaño. La escalera vibró y ella la sujetó con fuerza. Desde arriba, le llegaba la respiración alterada de Pedro.

–Eres un idiota –dijo por distraerse de lo que podía pasar si Pedro se caía.

–Tú... –Pedro subió otro peldaño–. También.

Paula ya no veía ni sus botas, así que tuvo que alzar la mirada. Aparte de la viga, que daba miedo, la visión era espectacular. Quería haber apartado la vista, pero le fue imposible porque estaba como hipnotizada. Pedro había cambiado el peso para deslizar la viga hacia delante. Al moverse, la escalera tembló y Paula la afianzó hasta que se le quedaron los nudillos blancos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario