viernes, 16 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 34

–Desde luego.

Pedro bebió café sin apartar la mirada de la de ella. El camarero llegó a continuación y le rellenó la taza, mientras que Paula tapaba la suya con la mano.

–No, gracias –dijo–. Si bebo más, no pegaré ojo.

–Traiga la cuenta, por favor –dijo Pedro.

Paula buscó en su bolso.

–Pago yo.

–Ni hablar –dijo Pedro.

–Es una cena de trabajo –protestó Paula–. Mi madre...

–¡Tu madre no tiene nada que ver con esto! –Pedro le dió la tarjeta al camarero. Al ver que Paula iba a protestar, añadió–: No discutas y guarda el dinero.

Paula obedeció a regañadientes.

–No esperaba...

–Has dejado muy claro lo que esperas y lo que no. Deja que te aclare una cosa: si invito a cenar a una mujer, pago yo, ¿De acuerdo?

–De acuerdo –dijo ella.

El camarero volvió con el recibo para firmar y Pedro se guardó la copia en la cartera.

–Al menos, podrás desgravarla –sugirió Paula.

Pedro la miró contrariado, se puso en pie y fue a separar la silla de ella con extrema cortesía a pesar de que no podía disimular su enfado.

–Gracias –dijo Paula–. Y gracias por la cena.

–De nada –dijo él.

Al ir hacia la puerta, Paula se tropezó con la pata de una silla y Pedro tuvo que sujetarla por el brazo para evitar que cayera.

–Gracias –dijo ella de nuevo.

–De nada –repitió él en tensión.

El problema fue que no la soltó de camino al coche y Paula podía sentir su mano a través del fino algodón del vestido como si la tocara directamente.Una vez en el coche, Paula le dió instrucciones para salir de Santa Bárbara endirección a la casa de Alejandra. No hablaron en todo el camino, y cuando llegaron, Pedro la acompañó también en silencio hasta su departamento. Paula lo consintió porque sabía que no valía la pena discutir. Una vez alcanzaron el pequeño porche, la envolvió el olor de la loción del afeitado de Pedro y ella supo que, si se volvía, lo tendría tan cerca que podría besarlo. Pero en lugar de hacerlo, terminó de meter la llave en la cerradura y abrió la puerta. Solo entonces se volvió:

–Gracias por la cena –dijo con una rápida sonrisa.

Apolo acudió a recibirla, y lo sujetó por la correa.

–Edie –dijo Pedro, mirándola fijamente–, no tiene por qué pasar.

–¿El qué? –preguntó ella, desconcertada.

–Que te enamores de mí.

La gente elige de quién se enamora. Solo tienes que elegir no hacerlo.

Paula fue a protestar, pero se limitó a decir:

–Buenas noches, Pedro.
`
–Buenas noches, Paula–dijo él con sorna–. Avísame cuando cambies de opinión.


Por la mañana se había marchado. A Paula no le sorprendió ver que su coche no estaba y en cierta forma pensó que debía considerarse halagada de que el trabajo no le interesara si no incluía acostarse con ella. Aunque por otro lado, y eso no era tan agradable, significaba que solo pensaba en ella como un desahogo físico.

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