lunes, 26 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 48

Pero podía haberse marchado al ver que ella no lo aceptaba. Podía haber dicho que la restauración no valía la pena. Y, sin embargo, no lo había hecho. Se había quedado, lo que significaba... Paula se sintió recorrida por un escalofrío al llegar a la conclusión de que le importaba a Pedro más de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir. No se había quedado porque disfrutara con el proyecto, ni por el apasionado sexo que no estaban teniendo, sino por ella.Fue en aquel momento, a las tres de la madrugada, cuando Paula se descubrió sonriendo al techo. Al instante se dijo que no era el momento de sonreír, sino de decidir qué hacer. Que Pedro sintiera algo hacia ella, lo cambiaba todo.

Pedro estaba irritado, pero se dijo que era porque tenía hambre. Había tomado un café a las siete de la mañana, había trabajado desde entonces, y ya eran las dos. No pensaba volver a por su almuerzo, que había olvidado en casa de Alejandra, porque no quería que Paula pensara que quería averiguar qué había entre ella y su «perro guardián», el amigo de su marido. Además, seguramente se había tomado el sábado libre... igual que el viernes por la noche. Habría querido estar haciendo algo que exigiera más fuerza física, como tirar una pared, para así poder liberar la rabia que sentía acumulada en su interior. Se sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la frente antes de colocar una teja en su sitio.

–¿Tienes hambre?

Alzó la cabeza creyendo que oía voces. Pero entonces tuvo la seguridad de escuchar pisadas y, al volverse, vió a Paula bajar la colina con Apolo. Llevaba unos shorts de lino y una camiseta verde, y su estilo informal le indicó que, efectivamente, no pensaba trabajar. Se había recogido el cabello en una coleta, se cubría la cabeza con una pamela, y llevaba una cesta al brazo. Al llegar al patio, dijo:

–Has olvidado el almuerzo.

–Ya.

–Te lo he traído –dijo ella, sonriendo–. Y el mío.

Pedro la miró con suspicacia, pero ella siguió sonriéndole, sin moverse. Tuvo la sensación de que algo no encajaba. La noche anterior Paula estaba furiosa con él y de pronto...

–O puede que no quieras comer –dijo ella finalmente–. ¿Te importa que yo sí?

Y sin esperar, entró en la casa. Si hubiera sido una veleta en el tejado, Pedro habría girado ciento ochenta grados al recibir la sacudida de una ráfaga de aire. Se rascó la cabeza. ¿Habría sufrido una insolación? Sacudió suavemente la cabeza y colocó otra teja. El estómago le rugió.

–Maldita sea –farfulló–. Está bien.

Y fue mejor que bien. En contra de lo que había esperado encontrarse, o bien la misma actitud arisca que la noche anterior o una disculpa, Paula se comportó como si no hubiera pasado nada y se mostró tan natural y encantadora como la inolvidable noche de Mont Chamion.

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