miércoles, 28 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 55

Pedro sonrió.

–En mis tiempos patiné bastante.

–¿De verdad? –dijo ella, entusiasmada–. ¿Por qué no vienes? Necesito un experto.


Pedro no había patinado con un skateboard desde hacía años, pero si eso significaba pasar el día con Paula...

–Vale.


Después de comprar y enviar las mejores ruedas del mercado, dieron un paseo y Paula, con ojos brillantes, sugirió que cenaran en el Biltmore. Se trataba de uno de los lugares más conocidos de Santa Bárbara. Estaba en la playa, y se trataba de un edificio de los años veinte, con un romántico estilo neocolonial español.

–Puede servirte de inspiración –dijo, animándolo.

Lo cierto era que quería ir al Biltmore con él para añadir una nueva página al álbum familiar, y aunque sabía que se arriesgaba demasiado, no había podido evitar hacer la sugerencia. En el Biltmore había celebrado con Rodrigo su compromiso; en él su padre le había pedido matrimonio a Alejandra, y su abuelo, un hombre acaudalado, había conocido a su abuela cuando esta trabajaba en él de cocinera. Así que pasar días memorables en el Biltmore era una tradición familiar.Pero no le dijo nada de eso a Pedro. Y no tenía la menor intención de declarársele. Ni él tampoco. Pero quizá sí algún día. Las semanas que habían pasado juntos había robustecido su relación. Las anécdotas de infancia que habían compartido les habían hecho sentir que tenían un pasado similar. Los dos había tenido una historia de amor dramática, valoraban la familia, los amigos, los perros, dar paseos, nadar y hacer el amor. Los habían amado y habían sufrido una pérdida. Paula no pretendía suplantar a Aldana en su corazón como sabía que él no ocuparía el lugar de Rodrigo. Había cabida para ambos. La alocada capacidad de arriesgarse una y otra vez de Alejandra se lo había demostrado.  Rodrigo le había enseñado a confiar y entregarse al amor. Amaba a Pedro.

Al volver de Mont Chamion se había dicho que no era posible, y al llegar Pedro a Santa Bárbara se había resistido con todas sus fuerzas. Pero ya no quería evitarlo. Amaba a Pedro.Y sugerir ir al Biltmore podía ser una manera de tentar a la suerte, pero correría ese riesgo. Estacionaron  el coche junto a la playa, y como era temprano para cenar, se descalzaron y bajaron a la arena. Pedro le tomó la mano y ella expuso el rostro al sol mientras le acariciaba con el pulgar el dorso. Charlaron, rieron y compartieron historias. También hubo momentos de silencio. Estaban cómodos el uno con el otro. Y cuando volvieron hacia el Biltmore, se sacudieron la arena, se calzaron y Paula se peinó el cabello. La comida fue maravillosa: marisco, pasta, ensalada. El vino que eligió Pedro estaba exquisito. Alzó la copa y, mirándola apasionadamente, la chocó contra la de ella diciendo:

–A tu salud, Paula Chaves.

Ella respondió:

–A la tuya, Pedro Alfonso–aunque en su corazón dijo «a la nuestra».

Se saltaron el postre porque en casa los esperaba algo mejor. Hicieron el trayecto casi en silencio, con Pedro sujetándole la mano mientras conducía con la otra. Solo se la soltó para salir del coche, y volvió a tomársela al llegar al pie de la escalera. Habían hecho el amor en casa de Alejandra, en la piscina, incluso en la casa de adobe, sobre una colcha. Pero normalmente iban a la casa de Paula. Y era su lugar preferido.

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